La idea del Yo en Acuario
La influencia acuariana está ya actuando sobre la
conciencia de todos nosotros. Nos está llevando a
afirmaciones tales como: "soy valioso y puedo hacer
cualquier cosa si trabajo el tiempo preciso con
dedicación suficiente", "puedo pensar por mí mismo
y tomar decisiones", "puedo lograr aquello…"
Siendo ello así, una vez que nos hemos vuelto
conscientes acerca de quiénes somos y de nuestra
valía intrínseca, la resultante es que ya no podemos
ser silenciados ni fácilmente sojuzgados por otros,
no deseando ya por más tiempo continuar haciendo
de felpudo, de testaferro de nadie o de esclavo. Por
la misma razón, cuando nos volvemos conscientes
de nuestra capacidad para razonar y tomar
decisiones, las cuales pueden ser tan buenas y
felizmente alumbradas como las de cualquier
otra persona, ya no nos sentiremos bien si alguien
decide por nosotros. Lo que deseamos es ser libres
para determinar tanto qué hemos de pensar y creer,
como adónde habremos de ir, qué decir y asimismo
qué hacer.
Y es que, una vez puesto al descubierto nuestro
potencial, lo que verdaderamente deseamos es
tener libertad para poderlo desarrollar. Queremos
ser libres para emprender tareas nuevas, jamás
intentadas por nosotros anteriormente,
a riesgo incluso de peligros, de cometer errores y de
fracasar para comenzar de nuevo.
De todos modos, puesto que compartimos el planeta
con otros seres, humanos o no, es lógico que les
tratemos de igual forma a como sedeamos
ser tratados. En consecuencia, así como nosotros
deseamos vivir nuestra vida de acuerdo con
nuestras ideas y voluntad, de igual modo debemos
permitir que cada cual viva su vida y actúe con
idéntica libertad.
No obstante, hay muchas personas en Occidente
que, insatisfechas por las explicaciones dadas hasta
el presente acerca de Dios, así como del ser y del
mundo, o bien porque buscan obtener poderes
espirituales, están yendo de un centro oculto a otro,
o de monasterio en monasterio, o de "maestro" en
"maestro", esperando cultivar y desplegar su
naturaleza espiritual. Otras se aíslan del
mundanal ruido, se absorben en el interior de la
oración durante todo el día, mientras alrededor de
ellos el mundo se desgarra y gime de dolor. Luego,
se extrañan y deprimen porque no progresan ni
adelantan en el camino espiritual a que aspiraban. Y
es que, realmente, aun siendo la oración sincera un
instrumento valioso para el crecimiento espiritual, en
verdad estaremos condenados al fracaso más
estrepitoso si para ello dependemos exclusivamente
de una retahíla de palabras huecas, sin contenido
práctico. Por ello, y por contra, debemos procurar
que nuestra vida se convierta en una transcripción
viva de la mejor oración, porque, en realidad, lo
verdaderamente importante no son las palabras sino
la vida que nos lleva a la oración. Así, y por ejemplo,
¿de qué nos serviría rogar a Dios por la paz del
mundo si durante toda la semana, y todo el mes y el
año nos dedicamos a fabricar balas o de hecho a
cultivar la injusticia? ¿Y cómo pedir a Dios que
perdone nuestras faltas así como perdonamos a
otros, si constantemente llevamos odio en el
corazón y este odio lo lanzamos contra los demás?
Por tanto, "obras son amores y no buenas razones".
Efectivamente, no hay más que un camino para
demostrar nuestra fe, y es el de las obras. No hay
otro. "Por sus obras los conoceréis". Ya seamos
ricos o pobres, hagamos un trabajo u otro, lo que en
verdad importa, el factor determinante, lo que
identifica si una clase de trabajo es espiritual o no,
es nuestra actitud en el mismo y ante el mismo.
Quien se dedica a dar discursos y conferencias ¿ha
de ser acaso más espiritual que quien se dedica a
perforar asfalto con una taladradora o a mover una
carretilla durante el día, cuando sabemos que
muchos conferenciantes lo que más les agrada es
halagar el oído de los oyentes con bonitas palabras
en vez de dar o propiciar amor y simpatía? Desde el
punto de vista espiritual es muchísimo más
importante realizar un humildísimo trabajo si se lleva
a cabo con intención de cumplir haciéndolo bien, que
el de dar conferencias careciendo de espiritualidad.
*
del libro "Los Rosacruces" de Antonio Justel
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