XV
CRISTO Y JESÚS, sus respectivas identidades y
diferencias
Cristo es el más elevado iniciado de los Arcángeles
durante el Período Solar, el segundo del septenario
plan en el que se encuentra inmersa la evolución del
hombre. Por tanto, en aquel momento los arcángeles
constituían la correspondiente humanidad,
humanidad en la que el cuerpo más denso estaba
formado de materia de deseos. Ello conlleva
necesariamente que los arcángeles sean verdaderos
expertos en la construcción de cuerpos de dicha
sustancia, pero sin poder conformar otros en
mundos más bajos por la sencilla razón de
desconocer el medio y método de construcción,
dado que nunca han pasado por una evolución
semejante a la del hombre. De ahí que Cristo, como
tal arcángel, y en concordancia con lo expuesto, en
principio le hubiera resultado imposible de todo
punto construir un cuerpo físico y tridimensional, cual
es el nuestro, para encarnar y ejercer nuestra
redención aquí en la Tierra, dándose la circunstancia
– según una ley cósmica – de que nadie puede
funcionar en un mundo determinado si no poseyese
un vehículo adecuado para funcionar en él. Que
hubiera podido intervenir desde el Mundo de Deseos
cual hacían los Espíritus de Raza, sí, obviamente.
Pero no era ése el plan concebido para la
humanidad, pues Cristo debía nacer como un
"hombre entre los hombres", es decir, desde dentro y
no aparecer milagrosamente, o incluso en el sentido
a como lo hicieron los Señores de Venus o Mercurio
en la antigüedad, pues el hombre disponía de libre
arbitrio y por él mismo debía admitir o no el
ministerio de Cristo.
Entonces ¿quién era Jesús? Jesús, al igual que
José, su padre terrestre, desde el punto de vista
espiritual era un constructor, un tekton, palabra
griega que originalmente fue empleada con el
significado de "carpintero", era un hijo de la luz o
francmasón verdadero, aquél que se esfuerza por
construir el templo místico o modelo divino dado por
el Padre, motivo por el que dedica a ello todo su
corazón, con toda su alma y toda su mente. Esta es
la aspiración del tekton y su guía: la de ser el mayor
en el reino de Dios y, por tanto, deberá ser al mismo
tiempo el sirviente de todos.
Jesús nace en los tiempos en que aproximadamente
refiere la Historia y no en el 105, a.C., como alguna
obra ha señalado, pues el individuo a que se hace
alusión bajo la misma denominación – muy común
por otro lado en Palestina en aquel entonces –
efectivamente era un iniciado, si bien lo había
conseguido a través de la iniciación egipcia y no
esenia, cual fue la de Jesús de Nazareth. María y
José, sus padres, fueron asimismo dos iniciados de
rango muy elevado, motivo por el que el hecho de
"conocerse" devino en sí no con la desatada pasión
del común, sino como un acto de profundo y
limpísimo amor a través del cual podían ofrecer al
Señor el oportuno cauce para, mediante el cuerpo
de Jesús, su hijo, fuese posible el advenimiento del
Gran Espíritu Redentor de la humanidad, el Espíritu
de Cristo. Ambos, José y María, mucho antes del
tiempo de que tratamos, fueron conscientes por
completo de "la encarnación que habría de venir", y
durante edades trabajaron para perfeccionar sus
cuerpos y sus espíritus a fin de procurar acceso a la
Tierra al que sería El Redentor. Este apunte, en el
sentido explicado, se halla reconocido del mismo
modo por San Agustín que dice: “… lo que hoy se
denomina religión cristiana existía entre los antiguos
y nunca cesó de existir desde el origen de la raza
humana hasta que el mismo Cristo llegó y el hombre
comenzó a llamar cristianismo a la verdadera religión
que ya existía antes." El cristianismo continuó, por
tanto, y exactamente, en el lugar donde las
revelaciones previas habían cesado.
Es este uno de los dogmas católicos que deja de
serlo tan pronto es explicado y comprendido.
Ninguna alma pura puede nacer a través de un alma
impura y viceversa, pues así es como actúa la ley de
afinidad. Del mismo modo, ningún Salvador puede
nacer de alguien cuya virginidad de alma no
permanezca a través del acto físico de la
concepción. No se trata, pues, y en ningún caso, de
una condición de naturaleza meramente física.
Todas las Grandes Religiones de Raza y en todos
los países se hace alusión a "Aquél que debe venir",
pero no así la cristiana, que hace referencia a Aquél
que debe volver, cual si todas ellas fuesen un
escenario previo, una preparación para la "Luz del
Mundo", cual es la del Sol, en cuyo centro Cristo
habita. No olvidemos que, por ejemplo, en Egipto se
adoró a Osiris e Isis, en Babilonia a Izdubar e Istar,
en Grecia a Apolo y Atenea, en India a Buda y su
madre Maya, en Persia a Zoroastro y a Ainyaita,
como, asimismo se adoró en Palestina a Jesús y la
Virgen María.
