humana compasión y amor

”el
propósito de la vida no es felicidad sino experiencia"…


Ningún hombre ama a Dios si aborrece a sus semejantes,
Quien pisotea el corazón o el alma de su hermano;
Quien busca encadenar, nublar o ensombrecer la mente
Con miedos del infierno, no ha percibido nuestra meta.
Dios nos envió todas las religiones benditas
Y Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida,
Para dar descanso al de pesada carga
Y paz para el dolor, el pecado y la lucha.
Contemplad al Espíritu Universal que ha llegado
A todas las iglesias, no a una solamente;
En la mañana de Pentecostés una lengua de fuego
Rodeando a cada apóstol como un halo brilló.
Desde entonces como buitres famélicos y voraces,
Hemos combatido a menudo por un nombre sin sentido,
Y buscado dogmas, edictos o credos,
Para enviarnos los unos a los otros a la hoguera.
¿Está Cristo dividido entonces? ¿Fue Pedro o Pablo,
Para salvar al mundo, clavado al madero?
Si no, ¿por qué, entonces, tales divisiones?
El amor de Cristo abarca tanto a vosotros como a mí.
Su puro dulcísimo amor no está confinado
Por credos que segregan y levantan una muralla.
Su amor envuelve y abraza a toda la humanidad,
No importa lo que nosotros nos llamemos de Él.
Entonces, ¿por qué no aceptar Su palabra?
¿Por qué sostenemos credos que nos separan?
Sólo una cosa importa ser oída;
Que el amor fraterno llene todos los corazones.
Sólo hay una cosa que el mundo necesita saber,
Sólo hay un bálsamo para todos los dolores humanos,
Sólo hay un camino que conduce hacia los ciclos,
Este camino es: humana compasión y amor.
--Max Heindel

ver vídeo: CREDO o CRISTO

*
del libro Concepto Rosacruz del Cosmos de Max Heindel

*
* *

*




CONCEPTO ROSACRUZ DEL COSMOS

CONCEPTO ROSACRUZ DEL COSMOS
Max Heindel

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miércoles, 28 de mayo de 2014

