CAPÍTULO XXII
PROGRESIÓN DEL HORÓSCOPO
¿Fatalidad o libre albedrío?
pág. 227
Cuando una cadena está sometida a un esfuerzo se manifestarán
imperfecciones en algunos de sus anillos y eslabones y el más débil de éstos se
romperá primero. De igual modo en el caso de nuestro cuerpo hay en él ciertos
puntos débiles inherentes, y todos éstos están indicados en el horóscopo. Desde
el momento del nacimiento sometemos a nuestros cuerpos a un esfuerzo
constante y con el tiempo las debilidades de aquellos puntos se manifiestan en
forma de enfermedades. El movimiento de los planetas señala el momento en que
un eslabón determinado está propenso a romperse. Este movimiento de los
planetas en el horóscopo es llamado “progresión”. El estudio y la práctica de la
astrología médica requiere el conocimiento del modo de progresar los planetas en
el horóscopo, y por lo tanto, nosotros estudiaremos este asunto en relación con el
mensaje de las estrellas relativo a la enfermedad.
Cuando el Sol sale por el Oriente, el día nace y las labores destinadas a.
cada cual están todavía por empezar. Gradualmente el Sol progresa a lo largo de
la arqueada bóveda de los cielos y marca el tiempo señalado para la realización
de cada uno de nuestros deberes; para cumplir nuestras promesas; para tomar
aliento; para descanso, y una vez que ha corrido su curso de todo el día y ha
cesado de iluminar nuestra esfera de acción, su ausencia nos invita a dormir hasta
que la alborada de un nuevo día nos presenta la ocasión para continuar las
actividades dejadas en suspenso el día anterior. Si el Sol permaneciera
estacionario en cualquier punto del cielo, no sería tan buen indicador del tiempo
como lo es; de aquí que todos los acontecimientos de nuestras vidas estén fijados
por su progresión,
El horóscopo es un mapa de los cielos del tiempo en el que el místico Sol
de la vida sale y nos despierta del largo sueña entre dos vidas; entonces venimos
a la luz en el mundo físico para continuar nuestros trabajos de una vida anterior;
para cumplir nuestras promesas que hicimos a nuestros amigos o enemigos; para
cosechar la alegría o sufrir el dolor, que son los frutos de nuestras existencias
anteriores en la Tierra, y así como la progresión del Sol marca el cambio del
tiempo del día y del año; así como él pasa de estación a estación en sucesión
ordenada y cambia el aspecto del gran mundo, el Macrocosmos, así también la
progresión del horóscopo, que es también un verdadero “reloj del destino”, registra
correctamente cuándo las tendencias indicadas por el horóscopo natal se
manifestarán en hechos; asimismo mide los períodos de la prosperidad y de
adversidad; también nos advierte para que no seamos tentados y nos dice desde
qué parte de la vida vendrá la tentación, y de este modo está ayudándonos para
escapar de ella si somos lo suficientemente juiciosos para escuchar su
advertencia.
El horóscopo natal nos muestra inequívocamente los puntos débiles de
nuestro carácter o constitución; pero el horóscopo progresado indica cuándo las
indulgencias previas de hábitos dañinos están señaladas para traemos el dolor o
la enfermedad; nos dice con toda seguridad cuándo culminarán las crisis, y, por
consecuencia, nos advierte para que estemos alerta en los momentos críticos y
nos fortifica en las horas negras de la calamidad, confortándonos también con la
esperanza de que se acabarán los dolores y las enfermedades en un momento
decidido; pudiendo ver, por lo tanto, la importancia que hay en saber progresar el
horóscopo.
Pero si alguno dijera que si todo está preindicado, lo cual argüiría un
destino inexorable decretado por un capricho divino, y que no hay razón para
trabajar o para saber, y, por lo tanto, podemos entregarnos a satisfacer nuestras
pasiones, a “comer, beber y a ser felices porque mañana moriremos”, podemos
argumentarle de este modo.