¿Y de qué habría de redimirnos Cristo? Como bien
puede suponerse, para concebir y llevar a cabo un
plan cósmico - y sabiendo que en la economía de la
Naturaleza la oportunidad y el aprovechamiento y
eficiencia de las energías es máximo - es fácil
deducir que los motivos para venir Cristo a la Tierra
debieron ser varios y de redención simultánea: Así,
piénsese que, hasta entonces, habíamos vivido bajo
la ley de Jehová, quien, al utilizar como vehículo de
funcionamiento terrestre el Mundo del Pensamiento
Abstracto, vehículo que tiende a la separatividad y al
egoísmo personal, la unidad resultaba de todo punto
imposible para la condición del unificador Espíritu de
Vida, vehículo de Cristo; y la humanidad, en su
camino evolutivo, debía pasar de una situación de
Ley y, por tanto de pecado, debido al incumplimiento
de aquélla, a otra de Amor, a una situación en la que
cada hombre pudiera reconocer como igual a su
semejante y, mediante el sacrificio propio y una
entrega personal y amorosa, condujese a la
fraternidad universal; su implementación debía
hacerla desde "dentro", es decir, desde el interior de
la raza, nacer como "hombre entre los hombres",
única posibilidad de conquistar las normas religiosas
dadas por el Espíritu de Raza - Arcángel Miguel -;
otro de los motivos-fundamento de la venida de
Cristo fue el que, bajo el egoísmo desatado por la
tendencia a la separatividad, el patriotismo deducido
por las religiones jehovísticas, y las pasiones
inducidas por los Espíritus Luciferes para la
generación de cuerpos en cualquier tiempo o por
simple gozo (el gasto sin finalidad generativa de la
fuerza creadora es el denominado "pecado contra el
Espíritu Santo", o de lujuria, el que no se perdona) la
atmósfera en que se desenvolvía la humanidad era
tan densa, tan difícil de concebir un acto noble y
llevarlo a la práctica, que, en realidad, casi no existía
la vida celeste, por lo que la vía de la evolución se
encontraba absolutamente atascada, puesto que le
mejora no existía y sí las condiciones de que pudiera
darse una verdadera retrogradación y práctica
desaparición de la estirpe humana.
De modo que, en el momento de la inmersión en las
aguas del Jordán, (de forma similar a la Pila de la
Consagración o Mar Fundido de los Misterios
Atlantes) fue el momento elegido para que se
produjera la toma por Cristo tanto del cuerpo denso
como del cuerpo vital de Jesús. De aquí el nombre
de Jesucristo (Jesús-Cristo, o Cristo-Jesús), quien a
partir de ese instante pasaría a poseer la cadena
ininterrumpida de los doce vehículos que median
entre el mundo físico y el propio Trono de Dios y, por
tanto, a ser el único mediador verdadero y abogado
del hombre. Él no sólo es la Luz Espiritual del Sol y
Luz del Mundo, sino la expresión consumada del
Amor, sentimiento que se expresa a través del
corazón y que, andando el tiempo, vencerá al
luciferino cuerpo de deseos, asiento principal del
Espíritu de Raza, que exige "ojo por ojo y diente por
diente" a través del sentimiento de venganza. Los
elevados sentimientos de compasión, misericordia,
perdón y justicia, queramos o no, van alzándose de
continuo aun bajo el marasmo del egoísmo y la
violencia, pero de seguro que, en sus alas, acabarán
llevándonos hacia épocas luminosas de altruismo,
de solidaridad y verdadera fraternidad planetaria.
Concluyendo, pues, queremos resumir diciendo que
si bien el Arcángel Cristo es el Redentor, el más
elevado iniciado del Período Solar, Jesús es un
espíritu humano - probablemente el más elevado
iniciado del Período Terrestre una vez éste haya
concluido -, quien habiendo conocido de antemano
su esfuerzo preparatorio y el sacrificio a que debía
someterse, cedió voluntariamente su dos vehículos
inferiores a Cristo – cuerpo denso y cuerpo vital – a
fin de que Aquél tuviese acceso a nuestro planeta y
pudiera ayudarnos en nuestra evolución mediante
una nueva y superior fase. (Oportunidad de insertar
una nota como la presente: donde no crezca el trigo
no ha de florecer el cristianismo)
*
del libro "Los Rosacruces" de Antonio Justel
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