Los Rosacruces - Sabiduría Occidental - Antonio Justel



Los Rosacruces
- Sabiduría Occidental -
Antonio Justel

Unas palabras de presentación

… que las distintas sociedades en que
se estructura el mundo occidental constituyen en la
actualidad el frente más avanzado de la civilización,
es una conclusión que resulta prácticamente
indestructible.
Ello es fehacientemente obvio si reparamos en
cuestiones tales como: el nivel tecnológico
alcanzado, la marcada tendencia a asumir los
dictados de la razón como instrumentos de primer
orden para la resolución de conflictos, el naciente
sentido de cooperación para llevar a buen puerto
cometidos y empresas colectivos, los
valores primordiales en que aquéllos se asientan,
ya justicia, ya pluralidad e igualdad, ya solidaridad,
los cuales dan nacimiento y solidez al sistema no ya
sólo democrático sino mayormente y también
republicano, sin prescindir en ningún caso de la
amplia y universal defensa de los Derechos
Humanos, etc., etc.
Desde tiempos antiguos – y con notoriedad desde el
Período Helénico – de una u otra forma
el desarrollo del intelecto no ha tenido tregua en
el mundo occidental, pues ha pesar de las "edades
oscuras" fue no obstante capaz de reconcentrarse
para sobrevivir en pequeños reductos y emerger
pujante con la llegada del Renacimiento y
la Ilustración después, e imposible de ignorar en las
últimas décadas, plenas de éxitos científicos, de
logros en todas las orillas y apartados del saber. El
progreso científico y material, por tanto, ha sido
enorme. Este progreso ciertamente nos ha
removido, nos ha arrancado de la postración en que
nos había sumido la primera mitad del siglo XX y ha
logrado insertar en nuestra concepción de vida el
hecho incuestionable de la celeridad y la posibilidad,
dotándonos de un impulso de naturaleza mental que
viene a proporcionar sin duda confianza y licitud en
un trabajo mundano arduo, riguroso, organizado.
A escala mundial, tal es hoy Occidente en este
exclusivo aspecto. Más ¡… ay! Ello, naturalmente, no
es todo.
"No he venido a traer la paz, sino la espada",
anunció el mismo Cristo, anticipando así lo que
habría de venir a este mundo occidental cuando
invocara su nombre y asumiese su defensa. Por lo
que, si observamos y meditamos acerca de cómo se
ha pergeñado y consolidado aquel, pero ya actual,
devenir occidental, posiblemente pudiéramos
convenir en que, tras tanto dolor y sangre derramada
no solo por meras guerras colonialistas,
por derechos hereditarios o de pura y
dura conquista, sino por guerras de religión también,
el conjunto occidental ha conseguido adentrar en
su conciencia una reflexión consciente y madura
acerca de que era preciso separar con
nitidez Estado e Iglesia o iglesias, a la vez que
hilvanando una suerte
de tratados con métodos civiles y civilizados
de diálogo que permitieran preservar la paz y la
concordia, la digna convivencia en suma.
Todo cuanto sustenta lo anterior, y como entraña de
nuestro "manifiesto" debemos señalar no obstante,
de forma netamente marcada, dos cuestiones
de naturaleza sustancial: Así, a) En
algunos sistemas de Yoga se pide que el yogui se
siente en determinadas posiciones a fin de que
ciertas corrientes cósmicas, mediante un sistema
de respiración, puedan influir en su cuerpo de una
manera concreta, es decir, produciendo los
resultados previstos. Pero, si eso es así para un
hindú, por ejemplo, sería en cambio y por demás
inútil para un europeo, dado que éste, debido a su
forma de vida, se mostrará completamente
insensible para con las corrientes aludidas. Y es
que, siendo los modos de vida tan diferentes, como
asimismo los sistemas de pensamiento seguidos,
obvio debe ser que la sensibilización de los
vehículos de los occidentales y los orientales sea en
consecuencia en extremo diferente. En coherencia
con ello, resultaría, pues, inútil para nosotros adoptar
unos métodos, dado que no responden a lo que en
verdad necesitamos para la unión entre el Yo
Superior y el Inferior, meta perseguida de naturaleza
eminentemente espiritual. En las Enseñanzas
occidentales los resultados espirituales, pues, en
ningún caso se consiguen mediante ejercicios
físicos. Tampoco debe pasársenos por alto resaltar
en este punto el hecho de que, lo que realmente
acontece en un occidental, bajo el impulso de las
corrientes citadas, propiciadas por aquellas posturas
de asiento y los consiguientes métodos de
respiración, es que, en los occidentales, conduce a
que los átomos prismáticos del cuerpo vital sometan
a los núcleos de los átomos del cuerpo a tan alta
vibración (excitación) que, de hecho, y en algunos
casos, logran sacar el cuerpo vital fuera del cuerpo
denso, por lo que el afectado probablemente irá
andando bajo una sensación a como si flotase y