Si nosotros hubiéramos nacido a esta vida de la Tierra por la primera y
única vez para vivir aquí por un momento y después desaparecer de esta esfera
para nunca más volver a ella, y la fatalidad y el favoritismo, independientemente
de la justicia, fuesen los que gobernaban, su pretensión sería justa. Pero esto no
puede ser así; en un mundo en el que todo lo demás está gobernado por la ley, la
existencia humana debe estar también reducida a un sistema y nosotros
sostenemos que una solución razonable del misterio de la vida no es ofrecido por
las leyes gemelas de la existencia: la ley del renacimiento y la ley de causación.
Aquello que ha tenido principio debe tener un fin, y a la inversa, aquello que
es sin fin no puede nunca haber tenida principio. Si el espíritu humano es inmortal
y no puede morir, tampoco puede haber nacido; si debe vivir por toda la eternidad,
debe haber vivido desde siempre; no hay escapatoria de esta verdad o dilema; la
preexistencia debe aceptarse si la inmortalidad es un hecho en la vida.
En este mundo no hay ley más simplemente observable que la ley de los
cielos alternos, los cuales decretan la sucesión del flujo y reflujo, del día y de la
noche, del verano e invierno, del despertar y del dormir. Bajo esta misma ley la
vida del hombre es vivida alternativamente en el mundo físico, donde siembra las
semillas de la acción y gana experiencias con arreglo a su horóscopo. Estas, los
frutos de su existencia aquí, son después asimiladas como poderes de alma en el
mundo espiritual; el nacimiento y la muerte no son, pues, más que salidas de una
fase de la vida del hombre a otra, y la vida que ahora vivimos es simplemente una
de la serie. Las diferencias de carácter, nobleza y brutalidad, robustez o debilidad
moral, posesión de ideales elevados o de bajos instintos, etc., son ciertos signos
del poder del alma o de la pobreza en su caso. Las facultades más sutiles son los
gloriosos mantos de las almas gentiles que se han purificado a través de muchas
vidas en el crisol de la existencia, concreta, mediante las tentaciones y las
pruebas. Estas facultades brillan con una luz que ilumina el camino y facilita el que
otros las sigan. Las groserías y materialismos de importancia proclaman la
juventud en la escuela de la vida; pero las existencias repetidas en este plano
físico suavizarán con el tiempo las aristas, ablandándolas y dotándolas de mayor
cantidad de alma.
El horóscopo indica esta diferencia en la textura del alma y los aspectos
indican el modo en que el alma se madura por las configuraciones calidoscópicas
de los planetas en progresión, que soplan los fuegos en el horno de la aflicción,
para clasificar y purificar el alma de sus manchas o abrillantar la corona de la
virtud como se gana la victoria; pero aunque los planetas muestran exactamente
las tendencias, existe un factor determinante que no se refleja en ellas, una
verdadera “x” o incógnita —la fuerza de voluntad del hombre— y sobre esta
roca astrológica las predicciones pueden fallar y en algunas ocasiones es el
Waterloo donde aun el más cuidadoso y competente astrólogo puede fracasar y
verse perplejo ante el resultado de sus predicciones que él creía muy bien
fundadas y es seguramente el más bendito indicio de que nosotros no estamos
obligados por la fatalidad a hacer esto o lo otro, debido a las tendencias de
nuestro horóscopo, que en determinados momentos los rayos estelares las
impelen a nosotros en una dirección dada. En un análisis final nosotros somos los
árbitros de nuestro destino y es muy significativo que mientras es posible el
predecir para la gran mayoría de la humanidad con certeza absoluta de que la
predicción se hará manifiesta, debido a que flotan abúlicamente en el mar de la
vida dirigidas por la corriente de las circunstancias, las predicciones hechas por el
aspirante idealista y luchador fracasan en relación con su alcance espiritual y su
fuerza de voluntad, que le elevan a la aserción propia y a la resistencia contra el
mal y el error.
Un bellísimo poema escrito por Ella Wheeler Wilcox abarca esta idea de la
forma más gráfica:
“Un barco zarpa para el Este y otro para el Oeste
soplando el mismo viento para los dos;
es la colocación de la vela y no la tormenta
lo que determina el camino que ellos llevan.
“Como los vientos del mar son los caminos del hado
que nos impelen a nosotros durante toda la vida;
es el acto del alma lo que determina la meta
y no la calma o la tempestad”.
***
del libro "El Mensaje de las Estrellas" de Augusta Foss de Heindel y Max Heindel
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