Período Lunar
Si la característica principal del Período de Saturno
fue la de "calor" y la del Período Solar la de "luz", o
resplandeciente calor, la más sobresaliente del
Período Lunar la podemos catalogar como de
"humedad". Constaba de un centro o núcleo de
costra ardiente y, alrededor, en contacto con el
inmenso espacio exterior y el frío en él generado,
existía una espesa humedad, la cual, siendo
transformada permanentemente en vapor por el
calor, permitía que se elevase hasta la periferia para
una y otra vez retornar hacia el centro en una
especie de sesión interminable de lucha entre
elementos. De aquí que, en ocultismo, a los globos
de este período se les denomine "agua" y sea
descrita su atmósfera como "niebla ígnea", pero,
obviamente, no eran de agua.
En el alborear de este período reaparecieron los
Señores de la Sabiduría, quienes a la vez que traían
consigo los gérmenes correspondientes al hombre
hasta ese momento, junto a los Señores de la
Individualidad (Virtudes) – que se hicieron cargo de
la evolución en este período – llevaron a cabo tanto
la remodelación del cuerpo denso, al que
posibilitaron para que formara órganos digestivos,
glándulas y otros. Aún no era un cuerpo denso al
uso, sino etérico, aunque visible a la observación del
clarividente debidamente educado. Asimismo lo
reconstruyeron para que pudiese ser interpenetrado
por un cuerpo de deseos y pudiera desarrollar un
sistema nervioso y muscular, como también un
esqueleto aún muy primario.
En la segunda revolución, dichas jerarquías
modificaron el cuerpo vital para que pudiese ser
interpenetrado posteriormente por un cuerpo de
deseos. Y, naturalmente, habría de ser en la tercera
revolución, - en la que correspondía dar comienzo el
trabajo específico del período – cuando los Señores
de la Individualidad (Virtudes) emitieron de sí
mismos la sustancia precisa para que el hombre
construyese un germen de deseos, incorporándolo
durante las revoluciones tercera y cuarta a los
cuerpos denso y vital que ya poseía.
En la quinta revolución, y de forma voluntaria,
vinieron los Serafines para despertar el tercer
principio o aspecto de nuestro triple espíritu: el
Espíritu Humano. A lo largo de la sexta revolución
volvieron a aparecer los Querubines para eslabonar
el Espíritu de Vida con el recién germinado Espíritu
Humano; y en la revolución séptima, habrían de
hacerlo los Señores de la Llama (Tronos) para
hacerlo entre el Espíritu Divino y el Humano.
Por tanto, si el hombre antes del inicio del Período
de Saturno era una entidad omniconsciente mientras
se encontraba en cuanto que espíritu de tal
naturaleza en el Mundo de los Espíritus Virginales y,
en definitiva como Dios, en Quien (y no de Quien) se
diferenció, no estaba sin embargo consciente de sí
mismo, de su propio Yo, labor que en buena parte
corresponde al proceso evolutivo, si bien, antes,
habrá de ser sumergido en un lecho gradual de
materia y ser privado de aquella omniconsciencia.
Esta inmersión, como ya se ha apuntado en otro
lugar, comienza con el velo del Espíritu Divino y
tiene lugar en el Período de Saturno; más tarde es
sumergido en el velo del Espíritu de Vida en el
Período Solar, siendo en el Período Lunar, cuando,
por así decirlo, fue introducido en el velo del Espíritu
Humano – Región del Pensamiento Abstracto – y
cuando quedó cegado definitivamente, por lo que el
hombre en ciernes perdió su omniconsciencia y ya
no pudo traspasarlo y mirar hacia fuera y ver a los
moradores de los mundos invisibles con los cuales
se encontraba en contacto permanente. De aquí que
tuviera que dirigir su atención "hacia dentro", hacia sí
mismo para encontrarse y percibirse como un Ego
diferente y separado de todos los demás. Es digno
de ser notado aquí que mientras el hombre se
encontró aún dentro del Espíritu de Vida – el cual es
un mundo de alcance universal – podía tener
conciencia de aquella universalidad de la existencia
de la vida, y que, sin embargo, con la ceguera
espiritual impuesta por el tercer velo, el Espíritu
Humano, fue cuando comenzó a tener lugar en él la
impresión ilusoria de la separatividad, la que, siendo
efectiva y únicamente propia del proceso
correspondiente a la involución, paulatinamente
habrá de ser disuelta a medida que la evolución
arranque y eleve al hombre sobre su inmersión en la
materia, hecho con el que no sólo adquirirá de nuevo
la omniconsciencia, sino que añadirá a un tiempo la
conciencia obtenida de sí mismo.