absolutamente descompensado, o, cuando no,
dando lugar a problemas de percepción y conexión
entre ambos vehículos con resultado de locura en no
pocos de los casos estudiados; b) Todas las
escuelas de ocultismo del mundo se dividen en siete
porque ese el número en que los Espíritus Virginales
se segregan como tales Rayos de Vida, por lo que
cada escuela u orden pertenece necesariamente a
uno de tales Rayos, del mismo modo a como que
sucede con cada individuo aisladamente
considerado. De aquí que, cualquier persona que
busque instrucción al amparo de un Rayo que no
sea el suyo, no podrá alcanzar beneficio espiritual
alguno, pues no podrá haber armonía entre los
instrumentos que se utilizan y los vehículos a que se
aplican. Y, desde luego, no olvidemos que tanto la
Naturaleza como directamente los Guías de la
Humanidad tienen siempre a nuestra mano aquello
que en cada momento necesitamos para nuestro
progreso y desarrollo.
Por tanto, todo Occidente, en términos comúnmente
aceptados, si bien es depositario de un ethos
concisamente espiritual, producto de un sufrimiento
largo y sin cuento, también es cierto que en general
optó por acogerse y reposar en su momento en
los principios aligerantes y amorosos del Cristo, y
este es un momento muy oportuno para hacer
constar sin reservas que los rosacruces no creen en
el azar.
Hoy, sin embargo, mediante el auge económico, el
sentido globalizador del tiempo y tras las soberbias
brechas que apresuradamente abre ante nosotros
el conocimiento científico, a rebufo de tan
numerosas estelas, con flagrante y estricto silencio
espiritual, se abre el abismo que un día y otro
contribuye a separar más y más la mente
del corazón del hombre. Corre, pues, la mente
sobre bancos de datos y análisis de laboratorio,
sobre concreciones materiales pretendiendo saber,
por lo que trata de convencerse de la resultante de
sus propios y grandes hallazgos y se convence; pero
mientras, y sin embargo, el corazón siente el impulso
de lo excelso, de aquello que, cual
inexpresable luz llena de infinitud y armonía, se
expresa haciéndonos intuir la verdad inequívoca de
la vida universal y una. Es el alma humana
pretendiendo remontarse una y otra vez sobre las
limitaciones con que, en Occidente y en todas
partes, aún se encuentra hoy. Aherrojado, pues, el
corazón y callada el alma, doblegada y, por ello,
sumisa al intelecto, al hombre le resulta imposible
caminar de forma completa y armoniosa, pues es
evidente de que, con base en su rigor absoluto, la
sola razón crea y recrea monstruos. Hemos de
renovar con denuedo el principio indestructible de
que el ser humano no es únicamente fuerza bruta e
intelecto, ya que, si así fuera, no existirían
los valores morales ni, por ende, los derechos
humanos y la vida no valdría nada, el amor no
existiría ni, por tanto, la ayuda, la compasión, la
misericordia. Con la Teoría de Darwin y poco más
bastaría. La aspiración hacia un mundo mejor y más
elevado sería una tarea irreal, de todo punto
imposible.
Por tanto ¿ es que no hemos de hallar algún terreno
en el que cabeza y corazón, mente y alma trabajen
conjuntamente, de la mano, tornándose en unión
más elevados, más eficientes, y proporcionándose a
un tiempo mutuamente una más que equitativa
satisfacción? Y si alentamos esta proposición es
porque, siendo cierto que no puede haber
contradicciones en la Naturaleza, la unión de mente
y corazón no puede sino producir resultados
positivos en su complementariedad, en su utilización
simultánea en cuanto recursos, en cuanto
instrumentos, a la vez que asumiéndose el
hombre tal cual es. Con alguna precisión, bien
podemos insertar aquí aquella frase sabia que reza:
"el conocimiento hincha, pero el amor construye".
La orden de los Rosacruces - Heraldos de la Era de
Acuario, orden no dogmática - que fue fundada
especialmente para aquellos cuyo elevado grado
de desarrollo intelectual les obligaba u obliga a
repudiar el corazón, estima que mediante una mente
amplia y limpia, y un corazón grande y noble, el ser
humano es capaz de remontarse no sólo sobre sí
mismo y obtener el más elevado conocimiento
acerca de quién es, sino también acerca de aquello
de que es parte integrante. De donde se sigue que,
teniendo como punto de partida que el
conocimiento intelectual no es más que el medio que
lleva al fin pero no el fin en sí mismo, es por lo que
los rosacruces tratan de satisfacer al aspirante,
probándole primero, que todo es razonable en el
universo y triunfando de esta forma sobre al rebeldía
inicial del intelecto.
Porque a las inveteradas preguntas: ¿… de dónde
venimos? ¿Por qué estamos aquí? y ¿hacia dónde
vamos?, qué podemos responder. Hoy día existen
muchas personas, tan embargadas por la sequedad
