Vara de Aarón
De acuerdo con la historia masónica, cuando Adán
procedió a salir del Edén, se llevó tres ramas del
Árbol de la Vida, las cuales, posteriormente, habría
de plantar su hijo Seth. Seth, por tanto, el segundo
de sus hijos, - y no el tercero - sería el padre de la
jerarquía espiritual de los clérigos, quienes profesan
el Catolicismo, así como los hijos de Caín vendrían a
ser aquellos que tienen en sus vidas las artes, los
oficios, la industria en general y trabajan en la
francmasonería promoviendo el progreso material
del mundo cual constructores del templo de
Salomón, en realidad el universo. La Vara de Aarón
no sería, pues, sino una de las ramas plantadas por
Seth.
En el decurso del tiempo, una vez hayamos
aprendido a dominar la soberbia y el orgullo de la
vida, además de la lujuria de la carne, el acto de
generación dejará de consumir nuestra vitalidad. Por
tanto, la vitalidad la usaremos para la
"regeneración", con lo que las fuerzas de naturaleza
espiritual, bajo el simbolismo de la Vara de Aarón,
tendrán un desarrollo extraordinario.
De cualquier modo, debemos decir que nadie que
haya adquirido el grado evolutivo que corresponde
para acceder al Arca de la Alianza sita en la Sala
occidental del Tabernáculo, nadie, decimos, ha
usado jamás dicha fuerza con fines particulares y
egoístas. Recordemos los hechos contenidos en la
obra Parsifal: cuando éste ha sufrido y superado la
tentación de Kundry, una vez que ha logrado superar
la ocasión de la lujuria, entonces, y sólo entonces,
es que recupera la lanza sagrada que se encontraba
en poder del mago negro Klingsor, el cual se la
había arrebatado a Anfortas, Rey del Grial, pero no
Rey un casto. Esta lanza, pues, esta Vara de Aarón
o fuerza espiritual de que al final podrá disponer el
aspirante, es una fuerza sagrada que nunca debe
ser utilizada para herir y ni siquiera para defenderse,
sino exclusivamente para ayudar y curar. Y de tal
modo ocurre así, que, quien la posee, tal vez provea
de pan a una multitud; sin embargo, ni siquiera se le
pasará por la mente transformar una piedra en pan
para paliar su propia hambre. Y si fuese clavado en
una cruz hasta morir, pudiendo salvarse a sí mismo
con esta potentísima fuerza, tampoco ejercería la
menor rebelión con esta fuerza que tan sólo habrá
usado con anterioridad, como se ha dicho, para
liberar al género humano del mar de sus propias
miserias. Y, en los mismos términos, jamás osaría
mostrar signo alguno o deducir un milagro a fin de
que el mundo pudiese reconocer, sin asomo de
duda, que es un "regenerado o nacido del cielo, del
espíritu". Esta es la condición para seguir a Cristo.
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del libro "Los Rosacruces" de Antonio Justel
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