VI
DE LA SABIDURÍA
Antes de que nos dispongamos a seguir
desgranando el contenido de este "Manifiesto
Occidental", desde luego conviene que realicemos
un alto que nos permita realizar algún comentario
tocante a la sabiduría. Realmente, muchos y muy
diversos serían los extractos que podríamos traer
aquí arrancados de las páginas de
los Libros Sapienciales del Antiguo Testamento,
pero, en verdad, no se trata tanto de encaminarnos y
reproducir por enésima vez a aquellos contenidos
como darnos la posibilidad de, en pocas palabras,
obtener la esperanza de que tal vez hayamos podido
acercarnos a algún umbral de tan asombrosa e
inimaginable fuente de la que estamos hablando: la
sabiduría.
Previamente, y en cualquier caso, es de estimar que
nadie mejor que el propio Salomón (encarnación
previa de Jesús y símbolo por excelencia del Saber)
supo definirla por medio de las siguientes palabras:
tomadas de Sabiduría, 7:25-27 “… una emanación
pura de la gloria de Dios omnipotente, por lo cual
nada manchado hay en ella. Es el resplandor de la
luz eterna, el espejo sin mancha del actuar de
Dios, imagen de su bondad …" Con paz y hondura,
procúrese intuir seguidamente lo que ha deseado
transmitirnos Salomón, concentrémonos con fuerza
pues en ello e imaginémonos aquel resplandor
fluyendo con absoluta paz y pureza de lo que Dios
es (luz y amor) lo que debe entrañar y transmitir
semejante brillo, y pensemos en ello penetrando y
cohesionando con dulzura las cosas,
armonizándolas y sustentando en ellas la facultad de
cohesión interior y perfecta estabilidad, al tiempo
que dotándolas con el contenido cierto tanto de lo
que es como de lo que ha de ser y el modo en que
se ha de desarrollar. ¿No se trata en este
resplandor, en potencia y acto a un tiempo, del
compendio del bien mismo? Los ángeles, en cambio,
obtuvieron la sabiduría en sí como un don natural,
no tuvieron por tanto que luchar por ella como
nosotros hemos luchado y continuaremos luchando
por conseguir el mero conocimiento; a ellos les fue
dada la sabiduría per se, procedente del fondo
cósmico, del mismo fondo universal de sabiduría
divina.
Tras haber introducido anteriormente el término
"cosas", bien podría creerse que pudiese tratarse de
une error, puesto que, en apariencia, únicamente la
mente poseería en sí la virtualidad para la
aprehensión del conocimiento y su consiguiente
posesión. Pero, si miramos y reposamos bien las
palabras de Salomón, la mente no vendría a
constituir respecto de la sabiduría misma sino un
instrumento (cual en sí es del espíritu) para su
acercamiento y comprensión, pues que la mente no
sólo indaga, sino que penetra, siente y comprende
de modo similar al corazón. Sin embargo ¿cuál
habrá de ser la sabiduría contenida y expresada en
un cubo, una esfera, y en todas y cada una de las
figuras geométricas? Porque todo cuanto existe en
el mundo es para ser investigado, examinado,
controlado, comprendido por el hombre y por los
hombres individual o colectivamente, dado que un
creador necesariamente tiene que conocer,
comprender y dominar cada cosa del mundo en que
le ha sido dado evolucionar. Por ello, todo cuanto ha
de saberse acerca de "las cosas y su todo" se
encuentra disperso y entrañado en ellas, en cada
molécula, en cada célula y átomo, y el hecho de
descubrirlo viene a conformar el conocimiento,
conocimiento que, sin embargo, aún no, aún no es
sabiduría. Porque aquél contiene tosca y
necesariamente los hechos tal cual tienen lugar
tanto física como espiritualmente y cuanto implican
en ya en sí mismos ya en sus efectos. Es la
experiencia, una parte de ella. Sólo, exclusivamente.
Un ser humano, con libertad y discernimiento
suficiente, se hallaría así ante el dilema de elegir en
definitiva qué hacer, qué dirección tomar frente al
conocimiento, frente a su posesión. Porque aquí es
donde se consuma y tiene lugar el libre y pleno
albedrío, justamente en los actos que llevamos a
cabo de forma consciente y libre. Es de ese preciso
momento de donde han de partir en su caso las
innumerables cadenas de causas-efectos de que se
nutren nuestros destinos amalgamándose entre sí,
aquello de que, en resumidas cuentas, se componen
nuestros karmas (acción-acciones) ya individuales o
colectivos. Por tanto, el componente moral deviene
de necesidad inexcusable a fin de alcanzar
sabiduría, es decir, el hecho práctico de poner por
obra el conocimiento en sentido positivo, en la
concreta construcción y proyección del bien.
Por lo que hace a nuestro quehacer diario, sea éste
desarrollado en la escala que fuere, para ser
impregnados por la sabiduría, es preciso sin
embargo y de todo punto que este quehacer sea
amado, porque el amor – principio de atracción y
cohesión, no se olvidársenos esto nunca – es el que
produce con su fuerza el acercamiento e
interpenetración por nuestra conciencia en relación
con aquello que pretendemos conocer, y ello, ya sea
externo o interno a nuestro ser, poco habrá de
importar. Ahora bien, ese amor de que hablamos,
deberá ser un amor puro, desinteresado y humilde,
compasivo y ayudador, un amor con que instruir
únicamente el bien y su tendencia a su preservación.
Daremos una referencia del Dr. George Washington
Carver que, más o menos, viene a decir así: “…
cualquier cosa nos revelará sus secretos si la
amamos lo suficiente". Por tanto, poner un gramo de
amor crecido en las cosas con que trabajamos y que
conforman nuestra vida, es de vital importancia para
la imprevista llegada y adquisición no sólo de la
sabiduría, en cuanta tonalidad moral-espiritual
específica, sino, lo que es previo a ella, del
conocimiento. De todos modos, harán bien en bien
en recordar que, en nuestro mundo, y en su práctica
diaria, "únicamente es sabio aquél se conduce
sabiamente". Sólo y exclusivamente él.
*
del libro "Los Rosacruces" de Antonio Justel
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