De manera similar al período que recapitula, una vez
más se repitió aquella niebla ígnea tan característica
de su atmósfera; hubo un centro en continua fusión,
y existió la división del globo al objeto de que seres
más avanzados pudieran continuar una evolución
más alta entonces. Como sucediera en el Período
Lunar, fue cuando se dotó al hombre del cuerpo de
deseos, siendo ahora los Arcángeles quienes, cual
especialista, y ayudados por los Señores de la
Forma, se encargaron de llevar a efecto la
reconstrucción oportuna. Y como la división del
globo ocasionó, asimismo, la división del cuerpo de
deseos en buena parte de la especie, los Señores
de la Mente – la humanidad del Período de Saturno
– procedieron a implantar en la parte superior del
cuerpo de deseos el Yo individual, obra fundamental
para que el hombre haya podido llegar a ser lo que
es y continuar una evolución de alcance
inimaginable. Hecho lo anterior, los Arcángeles
prosiguieron no obstante su trabajo sobre la parte
inferior del cuerpo de deseos, dotándolo de deseos
de naturaleza puramente animal.
Sería a lo largo del resto del Período Terrestre que
se reconstruiría el último vehículo citado, a fin de
que pudiera ser interpenetrado por el reciente
germen mental de que el hombre disponía. La forma
del cuerpo de deseos es por ahora de forma ovoidal
y se encuentra muy inorganizado; teniendo como
centro al cuerpo denso, dispone de un cierto número
de centros sensoriales o vórtices que,
encontrándose latentes en la mayoría de los
hombres, han ido haciendo aparición sin embargo a
lo largo de este período terrestre. En el hombre
ordinario aquel ovoide semeja estar compuesto por
innumerables líneas de fuerza bajo un movimiento
continuo de imponderable rapidez. En él el reposo
no existe. Si los centros sensoriales o vórtices
fuesen despertados, en el clarividente involuntario
girarían de derecha a izquierda, mientras que en el
clarividente voluntario lo harían de izquierda a
derecha, es decir, en el sentido de las agujas del
reloj y con luminosidad esplendorosa. En todo caso,
dichos vórtices son medios de visión o percepción
en el Mundeo del Deseo, pero, si en el clarividente
voluntario le permiten ver e investigar a voluntad en
cualquier ocasión, en el involuntario no ocurre de la
misma manera, pues debe limitarse a "ver" lo que
discurre y acontece ante sí, sin ningún control ni
dominio de la realidad; sus investigaciones no
pueden alcanzar conocimientos adornados por la
consistencia de la incuestionable veracidad. La
distinción entre ellos no es fácil por lo común, por lo
que, al efecto, nos permitimos alentar una regla de
oro: el vidente voluntario nunca, jamás cobrará
cantidad alguna por sus servicios ni empleará su
facultad tampoco por motivos de curiosidad, dado
que sólo ayudar a la humanidad será su objeto,
nunca otro, y ello lo hará de forma callada,
anónimamente. Del mismo modo, nadie que ostente
competencia para "enseñar" el método apropiado
para el desarrollo de la mencionada facultad cobrará
tampoco nada ni en ningún caso; decaí que quien
solicite dinero para impartir lecciones de desarrollo
espiritual no tenga en realidad nada que ofrecer.
Advertimos que las reglas expuestas entrañan
absoluta fiabilidad al efecto.
*
del libro "Los Rosacruces" de Antonio Justel
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