Cuarto Oriental o Lugar Santo
Tras los primeros pasos dados por el aspirante, éste
se encontraba frente al velo que oculta la entrada del
Templo propiamente dicho. Apartándolo, penetraba
en él. Era un cuarto sin abertura alguna para el
acceso de luz natural, pero que, sin embargo, por
medio de luz artificial jamás se hallaba oscuro.
El mobiliario interior, verdadero y exacto símbolo de
los pasos que ha de dar el aspirante a la Vida
Superior, constaba fundamentalmente de lo
siguiente: Del Candelabro de Oro, de la Mesa de los
Panes de proposición y del Altar del Incienso. Nadie
ordinario, sino los sacerdotes, podía acceder a este
cuarto, y tampoco se podía ver su contenido.
La disposición de estos elementos en el interior era
la siguiente: según se entraba, el Candelabro se
hallaba al lado izquierdo, al Sur. Era de oro puro y
del brazo central, y a tres alturas diferentes, dos a
dos, y a derecha e izquierda, salían hasta un total de
seis brazos, los cuales estaban curvados hacia
arriba en semicírculos de distinto diámetro,
simbolizando los tres Grandes Períodos habidos
anteriores al actual, el Terrestre, el cual se hallaba
representado por el brazo vertical. Terminado cada
uno en su correspondiente lámpara, éstas se
mantenían a base de aceite de oliva purísimo,
elaborado mediante un proceso específico. Todos y
cada uno de los días las lámparas eran examinadas,
reparadas y repuestas, a fin de que pudiesen arder
brillante y permanentemente.
Abundando en otras significaciones, debemos
indicar que los siete brazos simbolizan a su vez a los
siete dadores de luz o siete planetas, los cuales son
los mensajeros de luz para la humanidad, quienes la
han guiado a lo largo del sendero evolutivo. Y de
modo similar a cuando la Luna se encuentra en la
parte oriental y está resplandeciente, alumbrando los
cielos, de forma semejante el Cuarto Oriental del
Tabernáculo se halla lleno de Luz, indicador de la
presencia en él de Dios y sus siete ministros, los
Siete Espíritus delante del Trono. De este modo,
pues, el que comenzaba a hollar el sendero adquiría
aquí ciertas nociones que le introducían, siquiera
teóricamente, en el acervo de los significados
cósmicos. Ello constituía las primeras enseñanzas
recibidas.
Aunque únicamente se encontraba provisto de tres
objetos primordiales, en el Cuarto Oriental se halla
todo lo estrictamente necesario para el progreso y
desarrollo del alma, no en vano cuanto allí se
hallaba se corresponde con los tres años del
ministerio del Cristo. Por tanto, también puede
llamársele Vestíbulo de Servicio.
Comparativamente hablando, fácilmente podemos
darnos cuenta de que si luz que apenas asomaba
entre el abundante humo que salía del Altar de
Bronce o Altar de las Ofrendas era débil, ahora, en
cambio, la luz del Candelabro de Oro es ya una luz
clara, inodora y luminosa, hecho relevante por
cuanto viene a indicarnos que la luz interior del
aspirante al servicio se va agrandado y fortaleciendo
mediante las enseñanzas y el servicio práctico, la luz
que proporcionan las obras.
Entrando en esta Sala orientan, la Mesa de los
Panes de Proposición quedaba a la derecha, al
Norte según se miraba al segundo velo, el cual se
encontraba frente a la entrada. Sobre la Mesa, en
dos montoncitos, uno junto al otro, se encontraban
siempre doce panes sin levadura, y, encima de cada
montoncito, se ponía una pequeña cantidad de
incienso. Estos panes citados (hogazas) son los
denominados panes de proposición o de la faz, dado
que eran puestos encima de la mesa ante la
presencia del Señor, pues moraba en la Gloria del
Shekinah, es decir, en el departamento siguiente y
último, el que se hallaba detrás del segundo velo.
Cada sábado, los panes en cuestión eran sustituidos
por otros nuevos y recientes por los sacerdotes, no
debiendo ser comidos por nadie sino por ellos, de
igual modo que debían ser comidos no más allá del
Atrio o Patio, dada su pertenencia al recinto sagrado.