del intelecto, que se han negado a sí mismas la
posibilidad de lograr acceder a otra cosa que no
sean los contrastes materiales, aquéllos que aportan
medidas estipuladas previamente y fácilmente
evaluables aquí y ahora, en el contante y
sonante mercadeo de la idea y su valor en oro.
Y frente a semejante autolimitación, frente a
la quiebra humana que representa prescindir de una
parte-fundamento del ser, hemos de alzarnos para
decir, por el contrario, que nadie se auto-margine,
que nadie huya ni tenga miedo a la verdad, porque
en el siglo y milenio que corren no podemos
abstenernos ya de indagar, integrar y disponer de
cuantos medios estén a nuestro alcance para crecer
no sólo en la Tierra, también en el Sistema Solar y
en los sistemas galácticos e intergalácticos. De aquí
que entendamos la propuesta efectuada como no
arriesgada, y sí grande, digna y eficiente.
Ahora bien, lo que vamos a dar en este libro no se
obtiene por dinero ni a plazo definido, pues
capacitarse para comprobar por uno mismo
la utilidad práctica de vida a base de conocer y
disponer de los mundos invisibles en su calidad de
causas de todo cuanto en sustancia es, supone una
labor intensa y persistente a la vez que divina. Ello
es tan así que, nos podríamos preguntar de nuevo:
pero ¿… quién de va a osar vivir una vida recta y
digna que solamente vaya a complacerse en servir a
los demás? Es obvio, naturalmente, que ese
"servicio" puede ser prestado de las más diversas
formas y casi desde cualquier campo, casi desde
cualquier actividad; pero el paso primero, ese paso
necesario que sólo al alma propia incumbe ¿quién lo
da? Y si es cierto que el hombre que consigue
reconocer su ignorancia ha dado el primer paso
hacia el conocimiento, el conocimiento directo de los
mundos sutiles no es fácil, pues nada realmente
valioso lo es, y nunca podríamos repetir lo suficiente
que para alcanzarlo tampoco existen cosas como
"dones", "privilegios" o "suerte", pues todo cuanto se
alcanza es resultado exacto del esfuerzo, y todo
aquello que a uno le falta al compararse con otro,
está en él, lo tiene latente en sí mismo, por lo que
podrá desarrollarlo de emplear los medios
adecuados.
Dicho lo cual, convengamos en que el primer
requisito, y esencial, deba consistir en un ferviente
deseo por conocer lo oculto, lo que está detrás del
velo de la materialidad, a fin de integrar las partes
encontradas y ponerlas por completo al servicio de
uno mismo y de la humanidad. En otro caso,
cualquier hallazgo – resaltamos fuertemente este
aspecto – podrá devenir en inconveniente cuando no
en peligroso. Una buena referencia para
cada acción de vida puede escrutarse a través de:
"Donde no hay bondad, no hay verdad".
En este documento recopilatorio que de las
Enseñanzas de la Sabiduría Occidental vamos a
ofrecer, no incluye ninguna invención fantasiosa que
a ciertas personas, para un determinado período de
tiempo, se les haya ocurrido describir y vender. Lo
que vamos a ofrecerles es un brevísimo resumen –
una puerta entreabierta, siquiera – de lo que desde
los primeros albores del mundo se encuentra
recogido en la Memoria de la Naturaleza, y de
aquello que, a través de cada tiempo y de modo
concienzudo, ha podido una y otra vez ser conocido
y contrastado debidamente. Este, el del presente
libro, es por consiguiente el conocimiento indirecto,
el que cualquiera puede adquirir leyéndolo e
ilustrarse meramente con él.
Y si el mismo Cristo dijo: "la verdad os hará libres",
también nos atrevemos a añadir que, sin embargo, y
normalmente, la verdad no se encuentra a la vuelta
de la esquina y que además es eterna, por lo que
también su indagación constante se nos debe
presentar como un continuum sustentado en sí
mismo y por sí mismo en cuanto que real e
indestructible solución de continuidad.. En ocultismo
se sabe que no se puede dar una creencia o un
hallazgo determinado de una vez y para siempre, es
decir, no existe el dogma, pues, aunque hay ciertas
verdades básicas que desde luego permanecen
prácticamente inalterables, ello no obsta para que en
ningún caso quepa ignorar que pueden ser miradas
desde muchos ángulos o puntos de vista, los cuales,
unidos, y sin lugar a dudas se complementarán entre
sí vertebrando la verdad de manera más afirmativa y
amplia. En consecuencia, nunca, jamás podremos
poner término ni modo en la conquista definitiva de
la verdad total.
Por último, no queremos concluir estas palabras de
presentación sin antes mostrar nuestro respeto y
simpatía por aquellas otras "miradas filosóficas"
distintas a las nuestras, pues, por nuestra parte, bien
sabemos que unas y otras miradas podrán cruzarse,
pero no crear enemistad. Vaya para los "diferentes"
y para los lectores de este libro nuestro mejor deseo.

