CAPÍTULO XXI
EL MATRIMONIO Y LA DESCENDENCIA
pág. 219
Hubo un tiempo en el que el hombre en formación era bisexual (hombr-emujer)
y capaz de engendrar y de multiplicarse sin la asistencia de otro ser; pero
cuando uno de los polos de la fuerza creadora fue dirigida hacia arriba para
construir el cerebro y la laringe, el hombre cesó de ser bisexual y desde aquel
instante cada varón o hombre tuvo que buscar su complemento con objeto de
conseguir su multiplicación y la concepción de sus hijos. Por lo tanto, el
matrimonio fue instituido por los ángeles como un sacramento y el rito sagrado de
la generación fue realizado bajo supervisión en los grandes templos en épocas
determinadas del año, cuando las líneas interplanetarias de fuerza eran propicias
para la propagación. El resto del tiempo vivieron todos juntos en una bendición
paradisíaca de casto compañerismo. Así, pues, el parto era sin dolor y las
enfermedades y el sufrimiento eran desconocidos.
Pero cuando, bajo la guía de los ángeles caídos, los espíritus de Lucifer, el
hombre comenzó a ejercer la función creadora por placer, sin tener en cuenta el
rayo estelar, la muerte se manifestó y la mujer empezó a parir sus hijos con el
dolor de su vientre, manifestándose también el dolor y el sufrimiento. Porque
aunque. un ministro pueda unir a las personas legalmente, este ministro, como es
ignorante del manuscrito estelar, no puede ver si hay entre ellos la armonía
necesaria básica para unir a dos almas verdaderamente. Por lo tanto,
desgraciadamente, muchos de los matrimonios fracasan en dar la alegría y la
satisfacción al alma que marca y señala el compañerismo real de dos seres.
Además, hay el incidente del dolor del parto para contribuir al aumento del
sufrimiento del ego que está construyendo su cuerpo bajo unas condiciones
prenatales faltas de armonía. ¡Ciertamente, una deuda grave que tienen que pagar
por ignorancia de la ciencia estelar! Y peor aún, en la gran mayoría de los casos
en los que las personas conocen astrología o cuando éstas están informadas de
su pronunciamiento y sus casos, rehúsan atender las voces de atención siempre
que son contrarias a sus deseos. Aun a menudo odian al astrólogo que tiene la
temeridad de decirles que su matrimonio envuelve dolor para ellos, de modo que
en el mejor de los casos se realiza con tales personas un trabajo que no es
agradecido.
Pero este asunto es tan importante en nuestro estado de evolución actual,
tiene unas consecuencias de tan lejano alcance, tanto para el individuo como para
la sociedad, que es realmente criminal el dejar a la suerte la elección de un
compañero. Afortunadamente, estamos cerca de la Edad Acuaria y no hay duda
que las personas estudiarán entonces el escrito estelar y acaso instituirán
departamentos matrimoniales mantenidos por la Iglesia o por el Estado con el
punto de vista de guiar sus generaciones en la dirección debida. Si los niños cuyos
natalicios sean armoniosos se visitaran en sus hogares y se hicieran compañeros
de juego, la relación se formaría de modo que se convertiría en amor con el curso
de los años. Entonces el matrimonio no terminaría el punto romántico de las
relaciones como desgraciadamente ocurre hoy en la mayoría de las uniones que
se consuman, sino que se intensificarían el amor y la felicidad año tras año. Los
lazos de afecto se harían más fuertes y aumentarían el desarrollo del alma de
aquellos nacidos bajo su mágico hechizo, como ninguna otra relación podría
hacerlo.
Los hijos entonces no serían un mero accidente. Ellos serían amados tan
sinceramente en esta vida que no echarían de menos el cielo que acababan de
dejar, porque encontrarían en sus hogares un cielo terrestre. Por lo tanto,
reguemos porque aquel día pueda venir pronto; un día en que cada población
tenga su departamento matrimonial asentado sobre bases astrológicas donde los
padres puedan enviar la fecha del nacimiento de sus hijos y recibir en cambio el
nombre y la dirección de otra persona que será armoniosa como compañera de
sus hijos. Si los padres de ambos sé sienten satisfechos con respecto a las
relaciones familiares, etc., los chicos pueden hacerse amigos; si no, otros nombres
podrían ser suministrados por el departamento, hasta que se encontrase uno que
estuviese en armonía desde los puntos de vista sociales y astrológicos. En este
caso, los niños podrían ser compañeros de juego y no hay duda que con el tiempo
su afecto cristalizaría en amor que satisfaría los sentimientos juveniles románticos.
Y un matrimonio ideal coronaría la felicidad de ambos.
Por nuestra parte, no debemos aguardar a que la Iglesia o el Estado tomen
la iniciativa por nosotros. Si los padres que creen en la astrología formasen
asociaciones, manteniendo un departamento central en el que los horóscopos de
sus hijos se conservasen, se agrupasen y clasificasen con el deseo de encontrar
unos compañeros apropiados para ellos, esto daría tal demostración práctica del
valor de la astrología, que sólo veinticinco años serían suficientes para llamar la
atención del resto de las personas.
***
del libro "El Mensaje de las Estrellas" de Augusta Foss de Heindel y Max Heindel
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