1 A.- El hombre de Lemuria
La Época de Lemuria es, tras la Polar e Hiperbórea,
la tercera de las épocas correspondientes al actual
Período Terrestre. Con posterioridad a ella advino la
Época Atlante y, seguidamente, la Aria, en la que en
la actualidad nos encontramos.
¿… que cómo era el hombre de tan lejanísimo
tiempo? Nos ha parecido sumamente ilustrativo
tratar acerca de este hombre porque, con ello, podrá
contribuirse a que nos formemos una idea, ya
remota, ya aproximada, de la transformación o
transformaciones habidas hasta llegar, en sus líneas
más generales, al hombre de hoy.
De todos modos, si bien a título meramente
orientativo, incluyamos previamente unas leves
nociones acerca del hombre tanto "polar" como
"hiperbóreo". De las sustancias en fusión en que en
aquél entonces se encontraba la Tierra, y ayudado
por los Señores de la Forma, denominados
Potestades por la Iglesia Católica, construyó el
hombre "polar" su cuerpo mineral. Consistía más
que en un cuerpo, modernamente hablando, en un
objeto de grandes proporciones y pesado, el cual
presentaba un órgano en su parte superior, órgano
que venía a servirle como de sistema de dirección y
orientación. En cualquier caso, dada la ebullición en
que se encontraba la Tierra (aún en el sol) suponía
un instrumento valiosísimo por cuanto le avisaba del
peligro inminente, lo cual permitía a este hombre
primigenio variar su trayectoria como un autómata
para evitarlo. Por tanto, lo que ahora conocemos
como glándula pineal – glándula por demás especial,
dada su naturaleza espiritual - conformaba entonces
este órgano, entre cuyas funciones se encontraban
en aquel lejano principio las de detectar tanto el
calor como el frío.
Tocante al modo de propagarse, diremos que
aquellas enormes y pesadas criaturas que éramos, y
de reducidísima conciencia, a semejanza de
las células se escindían en dos partes iguales, las
cuales no aumentaban ni decrecían a partir del
tamaño que heredaban.
El hombre hiperbóreo, en cambio, dado que ya
recibe junto al cuerpo denso un cuerpo vital, éste va
a permitirle crecer exageradamente a base de atraer
materiales del exterior, de modo muy similar a lo que
ocurre en la ósmosis, y no escindiéndose en dos
partes iguales al reproducirse sino desiguales, si
bien creciendo únicamente hasta alcanzar tamaño
previo de su padre.
En esta época o etapa atravesó el hombre el estado
análogo al vegetal, siendo su conciencia similar a la
del estado de trance. En las Enseñanzas
Occidentales se dice acerca de este estado como de
"sueño sin ensueños". Volvamos a señalar que fue
antes de finalizar esta época cuando la Tierra fue
arrojada del Sol, describiendo una órbita en sí
diferente a la que actualmente describe. El motivo de
dicha expulsión no consistió sino en que la
cristalización del hombre había alcanzado tal
magnitud, que realmente impedía la evolución de
seres más elevados, soportando, por otra parte, la
incandescencia, una vibración calorífica demasiado
alta para su propia evolución...
Sólo al final de esta interesantísima época es que
podemos encontrar, bajo cierto modo de mirar las
cosas, lo que podría denominarse, y ello no sin
esfuerzo, primera raza humana. Las condiciones de
Lemuria fueron duras por demás. La atmósfera, muy
densa, semejaba una niebla ígnea, las durezas de la
tierra comenzaban a manifestarse, si bien enormes
extensiones se encontraban en absoluta fusión, y,
entre la prodigiosa conformación de islas, se hallaba
en ebullición un mar recalentado una y otra vez
debido a las lavas de incesantes erupciones
volcánicas. Es, por otro lado, el tiempo de los
bosques lujuriosos y de los animales gigantescos. El
esqueleto del hombre, aunque formado, el resto de
sus formas eran aún muy plásticas, al igual que las
de los animales. El hombre lemur oía y tenía tacto, y
sus presuntos ojos, los que en el futuro habrían de
llegar a ser, no eran entonces sino dos meros puntos
marcados y sensibilizados sobre la piel que
progresivamente irían siendo afectados por la difusa
luz que se filtraba a través de la citada inmensa
neblina. En realidad, no ha sido sino la luz la que ha
construido los ojos de que hoy disponemos.