El autor-compilador

*
del libro "Los Rosacruces" 
de Antonio Justel

* * *

I - CIENCIA Y RELIGIÓN: APROXIMACIÓN A DOS CONCEPTOS CUYOS CONTENIDOS DEVIENEN COMPLEMENTARIOS ENTRE SÍ


I
CIENCIA Y RELIGIÓN: APROXIMACIÓN A DOS
CONCEPTOS CUYOS CONTENIDOS DEVIENEN
COMPLEMENTARIOS ENTRE SÍ

- El hombre posee órganos sensoriales, cuya
expresión son los sentidos, y a través de los cuales
se pone en contacto con el mundo circundante, pero
una vez que han recogido y enviado
una percepción determinada hacia el cerebro, es
éste el que en exclusiva la ha de calificar para, de
inmediato, proceder a dictaminar la correspondiente
reacción.
- Nadie ha visto jamás en términos científicos un
"campo gravitatorio", es decir, la fuerza que actúa
atrayendo los objetos hacia el centro de
la Tierra según la ley de gravedad conocida; pero
tampoco nadie ha visto un electrón y mucho menos
a uno de los neutrinos de electrón, de muón o tau, y,
sin embargo, se aceptan porque lo razonable es
aceptarlos a fin de conseguir explicar determinados
fenómenos. Tal ocurre cuando es
producido calor por una corriente eléctrica, dado que
se explica diciendo que la causa consiste en que
chocan electrones contra átomos en el
correspondiente cable y que, ese choque, es el que
produce el calor que indudablemente percibimos. Y
ya que hablamos del calor ¿alguien lo ha visto
deambular alguna vez de acá para allá? en cuanto
entidad ¿alguien lo ha visto detenerse en alguna
parte? El calor, pues ¿no será en nosotros sino una
mera sensación o detección a la que hemos tenido a
bien denominar mediante el término "calor”? Por
tanto, en base a estas cosas, o en base a
la observación de ciertos fenómenos, es que se
elaboran leyes de física o, en su caso, se
formulan teorías.
- De otra parte, existen cosas que ni siquiera pueden
ser percibidas, más aún, sin que puedan siquiera ser
inferidas (ni siquiera a través de determinados
efectos derivados de la más reciente observación
astronómica) y es aquí donde la religión es capaz de
venir en nuestra ayuda para ser aceptada, puesto
que ninguna Gran Religión ha sido meramente
inventada ni por capricho ni nacida de la casualidad,
sino que todas y cada una han sido dadas
consciente y proverbialmente por quien podía
hacerlo y para quienes las necesitaban en ese
momento de sus peculiares y concretas carreras
evolutivas. En consecuencia, tanto el ser que nos ha
prescrito cada religión - Jehová - como sus
"delegados", se encontraban uno y otros
absolutamente capacitados para la percepción y
desciframiento de los mundos supra físicos, mundos
en los que radican las verdaderas causas, aquéllas
que posteriormente darán lugar en el ámbito
tridimensional tanto a los hechos como a las
concreciones materiales que de cualquier tipo pueda
tratarse. Algunos de los delegados han descrito con
exactitud leyes que rigen estratos del mundo no
visible y han considerado oportuno
proporcionárnoslas para beneficio de nuestra
marcha terrestre. Por ello, y en un primer estadio, la
fe se torna irremediablemente necesaria
para poder acercarse a la lógica que concierne a los
acontecimientos con todo el compendio de sus
respectivas leyes.
- Los hombres observamos la relación causa-efecto,
ciertamente, pero de ordinario no podemos hacerlo
respecto de las causas de naturaleza espiritual, que
son, como acabamos de señalar, las
verdaderamente rectoras no sólo de cuanto toma
cuerpo y existencia, sino a la vez de cuanto en ello y
a través de ello acontece en nuestro mundo.
- Sabemos bien que si, por ejemplo, la masa Alfa
actúa físicamente sobre la masa Beta, Beta, como
respuesta, actuaría a su vez sobre Alfa con una
fuerza igual y opuesta. Por tanto, en coherencia con
la máxima analógica y hermética de que "como
arriba es abajo y como abajo es arriba", podemos
colegir que si Pedro llegase a actuar sobre Juan en
cualquiera de los planos no visibles, ya fuese en el
emocional, en el mental o espiritual, aquella
actuación o fuerza ejercida sobre Juan retornaría
sobre Pedro y, en algún momento, de uno u otro
modo, sería percibida por éste.
- Por tanto, debidamente razonados y explicados,
determinados contenidos religiosos no vendrían a
ser sino un adelanto científico basado en la fe para,
ya, en un momento posterior, poseer toda la
capacidad de percibir y comprobar cuanto acabamos
de exponer. Por consiguiente, ciencia y religión - en
compañía del arte, en cuanto que configuración y
expresión de la belleza - deben entrelazarse y ser
complementarias a fin de conformar la misma y
única cosa: el mundo, el universo.
- Científicamente, todo cuanto pueda ser puesto
en movimiento, pesado o medido, o en otro caso,
sentida su resistencia, puede ser tenido por
existente, del mismo modo que es considerado real
el sublimado capaz de recuperar la masa
previamente poseída: tal el vapor de agua que
procediera de un kilo de hielo. Pero ya, en 1905,
Einstein lo resolvió con su famosa ecuación de E =
m.c2 (al cuadrado) y actualmente sabemos que la
masa se puede recrear a partir de
una radiación electromagnética en los denominados
"eventos de producción de pares", mediante la
generación de un cuerpo y su correspondiente