La conciencia propia de este período se corresponde
a la del sueño con ensueños, es decir, tiene similitud
con la de los animales actuales, si bien la del
hombre es de naturaleza racional. A la vista del
clarividente, el hombre Lunar aparece entre aquella
niebla ígnea citada más arriba como suspendido de
cordones, muy cercano a la manera en que
actualmente el embrión cuelga de la placenta por
medio del cordón umbilical. A través de estos
cordones fluían corrientes nutricias, de manera
similar al juego que desempeña nuestra sangre en
los organismos presentes, si bien anotando que
entonces la sangre aún no era roja, puesto que esta
condición ha sido adquirida con posterioridad. No
respiraba naturalmente en aquel entonces por
pulmones, sino por una especie de branquias que
aspiraban y expulsaban el vapor casi hirviente de la
niebla ígnea. Esta fase aún se recapitula hoy día,
pues el ser humano, en un momento determinado de
su proceso gestatorio tiene branquias. Y, como una
similaridad más con los animales, la disposición de
la espina dorsal de aquel ser era asimismo la de la
horizontalidad.
Antes de concluir el Período Lunar, el globo que
constituía el campo para nuestra evolución además
de otra evolución distinta, sufrió una división. Esta
división fue motivada por la alta cristalización a que
el hombre había sometido la parte por él habitada,
hecho éste que impedía la evolución del resto de
vibrantes seres que compartían globo, por lo que,
por medio de la fuerza centrífuga, el globo
compartido expulsó de sí al espacio la parte más
inerte, parte que comenzaría a girar alrededor de la
ígnea y luminosísima región central.
Si aprovechamos la ocasión para la observación
meticulosa y así evitar errores actuales de concepto,
podremos darnos cuenta de que, cual ley cósmica,
cuando en el mismo lugar de desenvolvimiento una
parte es cristalizada por la baja vibración (evolución
espiritual) de otros, esta parte será expulsada y
apartada a la distancia oportuna en el espacio para
que los seres evolucionantes que la ocupan puedan
continuar progresando, donde girará en torno de la
parte de alta vibración en calidad de un satélite. Este
fue nuestro caso, fuimos expulsados. El planeta
formado se condensó con relativa facilidad y
prontitud, cual luna sin fases y con la mitad
permanentemente iluminada y la otra mitad oscura –
cual ocurre en la actualidad con Venus – y allí
permanecimos durante el resto de este Período
Lunar. En esta especie de luna, unas corrientes del
Espíritu Grupo circulaban a su alrededor, corrientes
que el hombre incipiente seguía instintivamente
desde la parte luminosa a la oscura donde tenía
lugar una cierta propagación – semejante a la que
habría con posterioridad en la Época de Lemuria y
guiada por los Ángeles -, de cuyo atavismo son
tributarias las migraciones de aves de paso, los
cuales responden al impulso del Espíritu-Grupo, e
incluso esa tendencia aún de nuestros viajes de
"luna de miel", síntoma esquemático de lo
impregnado que desde entonces quedó en el
hombre el hecho correspondiente a la fecundación
en sí.
En este estadio de nuestra evolución éramos
capaces de emitir sonidos en cuanto que sonidos
cósmicos, los cuales no eran expresiones de dolor o
alegría, puesto que en ese entonces no había
individuos concretos sino en proyecto aún, puesto
que ello, y andando el tiempo, no habría de llegar
hasta encontrarnos en el Período Terrestre.
La Noche Cósmica sobrevino obviamente tras este
Período Lunar, por lo que sus globos fueron
disueltos y reabsorbidos en el Caos. De allí
reemergerían los átomos-simiente para la
reorganización los globos que habrían de sustentar
el Período Terrestre.
Los Señores de la Forma (Potestades) habían
evolucionado lo suficiente como para tomar a su
cargo el desarrollo de nuestro tercer aspecto
espiritual en el Período Terrestre: el espíritu
humano. Asimismo, y ya, dentro de este período
último, los Señores de la Mente (Principados)
alcanzaron el estado Creador, por lo que ellos fueron
quienes de sí mismos emitieron el germen preciso
con que nosotros procuramos construir una mente
organizada y eficiente. A ellos fue a quien San Pablo
dio el nombre de "Poderes de las Tinieblas", puesto
que fue en el Período de Saturno – período
caracterizado por la absoluta oscuridad - en el que
surgieron como humanos. En los tiempos actuales
trabajan exclusivamente con la humanidad, pues es
este reino el único que detenta la posesión de una
mente. Los Arcángeles, dado que fueron humanos
en el Período Solar, se convirtieron en especialistas
en la construcción del cuerpo de deseos, la más
densa materia de dicho período, circunstancia que
los acredita como especialistas para dirigir funciones
respecto del vehículo del deseo, y ello tanto del
hombre como de los animales. Y, por último, los
Ángeles, quienes estando su cuerpo compuesto de
éter y habiendo alcanzado el estado humano en el
Período Lunar, se encuentran muy capacitados para
la construcción del cuerpo vital. En función de ello,
son instructores no sólo respecto del hombre, sino
también de los animales y vegetales en lo
concerniente a crecimiento, propagación, nutrición,
etc.
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del libro "Los Rosacruces" de Antonio Justel
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