Del hipnotismo
En el hipnotismo, lo primero que hace el hipnotizador
es preparar a su presa, la induce a que se deje
llevar, a que se haga absolutamente pasiva para que
obedezca sus órdenes; es el momento en que aquél
comenzará a trabajar sobre la cabeza del cuerpo
vital de la víctima hasta lograr descolgárselo y que le
cuelgue sobre los hombros en forma de espesos
rollos alrededor del cuello.
Es a partir de ese momento cuando la conexión
directa entre el Ego de la víctima y el cuerpo denso
ha dejado de existir, por lo que se encontrará en una
situación similar a la del sueño, en la que el Ego sale
fuera de su vehículo y únicamente subsiste como
unión entre ellos el cordón de plata. Sin embargo,
esta es la ocasión buscada por el hipnotizador
porque precisamente es cuando llena con su propio
éter la cabeza de la víctima, medio perfecto por
medio del cual adquirirá poder total sobre ella, pues
le va a permitir darle órdenes, las cuales aquélla
cumplirá sin rechistar. Por tanto, la voluntad del
hipnotizador sobre el hipnotizado se basa en una
relación de imperio.
Una vez que el hipnotizador ha logrado su propósito,
es decir, establecer por una vez contacto
y dominio sobre alguien, le va a permitir sostener
dicho control durante todo el tiempo que el
dominante desee, sin importar la decisión de la
víctima, así como tampoco importará la distancia.
Sólo la muerte puede romper vínculo establecido.
Por tanto, no sólo lo hacemos saber, sino que lo
decimos notoriamente alto y claro a fin de que
cualquier lector tome sus precauciones tocantes a
esta cuestión. Resulta verdaderamente lamentable
ver a menudo, como espectáculo de gran atracción,
cómo las presuntas e inmediatamente víctimas,
suben animosas al escenario con caras sonrientes
en busca tal vez de una situación de zozobra
insospechada. Es cierto, evidentemente, que lo
hacen de manera voluntaria, al menos en Occidente,
pero de cualquier manera estimamos preciso lanzar
un S.O.S. escrito y general que trate de prevenir de
verdaderas e ignoradas ignominias.
Consecuentemente, y de semejante manera a como
lo hacíamos respecto de reuniones espiritistas, y
sobre todo de ouija, recomendamos evitar y hasta
presenciar demostraciones hipnóticas, dado que
siempre existe el peligro de que algún espíritu del
bajo astral se nos adhiera y nos cause molestias
inesperadas. Por parecidos motivos tampoco es
recomendable quemar incienso, puesto que, al
inhalarlo, aspiramos a un tiempo espíritus
elementales (creaciones demoníacas propias o de
terceros formadas ya a base de éter, de materia de
deseos o mental), los que nos incitarán a la
sensualidad más depravada o a llevar a cabo
prácticas negativas que en el mejor de los casos
retardarán sin duda nuestro desarrollo espiritual.
Como a través de lo dicho y advertido podrá
observarse, existen medios en apariencia inocuos
que inevitablemente pueden conducir a la
dependencia o a la total esclavitud, por cuya
apariencia resulta a veces es muy difícil detectarlos y
realmente comprender ciertas acciones de
determinadas personas. ¿Acaso no hemos leído o
escuchado alguna vez a un asesino o asesina que al
tratar de justificarse manifestaba que "una voz que
escuchaba dentro de sí le ordenaba herir o matar”?
Pensar siempre de forma positiva y sin admitir que
nadie puede entrometerse y ordenar nuestra
conciencia y dominar nuestro Yo, es un
buen método para andar diariamente sin temor.
Estas enseñanzas van dirigidas, no obstante, y
precisamente, a emancipar la propia voluntad frente
a la de cualquier otro y a tener confianza en sí
mismo frente a toda contingencia y dificultad. La
liberación no consiste sólo en el dominio frente a uno
mismo, también frente a cualquier voluntad extraña y
opresora.
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del libro "Los Rosacruces" de Antonio Justel
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