I. Percepción y conciencia de las dimensiones espaciales
¿Alguna vez ha meditado sobre cómo se aparece el mundo a los
animales? ¿Qué pensará un caracol al llegar al extremo de una hoja por la que
se venía arrastrando? ¿Qué pensará un águila al ver que un ratón se mete en
un hueco en la tierra? ¿Qué pensará un perro al ver que un automóvil cambia
su apariencia según se aproxima y nuevamente cambia después al pasar y
alejarse? Tales ejercicios de comprensión son estimables no sólo porque
pueden ayudarnos a desarrollar simpatía y por lo tanto amor a los animales (y
el amor por todas las criaturas es algo valioso), sino también porque la relación
que hay entre un animal y un ser humano puede resultar en cierta manera
similar a la que hay entre el hombre y seres sobrehumanos como Cristo, de
modo que estas reflexiones pueden mejorar nuestra comprensión de los seres
superiores.
Los científicos materialistas han observado que el animal unicelular
llamado ameba no tiene ojos. Su percepción del entorno está limitada
básicamente a sentir objetos con los que entra en contacto. Los anélidos
(gusanos) son capaces de reaccionar a los cambios de luz y las estrellas de
mar tienen manchas oculares en las puntas de sus brazos que pueden
responder a diferentes grados de iluminación pero no están preparadas para la
formación de imágenes. Los ojos de los insectos pueden percibir la luz y la
oscuridad, la dirección y el movimiento y en algunos casos el tamaño pero no
pueden enfocar objetos a distancias diferentes (aunque diversas partes del ojo
pueden ver cosas cerca o lejos). La habilidad de enfocar es mayor en los
cefalópodos (pulpos), peces y anfibios por el desarrollo de la capacidad de
modificar la distancia del cristalino a la retina. Esto capacita al ojo para enfocar
en la retina imágenes de objetos a diferentes distancias. La capacidad de
enfocar se halla aún más refinada en las serpientes y en los vertebrados
superiores con el desarrollo de la capacidad de variar la curvatura del cristalino
lo cual le permite acomodarse a objetos a diversas distancias. Cuando están
presentes mayores habilidades de enfoque se hace posible hacer más
distinciones visuales. Aunque las moscas y lombrices no distinguen tamaño, las
mariposas, cucarachas, tortugas, pollos, ratones y monos pueden distinguir
áreas de diferentes tamaños. Las abejas, avispas, mariposas, tortugas,
pájaros, pollos, perros, mapaches y monos han mostrado habilidad para
distinguir diferentes formas planas.
Tanto en los pájaros como en los mamíferos y en los humanos, los
nervios ópticos entrecruzan parte de sus fibras en su camino al cerebro de
modo que cada retina envía fibras nerviosas a ambos hemisferios cerebrales.
De esta forma los campos visuales de ambos ojos se combinan. Las imágenes
ligeramente diferentes de los dos ojos dan juntas la apariencia tridimensional a
los objetos observados. En algunos mamíferos los ojos están tan distantes uno
de otro que el campo de visión común a ambos es muy pequeño. Aún en
animales que disponen de la anatomía ocular y la estructura nerviosa
apropiadas para la visión estereoscópica, se halla limitada la habilidad para
servirse de estas estructuras. Los pájaros pueden distinguir formas planas
aunque no muestran reconocer recipientes diferentes. Los ratones y ratas
tienen dificultad para juzgar la distancia a que se encuentra una plataforma
(con el fin de escoger la más cercana o saltar a plataformas ubicadas a
distancias diferentes). En los seres humanos se halla muy desarrollada, sin
embargo, la habilidad para ver claramente los objetos en profundidad y percibir
las distancias.
Debido a que la ameba sólo es consciente de sí misma y de las cosas
que se ponen en contacto con ella, podríamos decir que su percepción del
espacio es esencialmente la percepción de un solo punto, es decir, percepción
de la dimensión cero. El paso de un estado de percepción a otro es gradual,
hasta el punto que algunas formas intermedias no se hallan claramente en un
estado u otro. El anélido y la estrella de mar tienen algunas características de
una percepción cero dimensional (en su incapacidad de percibir algo a menos
que se ponga en contacto con su cuerpo), pero en ellas se está desarrollando
una leve percepción de la conciencia lineal en la medida que pueden percibir
simultáneamente puntos diferentes de sus cuerpos. Los insectos que han
desarrollado la habilidad de percibir dirección (aunque no tamaño ni forma)
tienen percepción lineal, es decir, unidimensional. Pueden ver algo en el
exterior y decidir moverse hacia el objeto o separarse de él. Aquellos insectos
que muestran reconocer tamaño y forma comienzan a distinguir superficies, lo
que supone percepción bidimensional. Esta percepción bidimensional se halla
más desarrollada y refinada en el pez, los anfibios, reptiles, pájaros y
mamíferos. Los pájaros y mamíferos, con visión estereoscópica pero con
dificultad para percibir formas tridimensionales, se hallan en transición de la
percepción bidimensional a la tridimensional. Los seres humanos tenemos la
capacidad de reconocer objetos de variados tamaños y distancias. Podemos
percibir simultáneamente longitud, profundidad y altura y por esta razón
poseemos percepción tridimensional.
