XXVII
LA ESTRELLA DE BELÉN
Tradicionalmente, la unificante influencia del Cristo
ha sido simbolizada a través de la hermosa leyenda
de la adoración de los tres magos o "sabios del
Oriente" – Gaspar, Melchor y Baltasar – quienes, en
calidad de representantes de las razas blanca,
amarilla y negra, y haciendo a alusión a su vez a
Europa, a Asia y África, se dice que fueron guiados
por una estrella al nacer Jesús, la cual los condujo
hasta el pesebre en el que reposaba el recién nacido
o Salvador. Y muchas, muchísimas especulaciones
se han efectuado desde entonces acerca de la
naturaleza de dicha estrella. Hay quien desde la
ciencia materialista la ha declarado un mito; otros,
en su caso, han acudido a la simple coincidencia si
ello hubiese encubierto algo más que aquello.
Sin embargo, todo místico conoce la "Estrella" – y
también la Cruz – no solamente en cuanto
relacionadas con la vida de Jesús y Cristo, sino en
sus propias experiencias personales. Recordemos
que San Pablo ya nos advirtió cuando dijo: "Hasta
que Cristo nazca en vosotros…". Y de modo
semejante lo hacen Ángelus Silesius ("Aunque Cristo
naciere mil veces en Belén, si no nace en ti mismo,
tu alma será perdida. Mirarás en vano la cruz del
Gólgota hasta que no se levante en ti mismo") y el
mismo Ricardo Wagner en la respuesta que da
Gurnemanz a Parsifal cuando éste pregunta: "Quién
es el Grial?, pues Gurnemanz le contesta así: "…
ningún sendero conduce por la campiña a Él, y la
búsqueda sólo te aparta de Él a mayor distancia aún
si Él mismo no es el Guía ".
En los Templos de Misterios los Hierofantes
enseñaban a sus discípulos que en el Sol hay una
fuerza espiritual al igual que una fuerza física, y que
ésta última, la de los rayos solares, al tiempo que
constituye el principio fecundante de la Naturaleza,
produce también el crecimiento de las plantas y, por
tanto, sostiene y sustenta a los reinos animal y
humano. De ahí que la energía constructora, el
manantial de toda fuerza física, tenga su máxima
expresión a mediados del verano, cuando las
fuerzas espirituales son más inactivas. Por el
contrario, en diciembre sea, durante las largas
noches de invierno, cuando la fuerza solar se
encuentra adormecida, cuando las fuerzas
espirituales alcancen la máxima intensidad, símbolo
de lo cual se concentra en la noche del 24 al 25 de
dicho mes, Noche Santa por excelencia. El signo
zodiacal de la inmaculada Virgen celestial está en el
horizonte oriental hacia la medianoche, justo cuando
el Sol del nuevo año comienza su jornada desde el
punto más austral hacia el hemisferio norte, a fin de
salvar a esa parte de la humanidad (físicamente
hablando) de la oscuridad y hambre que de forma
inevitable resultarían de permaneciera
constantemente al sur del ecuador.
Por tanto, y de esta forma, para los pueblos del
norte, donde han nacido todas
las religiones actuales, el Sol está directamente bajo
la Tierra mientras las influencias espirituales son
fortísimas en la medianoche del 24 de diciembre.
Por este motivo, es indudable que entonces sería un
momento sumamente adecuado para los que
desearan dar un paso hacia la Iniciación y ponerse
esa noche en contacto con el Sol espiritual por vez
primera. Por ello, los discípulos que estaban
preparados para la Iniciación eran llevados de la
mano por los Hierofantes de los Misterios y, por
medio de ceremonias que se realizaban en el
Templo de Misterios, se les elevaba a un estado de
exaltación en que toda condición física era
trascendida. En consecuencia, para su visión
espiritual la Tierra se hacía transparente y ellos
podían ver y veían el Sol de medianoche, la
verdadera "Estrella". No era el sol físico el que
descubrían con sus ojos espirituales, no, sino el
Espíritu del Sol - El Cristo - su Salvador Espiritual, de
la misma forma que el Sol físico constituía su
Salvador físico.
Esa es la "Estrella" que brilló entonces, realmente la
misma que aún brilla para el místico en plena
oscuridad de la noche.
*
del libro "Los Rosacruces" de Antonio Justel
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