Tenía nuestro hombre por lenguaje el de los sonidos
naturales, sonidos que imitaba. No
tuvo percepción acerca de cómo ni cuando nació su
cuerpo aunque sí podía detectar a otros hombres, si
bien se traba de una percepción interna, espiritual,
pero que le proporcionaba claridad y lógica acerca
de lo percibido. Ni siquiera sabía en ese tiempo que
tenía un cuerpo, tal era su inconsciencia en este
mundo tridimensional. Y, sin embargo, habría de ser
el dolor el instrumento de hacerles tomar conciencia
de su propia realidad física. No es de extrañar, por
tanto, que entre los misterios enseñados entonces
uno de los más importantes consistiera en hacerle
ver que ello era así. Fue éste asimismo el tiempo en
que la procreación – ya descrita más arriba – se
encontraba bajo la guía de los ángeles de Jehová,
procreación que, tras comer del Árbol del
conocimiento a raíz de la revelación efectuada por
los ángeles caídos o luciferes, es pudo el hombre
alterar mediante la realización del acto generativo en
cualquier tiempo en cuanto búsqueda del placer,
hecho que provocaría no sólo dolor, sino múltiples
enfermedades sin cuento que encontramos
relatadas en la Biblia.
Por tanto, el hombre lemur - todos los lemurianos
fueron de piel negra - aparte de estar inconsciente
mientras cambiaba un cuerpo para tomar otro, su
conciencia, tal, y como hemos referido, se
encontraba muchísimo más centrada en los mundos
internos, en el mundo espiritual. Y si del lenguaje
hemos dicho que era imitativo de los sonidos
naturales, estos sonidos eran en cambio para él
sagrados, pues cada sonido emitido disponía de
poder que podía obrar sobre la naturaleza, sobre los
animales o los propios semejantes. En
consecuencia, bajo la guía de los Señores de Venus,
instructores tenidos por mensajeros divinos, el
lenguaje lo usaron con absoluta displicencia y
sacralidad. Tal cual estamos viendo, el incipiente
hombre lemur fue un verdadero mago, motivado su
poder por su inicial y alto estado de pureza e
inocencia (que no virtud). Y, siendo así, por fuerza
las enseñanzas iniciáticas no tuvieron por otra
finalidad que, siguiendo las reglas del desarrollo que
acontecía, enseñar y tratar de mostrar a aquel ser,
además de arte, las realidades físicas y exteriores
que lo circundaban con las leyes que regían las
mismas y las gobernaban. Es aquí cuando abre los
ojos, que no es otra cosa que decir que,
efectivamente, sus ojos físicos habían progresado lo
suficiente para verse a sí mismo y, por tanto, toma
conciencia de sí, de su propia existencia desnuda en
medio de un mundo en el que, poco a poco, habrá
de llevar a cabo todavía una inmersión más
profunda, una inmersión absoluta.
El lemur, aun teniendo a su disposición el poder que
ostentaba, hizo sin embargo buen uso de él, dado
que siempre tuvo presente tanto su procedencia
como su relación con los dioses. Tras la separación
de los sexos, de la que enseguida se hablará y que
también tuvo lugar en esta época, la
educación específica para los hombres consistió, no
obstante, en el crecimiento y fortalecimiento de la
voluntad, mientras que la mujer era instruida
mediante situaciones que propiciaran el despertar y
acrecentamiento de la imaginación, una y otra
características naturales y predominantes la primera
en el hombre, la segunda en la mujer.
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del libro "Los Rosacruces" de Antonio Justel
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