XIII
PIEDRA FILOSOFAL: qué es y cómo se
construye
A qué gran confusión han inducido las palabras,
frases o narraciones de los alquimistas durante
siglos cuando han sido examinadas por quienes
únicamente perseguían el interés del oro, su
obtención a expensas de reacciones o combinados
químicos a partir de bajos metales.
Ya hemos mencionado más arriba que hubo en la
evolución del hombre un tiempo en que aquél era un
ser hermafrodita, un detentador al mismo tiempo de
la fuerza masculina y femenina, en definitiva un
creador, precisamente cuando estaba pasando por
una etapa en la que entre otros aspectos era similar
a una planta, pues su conciencia se encontraba
como en estado de trance o de sueño sin ensueños,
toda su fuerza la empleaba en el crecimiento y en la
propagación, y no disponía de medio ni factor alguno
que promoviesen en él la acción en cualquier otra
dirección, al carecer en aquel entonces no sólo de
mente sino también de voluntad.
En consecuencia, a fin de que el hombre pudiera
salir de semejante situación transitoria, por las
Jerarquías Creadoras se dispuso que - cual ellas
mismas - dispusiera de un cerebro con el que
pudiera crear a través del pensamiento y de una
laringe con que poder expresar sus propios
mandatos creadores. Fue por medio de esta
secuencia por la que el hombre dejó de ser
hermafrodita para convertirse en unisexual, lo que
requiso que la fuerza creadora, conducida por los
ángeles, reascendiera con tal misión. A partir de ese
momento, evolutivamente hablando, el hombre
quedó a medio camino entre las plantas y los
Elohim: no podía crear físicamente por sí mismo
como las plantas, pero tampoco podía hacerlo como
lo hacían los dioses, psíquicamente, como un
verdadero hermafrodita, a cuya semejanza fue
concebido y venido a ser. Era por consiguiente una
condición novísima, desconocida, y habrían de ser
sus guardianes entonces, los ángeles de Jehová,
quienes - como también ha sido indicado – bajo
líneas interplanetarias y propicias al efecto
congregaban periódicamente a los primeros
pobladores a fin de que la especie ejerciera el
apareamiento de forma inconsciente, única solución
posible para dar continuidad a la humanidad en
ciernes.
Otra disposición de las Jerarquías habría consistido
en que, una vez concluido el cerebro, y por los
Señores de Mercurio, a quienes también hemos
hecho referencia, y de inteligencia inaudita, se
procedería a enseñar a la humanidad a utilizar y
desarrollar una mente creadora, al objeto de que en
algún momento pudiera concluir la etapa de
generación meramente sexual. Ello abriría sin duda
el camino para que al hombre pudiera alcanzar la
verdadera semejanza con sus creadores, los Elohim,
es decir, crear conjuntamente con las fuerzas que
tienen semejante virtualidad, la voluntad y la
imaginación. Sin embargo, dicho plan habría de
quedar interrumpido por la intervención de los
Luciferes, en sí ángeles rezagados, quienes en su
propio interés enseñaron que, mediante la
cooperación sexual, la humanidad tendría posibilidad
de conformar nuevos cuerpos en los que renacer,
haciéndose inmortal. Y para que el hombre
encontrase motivación e incentivo suficiente a tal fin,
fue que infundieron en el hombre la capacidad
pasional de que dispone hoy. Por consiguiente, y de
este modo, la humanidad entró en una etapa de
desvío del plan diseñado, etapa que más allá de
generación, lo que en sí produce es degeneración,
puesto que el ayuntamiento ha pasado a tener lugar
en cualquier tiempo, bajo cualquier condición y
mayormente por puro placer, posesión, o dominio de
un ser sobre otro ser.
Por tanto, una vez que cada ser humano haya
comprenda su verdadero estado y desee comenzar
su camino de regeneración, será protegido por los
Señores de Mercurio, quienes ejercerán de guías
hasta que todos alcancemos aquella finalidad. Este
camino, esotéricamente denominado "sendero", no
es otro que el de la iniciación, parte de la cual no es
otra que la construcción de la denominada "piedra
filosofal" por los antiguos alquimistas y "cuerpo del
alma" por los rosacruces del día. Decir respecto de
los alquimistas que, teniendo sobre todo presente la
extrema y campante intolerancia religiosa habida en
aquel tiempo, optaron y convinieron en utilizar
términos simbólicos apropiados, términos que, sin
mentir, sirvieran al menos entre los estudiantes
avanzados y ellos mismos para dar a conocer
determinados grados, situaciones o estados de
naturaleza espiritual. De aquí parte el que
determinaran relacionar a los ángeles lunares,
gobernantes de las mareas, con el elemento sal; que
relacionaran a los luciferes, espíritus de Marte, con
el azufre, como asimismo y a tales efectos a los
Señores de Mercurio con el propio metal de este
nombre. Utilizaron no obstante una cuarta
denominación, el ázoe, es decir, el "alfa y omega",
compendio y síntesis de los tres elementos
anteriormente citados. Actualmente se le denomina
rayo espiritual de Neptuno u octava de Mercurio, es
decir, la más alta, la más sublimada esencia
espiritual.
