Gloria del Shekinah
El Cuarto o Sala occidental del Tabernáculo está tan
oscura como pueden estarlo los cielos cuando, al
caer la tarde, la luna se encuentra en su fase nueva,
muy próxima al sol, que es cuando comienza un
ciclo distinto porque comienza un signo nuevo del
Zodíaco. El Arca se encontraba en la parte más
occidental, con dos Querubines en situación de
reverente adoración sobre ella y, entre las alas de
los Querubines (lo que en realidad se toma como
alas no son sino corrientes espirituales de fuerza) se
mostraba la ardiente Gloria del Shekinah, de la que
emanaba la luz del Padre y se unía con sus
adoradores, Luz que, en todo caso, era
absolutamente invisible a la vista física y, por
consiguiente, oscura, Luz Oscura. En verdad, las
Enseñanzas Occidentales afirman que nada existe
en el mundo que no esté animado y galvanizado por
el fuego, y si no somos capaces de percibir tal
detalle, no proviene sino de que no somos lo
suficientemente expertos o audaces en disociar el
fuego de la llama. Se podría decir que el fuego es a
la llama lo que el espíritu es al cuerpo, puesto que
poseen el mismo tipo de relación: sin el fuego y sin
espíritu no tendrían manifestación alguna tanto la
llama como el cuerpo, dado que los primeros
construyen y vivifican a los últimos. Por tanto,
aquéllos son poderosos, pero de hecho invisibles. El
fuego, sólo cuando consume materia física es que
se muestra al estar rodeado de la llama, pero antes
subsistía ya, pues nada que previamente subsistiese
podría venir a ser. "Nihil ex nihilo".
Entre el Tabernáculo en el Desierto, el Templo de
Salomón después y el construido por Herodes, en un
cierto sentido, éste último recibió más gloria, dada la
presencia corporal de Jesucristo, en quien moraba la
Deidad. Éste, mediante su auto sacrificio, no sólo
abrogó el sacrificio de animales, sino que, al
consumarse su Obra en el mundo, rasgó el velo
(limpió el Cuerpo de Deseos de la Tierra, en el que
vivía inmersa la humanidad) y abrió el camino hacia
el Sanctasanctórum para todos y no sólo para los
sacerdotes y levitas como hasta entonces, sino para
todo aquél que quisiera ir y servir a la Deidad que
nosotros conocemos por El Padre. Cristo, por tanto,
tras guardar la ley y cumplir lo profetizado, dio fin a
la época del santuario externo, por lo que, de allí en
adelante, el Altar de los Sacrificios debía levantarse
dentro del propio corazón de cada hombre a fin de
depararse a sí mismo el debido arrepentimiento, dar
lugar a la restitución posible, y de que pudiera tener
inicio la reforma personal. Y si El Candelabro de Oro
debe ser asimilado al Cristo interno, e ilumine
nuestro sendero, la inmensa Gloria del Shekinah
debe simbolizar al Padre, a Quien el mismo Cristo
nos ha de conducir.
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del libro "Los Rosacruces" de Antonio Justel
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