The Rosicrucian Fellowship |
Folleto n° 8 |
El Arco en las Nubes
Por Max Heindel
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.El arco en las nubes.Max Heindel primera parte
.El arco en las nubes.Max Heindel primera parte
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Tengo que explicar breviamente y a razonar los motivos que me inducen a tratar del asunto del "Arco en las Nubes": Hace poco he estado dictando el manuscrito de un libro que desde entonces ya ha sido editado. En el curso del dictado se pusieron de manifiesto ciertos puntos que requerían una investigación, siendo uno de ellos la fuerza vital que entra en el cuerpo por el bazo. La investigación demostró que esta fuerza se manifiesta en distintos colores y que obra distintamente en los diversos reinos de la vida; por este motivo era preciso proceder con cautela antes de publicar esta información. Un amigo, después de haber leído algo del manuscrito, hizo venir de su biblioteca en Seattle un libro publicado hace unos cuarenta aÑos y titulado Los principios de Luz y Color, por Babbitt. Yo me referí a este libro y lo encontré muy interesante, por estar escrito por un clarividente. Después de haber estudiado el libro durante una hora, yo reanudé mi investigación, con el resultado de ver mucho más claro en el asunto que antes. Es un asunto muy profundo porque la misma vida divina parece estar incorporada en estos colores.
Entre otros casos e investigando hacia atrás en la Memoria de la Naturaleza respecto a la luz y el color, llegué a un punto donde no había luz, como quedó demostrado en el Concepto Rosacruz del Cosmos. Después seguí por los distintos grados de informaciones planetarias y hasta el punto donde se vió el arco iris en las nubes. Toda esta investigación me produjo una impresión tan profunda que me llenó de devoción.
En la Biblia se dice que "Dios es Luz", y nada nos puede revelar la naturaleza de Dios en el mismo grado que aquel símbolo. Si un clarividente volviese la vista hacia atrás, hasta los tiempos primordiales, y mirase a este planeta cuando se hallaba en formación, vería en primer término algo así como una nube negra, sin forma, saliendo del caos. Después vería cómo esta nube de substancia virginal se convertía por el Fiat Creador en luz, su primera manifestación visible, una neblina luminosa de fuego. Entonces vendría un momento en que aquella neblina de fuego quedaría envuelta en una atmósfera de humedad, y después de esto llegaría lo que conocemos con el nombre de Período Lunar. Más tarde aún se presentaría el estado más obscuro y más denso llamado Período de la Tierra.
En la Epoca Lemuriana la primera incrustación de la Tierra empezó cuando el agua hirviente se evaporó. Sabemos que cuando hacemos hervir una y otra vez agua, en la caldera se forma una incrustación; del mismo modo el hervir de la humedad en la superficie del ígneo globo terráqueo produjo la corteza dura que hoy constituye la superficie de la Tierra.
La Biblia dice respecto de la última época que no llovía en la Tierra, sino que una niebla se levantaba de ella. Esta niebla que surgía de la Tierra húmeda la envolvía por completo. Entonces no podíamos ver la luz del Sol como ahora; el Sol tenía el aspecto de un arco de luz eléctrica de ahora en una noche oscura; tenía un aura a su alrededor. En aquella atmósfera nebulosa vivíamos en el primer período Atlántico. Más tarde vino una época en la cual la atmósfera iba refrescándose poco a poco y se condensó el agua, expulsando finalmente a los atlantes de su tierra por una inundación formidable, un diluvio, tal como lo recuerdan las distintas religiones.
Cuando aquella atmósfera nebulosa envolvía la Tierra, el arco iris era una cosa imposible. Este fenómeno ocurre generalmente cuando hay una atmósfera clara en algunos sitios y una nube en otros. Hubo un tiempo luego, cuando la humanidad vió el arco iris por primera vez. Cuando yo observé aquella escena en la Memoria de la Naturaleza, me pareció una verdadera maravilla. Hubo refugiados que fueron expulsados de la Atlántida, que está actualmente en parte bajo el océano Atlántico, pero también incluía partes de la actual Europa y América. Estos refugiados fueron empujados hacia el Este, hasta que llegaron finalmente a un sitio donde la Tierra era elevada, donde la atmósfera estaba bastante más clara y donde vieron el cielo limpio por encima de sus cabezas. De repente surgió una nube y de esta nube salió un relámpago. Ellos oyeron el retumbo del trueno, y habiendo escapado del peligro de la inundación y huído bajo la dirección de un guía al que reverenciaban como a Dios, le preguntaron ansiosos: "¿Qué pasará ahora con nosotros?" "¿Es que por fin vamos a ser destrozados?" Aquel guía les indicó con el dedo el arco iris en la nube diciendo: "No, mientras este arco se dibuje en las nubes, las estaciones seguirán una a otra sin interrupción"; y aquellos hombres miraron con gran admiración y consuelo aquel arco de esperanza.
Cuando consideramos al arco iris, como una de las manifestaciones de la Divinidad, podemos aprender magníficas lecciones de devoción, porque, a la vez que miramos los relámpagos con pavor y oímos los truenos con miedo, el arco iris en el cielo tiene que provocar siempre en el corazón humano una admiración por la belleza por su séptuple faja de color. No hay nada que se pueda comparar con aquel arco magnífico y yo deseo llamar la atención sobre algunos hechos físicos en relación con él.