Una criatura que es capaz de formar sólo imágenes mentales ndimensionales no será capaz de funcionar en un cuerpo con percepción
dimensional n+1 o superior debido a que llegarán señales a la mente que no
podrán ser procesadas. Si una conciencia cero dimensional habitara un cuerpo
humano no podría imaginar al mismo tiempo las manos y los pies y al llegarle
señales simultáneamente de ambas partes del cuerpo serían confundidas. Las
criaturas capaces de formar imágenes mentales n-dimensionales encontrarían
ventajoso tener un cuerpo con unas capacidades perceptivas al menos ndimensionales y así termina llegando el tiempo en que dichos cuerpos son
construidos. De manera que, en general, la dimensión de la capacidad
perceptiva es igual a la dimensión de las imágenes que la mente es capaz de
manejar e igual a la dimensión de la conciencia (con algunas excepciones que
aparecen durante los estados de transición).
Para una criatura de conciencia cero dimensional el mundo sólo consiste
en un punto, que es lo único que puede percibir. Cualquier cosa que entre en
ese punto parecerá venir de ninguna parte y cuando sale de él le parecerá que
deja de existir. Si tal criatura fuera a moverse sobre una superficie, digamos
una hoja, sería consciente de un punto tras otro. Los puntos que hubiera
dejado atrás serían para ella el pasado. Los puntos a los que no hubiera
llegado todavía serían para ella el futuro. Pero nosotros, con la habilidad de
percibir toda la hoja, podríamos ver a un tiempo el pasado y el futuro de la
conciencia cero dimensional.
Para una criatura con conciencia de una dimensión, el mundo es
unidimensional. Nada existe para ella, excepto aquello que está en la línea de
la que es consciente. Si algo entra en esa línea parecerá como si viniera de la
nada. Si algo sale parecerá como si dejara de existir. Si tal criatura mueve su
línea de visión, digamos girando su cabeza, verá un número de direcciones
sucesivamente. Su ruta de percepción trazaría una línea por el paisaje (como
una línea cruzando una foto). De nuevo nosotros, con nuestra visión de una
dimensión superior veremos de una sola vez lo que la conciencia
unidimensional percibe como pasado y futuro.
Para una criatura de conciencia bidimensional, el mundo aparece
bidimensional, como una fotografía. Tal criatura sólo concibe un plano de la
existencia. Si mira una casa y alguien abre la puerta y sale, para su conciencia
tal persona aparece de la nada. Si camina alrededor de la casa, para ella ésta
parecerá cambiar de forma y características, aunque nosotros con nuestra
conciencia superior vemos que la casa tiene forma constante.
La conciencia cero dimensional ve el mundo como cero dimensional,
pero esto no hace que el mundo sea cero dimensional. La conciencia
unidimensional ve el mundo unidimensional, pero esto no hace al mundo
unidimensional. La conciencia bidimensional ve el mundo como bidimensional
pero esto no hace que el mundo sea bidimensional. Ante nuestra conciencia
tridimensional el mundo aparece como tridimensional, pero esto no excluye la
posibilidad de que haya dimensiones superiores.
Observemos que cuando nosotros, con nuestra conciencia
tridimensional, vemos el mundo de la conciencia dimensional inferior, podemos
hacer que las cosas aparezcan "de la nada" o desaparezcan de su mundo y
podemos ver su pasado y futuro de una sola ojeada. A través de la historia ha
habido ciertas personas que han mostrado estas habilidades en nuestro mundo
tridimensional. Han manifestado la habilidad de hacer que las cosas aparezcan
o desaparezcan, de describir eventos pasados en los que no estuvieron
presentes y de predecir el futuro (por eso se les llama profetas). Cristo fue
capaz de crear panes y peces cuando mucha gente lo necesitaba (Mateo
14:13-21) y de desaparecer en medio de una multitud sin ser visto (Lucas 4:28-
30), (Juan 8:59). Fue capaz de decir todo el pasado de personas que veía por
primera vez (Juan 1:43-51), (Juan 4:7-19), y en varias oportunidades Él
demostró conocer por anticipado qué experiencias les aguardaban a Él y a los
discípulos (Mat. 17:24-27, Mat. 20:18-19, Mat. 26:20-25, Mat. 26:31-35, Luc.
5:1-11). Es razonable pensar que la conciencia de Cristo y de los profetas
pertenecía a la cuarta dimensión.
Pablo, en su Carta a los Efesios (3:14-18) escribió: "Por eso yo doblo
mis rodillas ante el Padre... que habite Cristo por la fe en vuestros corazones y,
arraigados y fundados en la caridad, podáis comprender, en unión con todos
los santos, cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad". Pablo
incluyó aquí cuatro dimensiones y dejó implícito que no sólo los santos podrían
comprenderlas sino que nosotros seremos también capaces de comprenderlas
cuando Cristo habite en nuestros corazones y nos volvamos "arraigados y
fundados en la caridad".
REFERENCIAS
- Abbot, Edwin A. Flatland. New York: Dover Publications, 1952.
- Ouspensky, P.D, Tertium Organum. Rochester, N. Y.: Manas Press, 1920.
- Washburn, Margaret F. The Animal Mind. N.Y.: Macmillan, 1926.
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Ciencia
y
Religión
Por
Elsa M.
Glover
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