El momento en que eran cambiados los panes era el
propicio para la quema del incienso y ofrecimiento al
Señor de su aroma, que no representaba otra cosa
que el aroma de los mismos panes, los que a su vez
representaban y hacían alusión a las experiencias
cosechadas por el alma a través de cada uno de las
doce casas astrológicas y zodiacales a través del
año.
Por tanto, el Altar de Oro o altar del Incienso era el
tercer objeto fundamental que dentro del Lugar
Santo se encontraba. Estaba situado en el mismo
centro del cuarto, a idéntica distancia tanto de la
pared Norte como de la del Sur, y justo enfrente del
segundo velo. Excepto en ocasiones de extrema
solemnidad, nunca se quemaba carne en él ni se le
tocaba con sangre de las víctimas, por lo que
únicamente en tales momentos era marcado con el
estigma rojo de la mácula o del pecado. El humo que
se alzaba, pues, no era nunca otro que el
procedente del incienso, el cual se elevaba todas las
mañanas y todas las noches, llenando tanto el
santuario como los alrededores de una fragancia y
olor refrescante que se expandían varios kilómetros
alrededor. Y dado que todos los días se quemaba,
este incienso era llamado "el incienso perpetuo
delante del Señor". Tampoco era un incienso de
cualquiera y mera destilación, sino que respondía a
una mezcla de esta sustancia en la que se incluían
ciertas especias dulces en proporciones dadas por
Jehová, motivo por el que jamás podía ser usado
otro distinto ni fuera de allí ni para otros menesteres.
Tras del velo, ante el que el sacerdote ofrecía el
aroma del incienso al Señor, en el Cuarto
Occidental, en el Sanctasanctórum, se hallaba la
Silla de Misericordia, la cual por tanto, si bien el
sacerdote no podía verla por impedirlo aquél, sí
debía mirar en cambio constantemente en aquella
dirección y orientarlo hacia ella.
Mientras el humo del incienso se elevaba al cielo, los
fieles que se hallaran en el Atrio del Santuario, de
forma silenciosa, y cada cual para sí, enviaba
también sus preces u oraciones al Señor.
En igual sentido de ampliar explicaciones oportunas
al respecto, queremos señalar que, una vez que el
aspirante recibía determinadas enseñanzas
cósmicas, éstas debían ser puestas en práctica, es
decir, emplearlas en el servicio concreto a favor de
sus semejantes, lo cual estaba representado por la
Mesa de los Panes de Proposición.
Al igual que las enseñanzas provenían de Dios, del
mismo modo el grano de trigo con que habían sido
elaborados los panes había sido dado por Él. Sin
embargo, una vez preparado debidamente el
terreno, el hombre había tenido que sembrarlo, que
regarlo y segarlo, recolectarlo y trillarlo, para
después tener que molerlo, purificarlo y amasarlo,
para, por último, llevarlo a la presencia del Señor.
Esto no quería decir otra cosa que los hombressirvientes
de Dios habían efectuado sus
correspondientes tareas y efectuado el servicio
requerido. Dicho de otra manera: el aspirante,
genuino y auténtico constructor del templo interno,
debía aprovechar las oportunidades presentadas a
lo largo del año, cultivarlas bien y nutrir su alma con
ellas, extrayendo de este modo el llamado Pan de
Vida, aquel que lentamente va construyendo el
Dorado Vestido de Bodas o Cuerpo del Alma.
Y de la misma manera que se quemaba el incienso,
en calidad de aroma o quintaesencia de los panes, o
de las oportunidades habidas, así el aspirante a
servidor de la humanidad puede "provocar" por
medio de la retrospección, y bajo el veredicto
imparcial de su conciencia, aquel fuego divino que
es el remordimiento y elevar a Dios el aroma
extraído de su dolor y también de su gratitud y su
alegría.
Añadir, respecto del Pan de Proposición, que éste
no era en absoluto algo simbólico, sino tangible,
concreto, fruto real de una labor real, lo que nos
viene a indicar que el futuro aspirante debe tener
presente que, únicamente, mediante un servicio
voluntario de tal naturaleza a la humanidad, es que
podrá aspirar a crear el Dorado Vestido de Bodas,
sin el cual jamás podremos llegar a realizar la unión
de ambas polaridades o su unión con Cristo.
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del libro "Los Rosacruces" de Antonio Justel
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