Tercer Cielo
Una vez realizadas cuantas actividades han sido ya
citadas respecto del cielo anterior, y tras disolver la
mente que se portaba de la vida pasada en el triple
espíritu, entonces el espíritu, el Ego, asciende a la
más elevada región del pensamiento, cual es la del
Pensamiento Abstracto o Tercer
Cielo, lugar especialísimo en el que, por medio de la
inexpresable armonía que aquí reina, el espíritu se
fortalece a fin de afrontar su próxima inmersión en la
materia: un nuevo renacimiento.
Tras pasar aquí un tiempo, y bajo el impulso de
desear renacer y adquirir nuevas experiencias, ello
evoca ante el Ego evolucionante una serie sucesiva
de cuadros, los cuales, si bien le dan una
perspectiva de lo que ha de ser su nueva vida, éstos
no contienen más que grandes líneas, rayas
maestras exclusivamente, dejando los matices o
detalles menores a su voluntad, además de ofrecer
la siguiente particularidad, cual es la de que,
habiendo elegido un determinado proyecto de vida,
ya no podrá retroceder para efectuar una nueva
elección. El símil podría hacer alusión a la necesidad
imperante de tener que cruzar una calle, si bien el
dónde y cómo cruzarla se otorgarían a la
determinación o libre arbitrio del que renace. De
cualquier modo, dichas evocaciones o cuadros son
proporcionados por los Ángeles Archiveros o
Ángeles del Destino, y abarcan absolutamente
desde el nacimiento hasta la muerte, aunque el
método de exposición, obviamente, sea en el sentido
que se acaba de indicar y, por ello, en el contrario a
lo que sucedía en el caso del Purgatorio, sentido que
tenía lugar de los últimos acontecimientos de la vida
hacia los primeros, y cuyo porqué consiste
coherentemente en que en el Purgatorio se trataba
de que el Ego evolucionante descubriera cómo
determinados efectos devenían de ciertas causas, y
ahora, por el contrario, en el hecho del nacimiento se
trata de hacerle ver que determinadas causas van a
producir efectos determinados. De aquí que a la
experiencia sea definida como "la facultad de
conocer cuáles son las causas que producen los
actos".
La pregunta que muchas almas se hacen a lo largo
de la historia de la humanidad, es la de que por qué
hemos de renacer y renacer, con el dolor y
sufrimiento que ello encierra, y no efectuamos lo que
corresponda de modo feliz, por ejemplo, en los
cielos. Y la respuesta rotunda no puede ser otra que
afirmar que "el propósito de la vida no consiste en la
felicidad sino en la obtención de experiencia".
¿Cómo si no se instruye un Creador? ¿Cómo si no
se pasaría de la nesciencia a la omnisciencia y de la
impotencia a la omnipotencia? Conociendo y
venciendo mediante la práctica de la vida las
deficiencias de la materia, dominando y controlando
ésta, sometiéndola y elevándonos a los planos
superiores en que la luz incrementará paso a paso
nuestra vibración y poder, y ello hasta vivir
permanentemente en la luz porque seremos ya sólo
luz con todo lo que en realidad ello implica.
En su virtud, pues, señalaremos la experiencia
únicamente puede adquirirse de dos modos: uno,
mediante el duro camino del avatar personal; el otro,
por medio de la observación de actos ajenos
debidamente razonados y reflexionados a la luz de
nuestras evidencias personales. Este segundo es el
camino que usa el ocultismo; es un camino más
rápido e inteligente también, dado que evita muchos
de los sinsabores del método primero.
Pero, dado que en definitiva gozamos de libre
albedrío para detallar nuestras vidas, nuestra es por
tanto la elección del método a emplear. Eso sí, algún
día deberemos completar el conocimiento teórico y
práctico a fin de dominar con perfección el mundo en
que nos encontramos inmersos; en tanto no sea así,
deberemos volver y volver a renacer como acontece
con cualquier escuela ordinaria. Ahora bien, es tan
grande, tan amplia la gama de asuntos y cuestiones
a aprender, que resulta imposible en una sola
encarnación abarcar lo que las correspondientes
lecciones entrañan. No en vano, e invocando el
axioma analógico por excelencia de "como arriba es
abajo y como abajo es arriba", que permite el
desvelamiento de todo misterio del universo, nos
permite descubrir que también en el mundo invisible
existen lapsus de tiempo de reposo o
de descanso respecto de la actividad que en cada
caso acabemos de abandonar, y ello ya sea en la
Tierra o en el Cielo. El hecho de que no recordemos
lo acontecido en nuestras vidas anteriores no es
suficiente para negarlas, incluidas las facultades
desarrolladas y acumuladas a través de ellas,
porque ¿acaso recordamos todos nuestros pasos,
esfuerzos y sinsabores respecto a cuanto sabemos y
ponemos en práctica hoy? ¿ no es más cierto que al
igual que sabemos escribir, gozando por tanto de
dicha facultad, la misma constituye una clara
evidencia de que en algún momento y en alguna
parte hemos debido ganarla mediante el esfuerzo
requerido para ello ? En consecuencia ¿puede
alguien dudar ahora de qué sea el genio? Cuando
Bach o Mozart hicieron relampaguear sus
facultades a tan temprana edad ¿puede afirmar
alguien, a partir de la presente lectura y
razonamiento, que el motivo ha sido el don dado
puntualmente a estas almas por Dios o que,
meramente, las interrelaciones azarosas de la
materia las hicieron posibles sin más? Más bien, dirá
ese alguien que no, que eso ha sido debido única y
exclusivamente a los esfuerzos continuados vida
tras vida en esa dirección y que, en determinado
momento, a cada uno en su etapa, esa fue la causa
real de este efecto de precocidad e iluminación
musical que ambos demostraron.
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del libro "Los Rosacruces" de Antonio Justel
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