anticuerpo, así como, de manera inversa, ambos
habrían de desaparecer al encontrarse,
permaneciendo únicamente la radiación
electromagnética sin residuo de masa alguno. El
resultado consiguiente habría de ser que, dicha
radiación, conservada sin merma, sin pérdida, y en
cuanto que masa-energía, podría, o bien dar paso a
la re obtención de la masa primitiva, o bien a ser
considerada tan real como las partículas o masa de
que procede.
- En el ámbito científico se ha admitido que todo
aquello que tiene capacidad para variar el status en
sí mismo o de otras cosas, es debido a que dispone
de energía, por lo que se dice que es real, que forma
parte de la realidad. Sin embargo, existen personas
que pueden ver perfectamente
las ondas electromagnéticas en sí mismas.
¿Recuerdan…? Sin masa.
- Hacia 1820 Pierre S. La place llevó a cabo una
afirmación con las siguientes características: "…
conocidas que fuesen la posición y velocidad de
cada una de las partículas del universo, podríamos
predecir…, todos los acontecimientos futuros". En su
virtud, gentes de buena fe creyeron que todo se
encontraba ya determinado y que, por tanto, el
hombre no tenía control alguno ni sobre sí mismo, ni
sobre el futuro de lo que le rodeaba tampoco ni
sobre el mundo. Desde el campo de la ciencia, ello
habría de constituir, evidentemente, un aldabonazo
de primera magnitud para las conciencias religiosas
a lo largo de todo el siglo XIX. Tendríamos que
esperar hasta 1927 para que Werner Heisemberg
construyese el Principio de Indeterminación para
rebatir aquella tremenda teoría de Laplace, al
concluir afirmando que resulta imposible determinar
con exactitud tanto la posición como la velocidad de
una partícula de forma simultánea.
- Resulta sobradamente obvio que, ni en
su estructura ni en su funcionamiento, la verdad
puede albergar contradicción alguna, por lo que, una
vez hayamos alcanzado conocimiento suficiente,
podremos darnos cuenta de que, en efecto, en su
lento caminar, la armonía reinante entre ciencia y
religión es perfecta o logrará ser perfecta. Así, el ya
citado Principio de Indeterminación, provocó la
aparente paradoja de que el pensamiento científico
pudiese acercarse sin horror y de manera serena a
la premisa religiosa no sólo en cuanto hace a
la interacción de espíritu y materia, sino también en
lo tocante al postulado religioso último, acerca de
que el universo (cristalizado o no) no consista en
ninguna otra cosa sino en espíritu mismo.
- El hombre no es una máquina, no es un androide
propiamente dicho, con sus correspondientes
connotaciones. Los humanos actuales no somos ni
siquiera animales ni supuestas plantas de tipo
alguno, mucho menos minerales bajo determinada
condición, y, ello, aunque dentro de nosotros, en
cuanto recapitulación de otras edades, contengamos
(sea permisible decirlo así) un "pack" a modo de
simbiosis de todos los reinos. Es cierto que en un
tiempo pasado hubimos de asumir estadios que nos
depararon ciertas "similitudes" con los minerales, las
plantas, y con posterioridad con los animales, pero
sin que de ningún modo pueda desprenderse de
aquí una identificación cerrada que se hubiese dado
en tiempo pasado, puesto que cada oleada de vida
conlleva su propio ser, su propia circunstancia, y su
propia conciencia y condición. Así,
las máquinas actuales, las que el hombre diseña y
construye, únicamente albergan materia y forma
porque la mente del hombre atraviesa
su estado "mineral" y sobre el mineral trabaja; sin
embargo, en el devenir, si bien aún lejano, el hombre
podrá proporcionar a sus máquinas vida propia y,
por tanto, capacidad de movimiento; incluso podrá
más tarde dotarlas de sentimiento, de emoción y
deseo, para, últimamente, tras haber traspasado
eones de evolución, tener el privilegio de dotarlas de
mente germinal, a fin de que se encaminen, cual
nosotros mismos, a su consecución de dioses. De
aquí que, y primeramente, las máquinas de ahora
mismo, las actuales, al compás de una
transformación paulatina, hayan de convertirse en
algo "similar", que no idéntico, a las plantas;
alcanzarán posteriormente un status similar al de
nuestros animales actuales, y por último - dentro del
presente plan y ciclo - acceder al de seres humanos.
Y la pregunta que quizá cabría demandar en este
instante sería: y ya humanas ¿qué espíritus
habitarán dichas máquinas, espíritus que el mismo
hombre creará? Pero la respuesta habría de ser
contundente: no, puesto que los espíritus, cual
chispas desprendidas de su llama o llamas no
nacen, sino que están; por lo que cada máquina será
habitada (como nosotros habitamos nuestros
cuerpos) por el espíritu que, de acuerdo con su
status evolutivo precise de ella para vivir,
adquirir experiencia y continuar evolucionando. Será
justo aquí, en el momento en que el hombre esté
capacitado para dotar de mente a las máquinas,
cuando realmente alcance la perfección prevista
para él conforme al plan evolutivo diseñado y llevado
a cabo por Dios, es decir, se habrá transformado en
un creador y, por tanto, habrá conseguido hacerse
semejante a su Padre. A partir de esa consecución,
infinitas y esplendorosas metas se abrirán de nuevo
ante él.