Para llevar a cabo una labor tan larga, delicada y
exquisita, los alquimistas tuvieron siempre al cuerpo
humano como recinto de experimentación o
laboratorio al uso, motivo por el que en sus
precisiones descriptivas abundaba una conocida y
común terminología química. Su campo de
observación más importante radicaba en la espina
dorsal, dado que mediaba entre el cerebro, en el
cual operaban los Señores de Mercurio, y los
órganos genitales, donde se hallaba ubicado su
lugar de trabajo y ejercían su dominio los pasionales
y lujuriosos Luciferes. Considerando que la sede de
la conciencia se encontraba aquí, en la espina
dorsal, donde sabían que los ángeles lunares eran
muy activos por medio del sistema nervioso
simpático, regidor de la conservación y bienestar del
cuerpo, designaron su correspondiente sección
como "sal". Se daban cuenta los alquimistas de que
los Luciferes tenían bajo su dominio la parte
relacionada con los nervios motores, distribuidores
de la energía contenida en los alimentos, por lo que
identificaron dicha sección con el nombre "azufre"; y
la tercera y última ubicación, la que registra y
administra las sensaciones llevadas a cabo por los
nervios, y que se encontraba regida por los seres de
Mercurio, acordaron denominarla como tal:
"mercurio".
Y si herméticamente es conocido que el canal que
forman las vértebras no se encuentra lleno de un
fluido sino de un gas, el cual, a semejanza con el
vapor de agua puede condensarse en su exposición
al aire, del mismo modo se conoce que por la acción
vibratoria del espíritu dicho gas puede
sobrecalentarse y convertirse en el ascendente y
esplendente fuego que implica la regeneración. Éste
sería, pues, el lugar de acción de las Jerarquías de
Neptuno, aquél al que los alquimistas determinaron
nombrar "ázoe".
Pues bien, lo que al estudiante se le hacía ver - tal y
como ya hemos advertido - era que efectivamente el
hombre se encontraba en un status entre la planta y
los dioses. Se le hacía comprender que aquélla,
inocente y pura, libre de la desoladora pasión, dirigía
toda su fuerza hacia arriba, hacia la luz, y que
culminaba en la excelencia de la flor, aunque
también se le hacía notar que la planta, además de
obrar exclusivamente en el mundo físico, carecía no
obstante tanto de inteligencia como, por
consiguiente, de libre albedrío, por lo que su
proceder se hallaba determinado, cosa que no
sucedía con los dioses, quienes podían crear tanto
en el plano físico como en el espiritual, si bien eran
puros como la planta, dado que su energía completa
la dirigían hacia arriba y era consumida como su
inteligencia tuviera a bien disponer, o sea, sin el
peligro del mal uso dado que, conociendo
perfectamente el mal y el bien, en su libre albedrío
obraban siempre con sabiduría, es decir, en función
del bien exclusivamente.
En consecuencia, y al hilo de estas enseñanzas
absolutamente vigentes, que el hombre se halla
entre una y otros resulta absolutamente patente:
dispone de inteligencia, de libre albedrío y es un
creador. Pero dado que actualmente se encuentra
dominado por las pasiones infundidas por los
Luciferes - pues dirige su fuerza hacia abajo y no
hacia la luz - la mitad de su fuerza creadora, aparte
de la útil generación, es derrochada en aplacar los
sentidos, por lo que es preciso hacer variar esta
condición de manera previa en aras a que pueda dar
comienzo la presunta regeneración espiritual
propiamente dicha.
En consecuencia, el hombre-aspirante a ser un dios,
es decir, la un hombre evolucionado hasta
encontrarse en posesión de los poderes propios de
un dios, tal y como nos es dado considerarlo, y aún
más, deberá aprender a dirigir hacia arriba, hacia el
cerebro, su energía creadora y usarla de acuerdo a
los mandatos de la inteligencia, o sea, construir con
el poder de la mente y exteriorizar la forma de su
pensamiento a través de la Palabra viva o Palabra
Perdida, aquella que en realidad ha de equivaler y
ser un personal y eficiente Fiat Creador.
Así, pues, tal y como siempre ha ocurrido, todo el
proceso alquímico tiene lugar en la columna
vertebral, pues en ella se encuentran la sal y el
azufre, el mercurio y el ázoe. Y si la meditación
sobre altos valores espirituales y los pensamientos
nobles tienen, junto al altruismo cotidiano, la
virtualidad de poner incandescente la médula
espinal, entonces, sin duda, la energía creadora que
ascenderá por los canales vertebrales será la
denominada "fuego espirito-espinal" o "serpiente de
sabiduría". Ésta, una vez que penetra en la glándula
pineal y el cuerpo pituitario, poniendo a ambos en
vibración y en contacto, abre a su vez los mundos
espirituales, y capacita al ser humano poseedor para
ponerse en relación directa con las jerarquías
espirituales de los mundos invisibles. Este fuego
tiene el poder de irradiar hacia fuera a través del
cuerpo y su aura, por lo que, cuando así ha
sucedido, su dueño se ha convertido en "Piedra
Viva", cuyo esplendor supera – ya hijos de Seth, ya
hijos de Caín – al del diamante o rubí; dicho fuego
es en sí mismo la "Piedra filosofal", el "Cuerpo del
alma", el Soma Psuchicom de que habló San Pablo
Por tanto, es absolutamente conveniente recordar
para este tiempo que, como anunciara el propio
Cristo cuando estuvo encarnado, quienquiera que
pretenda iluminación y esté dispuesto a ser valiente,
desinteresado y servidor abnegado de la humanidad,
ése, podrá llamar porque se le abrirá y nadie deberá
dudarlo. El esfuerzo y la perseverancia en el bien
señalado, convertirá al aspirante decidido en la
"Piedra filosofal", en la "Piedra Viva", aquélla de que
acabamos de hablar.
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del libro "Los Rosacruces" de Antonio Justel
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