CARTA Nº 14
Enero de 1912
LA PRÓXIMA EDAD DEL AIRE
Revisando la lección del mes pasado, aparece la alarmante afirmación de que en la época venidera
abandonaremos nuestra tierra firme actual, para ir a vivir en el aire vestidos con un cuerpo gaseoso.
Otro escritor, a propósito de esto mismo, ha provocado mucha hilaridad con una serie de artículos
tan exageradamente imaginativos y fantásticos que las opiniones que nosotros hemos oído expresaban
unánimes el deseo de concederle el titulo de campeón entre los narradores de cuentos. Y, no obstante, habita
en la tierra; sus templos son tan sólidos como las rocas; y yo he vacilado mucho antes de la publicación de la
enseñanza citada anteriormente, hasta que decidí hablar por requerimiento del deber, y aun a trueque de que
algunos estudiantes me califiquen de visionario.
Lo malo es que todos nosotros nos hemos contaminado con el materialismo más de lo que nosotros
mismos pensamos, y esto nos estorba en nuestras pesquisas. Como estudiantes que somos de una filosofía
trascendental, nos hemos acostumbrado a creer que la vida individual e interminente dentro del cuerpo
etéreo le es posible obtenerla a una minoría, pero que la totalidad de la raza humana ha de vivir
constantemente durante toda una era en el aire - verdaderamente, me quedé sin poder respirar al darme
cuenta de que la Biblia da a entender exactamente lo que dice al afirmar que encontraremos al Señor en el
aire y estaremos con Él durante toda esa época.
No obstante, mirando hacia el futuro, bajo la perspectiva del pasado, la idea no nos debería causar
sorpresa alguna, pues está en línea directa con la senda que hemos seguido para llegar a nuestro desarrollo
actual. En una época, vivimos como el mineral y
estábamos mezclados con la tierra gaseosa. Crecimos hacia fuera de la ígnea substancia durante la existencia
que cual las plantas después llevamos. Nuestra peregrinación comenzó en la corteza delgada de la tierra en
época posterior, y nos hallamos ahora sobre la superficie de la tierra, muy lejos del sector interno donde
empezó nuestra evolución. La marcha de progresión ha sido siempre hacia fuera, y por lo tanto, se desprende
de aquí que el próximo paso debe ser para elevarnos por encima del nivel de la tierra.
Divulgo esta enseñanza para su consideración, porque la mayoría de nuestros estudiantes creen en el
renacimiento y en la Ley de Consecuencia, que son los árbitros principales del destino durante la presente
dispensación de los ciclos recurrentes. El conocimiento de estas leyes es de un valor superior, pues nos
capacita para ordenar nuestra vida inteligentemente, formando en esta vida las condiciones de la próxima
incorporación.
La mayoría de los Cristianos no tienen esta gran ventaja, pero viven, no obstante, sufriendo
totalmente todas las tribulaciones de "esta Edad" -el Reino de los Hombres- con la gran esperanza de
poderse habilitar para su admisión al Reino de Dios - la próxima Edad. Nuestra visión de la vida tiene un
foco más corto que la de ellos. Ellos viven menos científicamente que los que de entre nosotros aplican
nuestro más exacto conocimiento de las presentes condiciones, pero se van ajustando para la futura Edad si
viven de cuerdo con las enseñanzas de la Biblia. Sus creencias podrán ser vagas, pero ellos viven y mueren
con la firme convicción de la suprema y cardinal verdad de que irán a la Gloria y que estarán con el señor
por siempre jamás si son realmente Cristianos.
Ni nosotros creemos solamente en el renacimiento, no podemos esperar más que en un continuo
retorno a la a batallar con la ley de Jehová; no tenemos parte en el amor de Cristo. Para estar en perfecto
acuerdo con los hechos, si queremos capacitarnos para vivir toda la verdad, nos hemos de dar cuenta exacta
de que el nacimiento y la muerte son ficciones de esta época de nuestra existencia concreta que
desaparecerán, pero la vida en si misma es interminable. Juan nos dice muy definidamente que a pesar de
que no descubramos lo que será nuestra constitución, seremos cambiados a semejanza de Cristo y seremos
inmortales durante toda la Era, y nos incumbe a nosotros conservar esta grande esperanza ante nosotros
firmemente, y rogar por el Reino venidero, como nos lo enseñó nuestro Señor.
del libro "Cartas a los Estudiantes", de Max Heindel
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