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La leña y los abrigos
Existieron hace tiempo dos islas separadas por un océano. La isla del sur recibía el nombre de País del Sur. Disfrutaba de un clima benigno y era la más habitada. La isla del norte era llamada el País del Norte. Su clima resultaba verdaderamente frío y la gente no iba a ella a menos que tuviera una buena razón. Y ciertamente existía una buena razón para ir al País del Norte pues en él se encontraban piedras preciosas imposibles de hallar en otros lugares.
Cuando la gente tenía que viajar del País del Sur al País del Norte, sacaba billetes de ida y vuelta para el barco que los transportaba. En el billete figuraban tanto la fecha de salida como la de regreso. Durante el viaje se les suministraban un abrigo grande y pesado, un sombrero cálido y botas. Bebían vino durante la travesía, en la creencia de que mantendría su sangre caliente en el País del Norte. Desgraciadamente, el vino les hacía olvidar qué habían ido a buscar al País del Norte. Sucedía a veces que pasaban el tiempo jugando los unos con los otros o recogiendo leña, con frecuencia mucha más de la que necesitarían en toda su estancia allí. Al sugerirles que buscasen piedras preciosas se reían y respondían “Las joyas no dan calor. ¿Para qué puede uno querer esas pequeñas piedrecitas?”
El vino les hacía olvidar el aspecto que tenían sus compañeros antes de ponerse los abrigos, sombreros y botas para el viaje y comenzaron a identificarlos por esas mismas prendas que vestían. Cuando un compañero partía de regreso en un barco, a menudo encontraban su abrigo en la playa y lloraban porque ya no jugaba con ellos ni les ayudaba a recoger leña.
Finalmente les llegaba el momento de regresar e intentaban subir al barco toda la leña que habían reunido. El capitán del barco nunca se lo permitía. Era un barco pequeño y no tenían espacio para transportar a la vez las personas y la leña. Por añadidura, el capitán sabía bien que no tenían necesidad de esa leña en el País del Sur, aunque hacía tiempo que no intentaba discutir ese punto con los pasajeros y se limitaba a decirles que iba contra la ley llevar ese tipo de equipaje en el barco.
Cuando esos pasajeros desorientados llegaban de vuelta al País del Sur y se disipaban los efectos del vino, recordaban con amargura que partieron en busca de piedras preciosas y no las habían traído consigo. De modo que empezaban a preparar un nuevo viaje.
del libro La Era de Acuario Por Elsa M.Glover
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