1 B.- La separación de los sexos
El espíritu es bisexual y no asexual. Piénsese que,
en este último caso, el cuerpo, en cuanto a la forma,
también sería irremediable asexual, puesto que éste,
en el mundo tridimensional, no es sino la
manifestación externa del espíritu individual e interno
que lo creó.
En cambio, en los mundos internos del hombre,
la sexualidad se pone de manifiesto mediante dos
fuerzas muy distintas si bien complementarias. Una,
la voluntad, en cuanto fuerza masculina y en
consonancia con las fuerzas solares, y otra la
imaginación, en cuanto fuerza femenina y ligada a
las fuerzas lunares, hecho éste palpable tanto por el
poder imaginativo que ostenta la mujer como por la
influencia que ejerce la Luna sobre el organismo
femenino.
Durante la Época Hiperbórea, cuando aún
permanecían en el sol la Tierra y la Luna, las fuerzas
masculinas y femeninas obraban sin dificultad en los
respectivos cuerpos del hombre.
Sin embargo, una vez que la Tierra fue separada del
sol y posteriormente la Luna lo hubo sido de la
Tierra, las fuerzas solares y lunares, bajo el nuevo
status, no encontraron modo posible de ejercer
la igualdad con que lo habían efectuado
anteriormente, por lo que determinados cuerpos se
prestaron mejor a la recepción solar y otros a la
lunar, es decir, unos seres se inclinaron hacia el
desarrollo intenso y predominante de la
masculinidad y otros de la feminidad.
En esta etapa el hombre era hermafrodita, capaz de
dar lugar, cual determinadas plantas, a otro ser por
sí mismo, sin intervención exterior alguna. Sin
embargo, a efectos de que aquél pudiese llegar a
convertirse en verdadero creador, similar a los
Elohim, resultaba indispensable que pudiera
disponer de un cerebro que, albergando la mente,
permitiera utilizar la materia mental para razonar y
concebir imaginativamente aquello que por sí mismo
libremente desease crear. Y, de similar forma, era
preciso que dispusiera de un instrumento cual es la
laringe, capaz de articular y emitir con el tiempo la
palabra creadora. No de otra forma pudo emanar del
Uno La Palabra, el sonido, el Fiat Creador citado por
San Juan, a través del cual "La Palabra se hizo
carne" y no por medio de encarnar y tomar la figura
de un cuerpo físico, sino "haciéndose carne" a través
de todo lo que es y constituye la materia
del universo con sus millones y millones
de sistemas solares. La consecuencia fue que,
mientras una mitad de energía creadora, ya
masculina ya femenina, ascendía para la
conformación y desarrollo del cerebro y la laringe, la
otra mitad que libre para darla a otro ser y poder
llevar a efecto el acto de generación de nuevos
cuerpos. Es en este preciso momento cuando el
hombre deja de "conocerse a sí mismo" para pasar a
"conocer" a su esposa, cuya resultante habría de
consistir en el advenimiento de los hijos físicos tal
cual son conocidos.
Si observamos con atención el proceso, podremos
nos daremos cuenta de que, a partir de aquí, se ha
producido un lapsus de tiempo especial, el cual
comienza al ser expulsado el hombre del Jardín del
Edén, o región etérica -, hacia la mitad de la Lemuria
- en plena involución y camino del nadir de la
materialidad, para cruzar ésta e, investido ya su ser
de mente y convertido en humano, comenzar a
elevarse mediante un proceso evolutivo de
regeneración, regeneración que deberá durar hasta
que vuelva a conocerse internamente por sí solo y a
sí mismo. Habrá tornado entonces no sólo a ser
hermafrodita como antaño fue, sino que por medio
del pensamiento podrá imaginar, concebir y dar
expresión concreta a sus criaturas mediante la
palabra creadora, la "palabra perdida", aquélla con la
que en sus primeros estadios en la Lemuria usó para
construir formas físicas de animales y vegetales.
Esta consecución es precisamente a lo que se
refería aquella famosa inscripción que se hallaba en
el frontispicio del Oráculo de Delfos y que rezaba:
"Hombre, conócete a ti mismo", es decir, "engendra
dentro de ti mismo".
No obstante, hagamos notar que si bien el hombre,
con la construcción del cerebro (en cuya
construcción fue ayudado directamente por los
ángeles) y la laringe, dio un paso gigantesco en
dirección a sus futuros desarrollos creadores, no es
menos cierto, evidentemente, que le costó a cambio
la posibilidad – al menos transitoria – de procrear
una unidad completa en sí mismo y por sí mismo.
Ello habría de dar lugar, tras haber sufrido esta
pérdida, a la labor conductora angélica anual a fin de
que el hombre se reprodujera por medio de un
apareamiento inconsciente, y a que, más tarde,
tuviese lugar la denominada "caída" debido a la
intervención de los Luciferes en el sistema
de reproducción, como ya ha sido reseñado.
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del libro "Los Rosacruces" de Antonio Justel
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