*
del libro "Los Rosacruces" de Antonio Justel

* * *

II DEL PORQUÉ DE LA RELIGIÓN Y LAS RELIGIONES


II
DEL PORQUÉ DE LA RELIGIÓN Y LAS
RELIGIONES

No cabe duda de que, para que el hombre contacte
y asuma una creencia religiosa, debe tener algo
dentro de sí para que aquella relación pueda ser
establecida, no de otro modo podría ello producirse,
hecho que recuerda al diapasón que podría vibrar
con otro si ambos se encontraran sometidos a
semejante modulación o temple. Por tanto, que una
religión externa y concreta puede constituir un
instrumento - diapasón mayor - al servicio del
hombre, es un aserto que actualmente apenas si
merece digresión alguna, puesto que, en su
abundamiento, disponemos de variadísima
experiencia humana. Sin embargo, y por otro lado,
podríamos aseverar sin posibilidad práctica de error
que no existe ninguna religión superior a la verdad.
Pero ¿cómo llegar a la verdad? Es indudablemente
cierto que, aparte de poseer el hombre el
correspondiente interior callado, cual diapasón a
despertar, nadie es capaz de avanzar si no recibiese
ayuda externa. En consecuencia, los cuidadosos y
vigilantes guías de la humanidad nunca han dejado
de proporcionar los medios adecuados por medio de
los que pudiese el hombre ponerse en contacto con
el Padre celestial. Así, en el primer momento,
cuando aquél adquiere su primera conciencia en el
mundo físico y su naturaleza se expresa hacia el
exterior en su estado más primitivo o salvaje, la
fuerza, en cuanto que útil frente a los animales y
otros hombres que le rodean, puesto que lo acosan
pretendiendo conseguir los mismos objetivos o
saciar apetitos, la religión adecuada no podía
sustentarse sino en este sentimiento de violento
poder del cuerpo en cuanto mera deriva de la fuerza
bruta, único al que nuestro ser de entonces podía
obedecer y respetar. Porque, sintiéndose algún
hombre u hombres verdaderamente poderosos ¿en
realidad a quién habrían de temer? La respuesta es
que a las fuerzas de la Naturaleza, dado que en
aquellos lejanos tiempos ellas obraban con
extraordinaria frecuencia y de forma contundente,
motivo por el que, ante ellas, de manera inevitable el
hombre en ciernes se sentía inferior y atemorizado.
Esta fue la causa, y no otra, de que comenzara a
adorarlas y a propiciarlas incluso mediante
ofrendas de sacrificios sangrientos.
Así las cosas, y transcurrido el tiempo, tras la
evolución producida por medio del miedo, en la
conciencia del hombre surge la consideración de
que Dios (al que se ha identificado al fin con
aquellas fuerzas) es el dador de todo, el cual, e ipso
facto, igual que lo ha de recompensar
con bienes materiales o poniéndose a su lado frente
a los enemigos si se somete y obedece su ley, de
semejante modo lo castigará en caso contrario, pero
sin echar al olvido en ningún caso que podría
aparecer y alzarse como un enemigo incontenible y
de primera magnitud. Es el tiempo en que por miedo
y avaricia le ofrenda y sacrifica lo mejor de sí mismo,
sus animales, puesto que esta posesión constituye
entonces no sólo su sustento, sino su señal de
distinción y clase, sus elocuentes arras de auge y
poder social.
Con posterioridad habría de venir una porción
evolutiva en la que al hombre iba a pedírsele que
adorase y reverenciase a un Dios de amor, un Dios
por el que deberá sacrificarse durante toda su vida
en espera de obtener una recompensa, la cual
únicamente tendrá lugar una vez haya muerto (vida
en un cielo y eterna) Y ante esta promesa deberá
mostrar su fe.
Por último, hemos de llegar a una situación y
momento en que, (fe y razón unidos) una vez
reconocida nuestra propia divinidad, el bien será
hecho por convicción mental y anímica porque es lo
justo, y ya sin necesidad de castigo o recompensa
alguna.
Pues bien, con la venida del Cristo se entroniza el
sentido religioso correspondiente al tercer grado de
los descritos, si bien aún no hemos dejado por
completo atrás todo vestigio sustentado en el miedo
o la avaricia. Si nos detenemos a analizar nuestro