En primer lugar el arco iris nunca aparece al mediodía, sino siempre después de que el Sol ha pasado hacia abajo y atravesando más de la mitad de la distancia entre el meridiano y el horizonte; y se presenta tanto más hermoso, grande y claro, cuanto más cerca está el Sol del horizonte. Nunca se muestra en un cielo limpio. Generalmente tiene por fondo una nube oscura y pavorosa, y lo vemos siempre cuando apartamos la vista del Sol. No podemos estar mirando hacia el Sol y ver el arco iris al mismo tiempo. Cuando le miramos desde abajo, el arco se nos aparece como la mitad de una esfera encima de la Tierra y de nosotros. Pero cuanto más subimos, tanto más parte de la esfera vemos, y en las montaÑas, alcanzando una suficiente altitud por encima del arco, le vemos como una séptuple esfera - séptuple como la Divinidad, de la cual es una manifestación.
Ahora, a la vista de estos hechos físicos vamos a considerar el lado místico del asunto. En la vida ordinaria, cuando estamos en el punto culminante de nuestra actividad física, cuando la prosperidad máxima está en nuestras manos, cuando todo nos es fácil y nos sonríe, entonces no necesitamos de la manifestación de la luz y vida divinas. No necesitamos de aquella alianza, por decirlo así, que Dios hizo con el hombre a su entrada en la Epoca Aria. No nos interesa la vida superior; nuestra nave se desliza suavemente en mares tranquilos y no queremos otra cosa; todo es tan bueno para nosotros aquí que aparentemente no hay razón alguna para que miremos más allá.
Pero de repente se presenta la tormenta, una época en la vida de todos en que las penas y dificultades nos asedian. La tempestad del desastre nos priva de todo bienestar físico, y estamos, quizás, solos en un mundo de tristezas. Entonces, cuando nos apartamos del Sol de la prosperidad física, cuando dirigimos la vista hacia la vida superior, siempre veremos sobre la negra nube del desastre el arco de la alianza entre Dios y el hombre, demostrando que estamos siempre capacitados para el contacto con la vida superior. Quizá entonces no sea el momento más propicio para establecerlo, porque todos necesitamos cierta evolución material, la cual se realiza del mejor modo cuando no estamos en contacto demasiado íntimo con la vida superior. Pero para evolucionar y progresar y buscar gradualmente un estado cada vez más elevado de espiritualidad, es preciso que en un momento dado se nos presenten dificultades y pruebas que nos pongan en contacto con la vida superior. Cuando podamos considerar las pruebas y las tribulaciones como un medio para aquella finalidad, entonces las penas se convertirán en las mayores bendiciones que podríamos recibir. Cuando no tenemos hambre, ¿por qué preocuparnos por el alimento? Pero cuando notamos las angustias de la inanición y estamos sentados delante de una comida, por rústica que sea, daremos gracias a Dios por deparárnosla.
Si dormimos bien todas las noches, no apreciamos todo el bien que esto significa, pero si noche tras noche no hemos podido conciliar el sueÑo, nos damos cuenta de su gran valor en cuanto se nos presenta otra vez el sueÑo normal. Cuando gozamos de buena salud y no sentimos dolor de ninguna clase en nuestros cuerpos, estamos propensos a olvidar hasta la existencia del dolor físico. Pero inmediatamente después de una enfermedad o de grandes sufrimientos, nos damos cuenta de todo el bien que significa la salud.
Así, pues, por el contraste entre los rayos del Sol y la oscuridad de la nube, vemos en esta última el arco que nos llama hacia una vida superior; y si dirigimos nuestra mirada hacia este símbolo, nos será mucho más provechoso que continuar andando por los caminos de la vida inferior.
Muchos de nosotros estamos inclinados a atormentarnos por nimiedades. Esto me recuerda una historia publicada recientemente en una de nuestras revistas, de un niÑo que había subido por una escalera. Él había estado mirando hacia arriba mientras estaba subiendo, y había llegado tan alto que una caída le hubiera sido mortal. Entonces se paró y miró abajo, e instantáneamente fue presa del vértigo. Cuando desde una altura miramos hacia abajo, se nos va la cabeza y tenemos miedo. Pero alguien desde arriba le llamó diciendo: "Mira hacia arriba, chiquillo; súbete hasta aquí y yo te ayudaré." El miró arriba, y en el acto el vértigo y el miedo desaparecieron; entonces subió más hasta que le cogieron por una ventana.
Debemos mirar siempre hacia arriba y olvidar las pequeÑas molestias de la vida, porque el arco de la Esperanza está siempre en la nube. A medida que tratamos de vivir la vida superior y de subir hasta las sublimes alturas de Dios, veremos como el arco de la paz se convierte en una esfera y que hay tanta paz aquí abajo como allí arriba. Es nuestro deber el llevar a cabo la obra que nos corresponde en este mundo, y no debemos nunca substraernos a esta obligación. Todavía tenemos otro deber que cumplir para con la vida superior, y en interés de esta última, nos reunimos la noche del domingo y acumulando nuestras aspiraciones progresaremos hacia las alturas espirituales.
Debemos recordar también que llevamos dentro de nosotros un poder espiritual latente, que es más grande que cualquier otro poder del mundo, y a medida que se desarrolla somos responsables del modo de usarlo. Con el fin de aumentar este poder debemos tratar de dedicar una parte de nuestro tiempo libre al cultivo de la vida superior, de modo que, cuando la nube del desastre desciende sobre nosotros, estemos capacitados con la ayuda de aquel poder, para encontrar el arco dentro de la nube. Así como el arco iris aparece al final de la tormenta, así, cuando hayamos obtenido el poder de ver el arco brillante de nuestra nube de desastre, el final del desastre ha llegado y el lado luminoso empieza a aparecer. Cuando mayor sea el desastre, tanto mayor era la lección que necesitábamos. Cuando estamos en el sendero del mal, más tarde o más temprano, recibimos un amistoso pero fuerte latigazo, para volver otra vez a las realidades de la vida y reconocer a la fuerza que el sendero de la verdad va hacia arriba y no hacia abajo, y que Dios gobierna al mundo.
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