contexto actual podremos darnos cuenta de que nos
hallamos tanto bajo las leyes de Dios como de las
dadas por nosotros mismos, y todo ello con la
finalidad de domeñar nuestro cuerpo de deseos (la
perversión del Ego y, por ello, vehículo de
destrucción mientras se encuentre sin control) a
través de la prohibición o el miedo que aquéllas
imponen.
Pero, si bien cuanto hemos expuesto se ha dado y
aún habrá de darse, sí es conveniente que
observemos - porque acaso este momento sea
oportuno para el lector - dos hechos no exentos de
relevancia: uno, que a medida que los pueblos
o sociedades alcanzan grados más altos de civilidad,
es decir, cuando han asumido en sus vidas diarias
de relación y convivencia aquél que su religión les
demandaba, en esos pueblos o sociedades
comenzarán a aparecer individualidades o
pequeños grupos practicantes de alguna o
algunas religiones con exigencia superior; otro, que
a título personal, aquel individuo que se esfuerce en
su fuero interno y externo por superar el status
general de su marco de convivencia,
inexorablemente tenderá a buscar un credo o haber
religioso que logre ponerle en contacto con prácticas
con que él, personalmente y en privado, esté
desarrollando su vida en pos de nuevas aspiraciones
civiles que esté tratando de alcanzar.
Ello debe conducirnos inexorablemente a constatar
que el acervo completo de las religiones sigue y
persigue tanto la estela de los pueblos o sociedades
como del individuo concreto, por lo que, aunque en
verdad toda religión se esfuerza por "modernizarse"
o "explicarse" en la mejor forma debida para llevar a
cabo la convivencia con las coetáneas exigencias
civiles, hay, sin embargo, un momento en que
cualquier religión dejará de ser instrumento de
utilidad para un pueblo, para una sociedad o un
individuo, momento a partir del cual dicha religión
será lenta y progresivamente abandonada por sus
fieles y, por ende, y del mismo modo, sustituida. Una
vez que ya no quede individuo o grupo humano a
quien pueda servir como muleta o apoyo para guiar
y acrecentar su progreso espiritual, cualquier religión
de que se trate desaparecerá, pues habrá prestado
por completo su función y expectativas en
el proceso y economía del mundo para que fue
instituida.
Es la ocasión aquí para plantearse - siquiera grosso
modo - el porqué de la configuración de un grupo
humano prácticamente homogéneo por el cual son
desarrolladas determinadas prácticas civiles y a un
tiempo se practica por dicho grupo determinada
religión. Existen desde luego más razones o
matices, por supuesto, pero lo principal ha de
consistir en saber que ello dependerá, sobremanera,
de cuándo los individuos integrantes hayan
conseguido completar totalmente sus vehículos, es
decir: el triple espíritu, el triple cuerpo y la mente.
Ésta última es, sin paliativos, motivo determinante
para la utilización de la razón y, por tanto, y derivado
de ello, motor-fundamento para la consecución en
Occidente de los ideales respecto de la civilidad
alcanzada hasta el día de hoy. Sin inconveniente
alguno podemos afirmar que "a un determinado
desarrollo de la razón, corresponden una
determinada civilidad y una semejante religión".
No obstante, las medidas tomadas por los Guías en
un tiempo concreto, a efectos evolutivos, tardan en
desaparecer, dado que siempre se solaparán
(espirales dentro de espirales) con las siguientes. De
aquí que las normas primitivas dadas por Jehová
aún no hayan desaparecido en relación con la
Nueva Dispensación, o religión de Cristo, al igual
que ésta no habrá de desaparecer tampoco en el
futuro con facilidad, sino que será asumida e
integrada cuando ya, inmersos en otros tiempos más
elevados, procedamos a tomar posesión de la que
será la religión del Padre, la cual habrá de
manifestarse bajo la concisa expresión de "Todo en
todos".

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del libro "Los Rosacruces" de Antonio Justel

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