humana compasión y amor

”el
propósito de la vida no es felicidad sino experiencia"…


Ningún hombre ama a Dios si aborrece a sus semejantes,
Quien pisotea el corazón o el alma de su hermano;
Quien busca encadenar, nublar o ensombrecer la mente
Con miedos del infierno, no ha percibido nuestra meta.
Dios nos envió todas las religiones benditas
Y Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida,
Para dar descanso al de pesada carga
Y paz para el dolor, el pecado y la lucha.
Contemplad al Espíritu Universal que ha llegado
A todas las iglesias, no a una solamente;
En la mañana de Pentecostés una lengua de fuego
Rodeando a cada apóstol como un halo brilló.
Desde entonces como buitres famélicos y voraces,
Hemos combatido a menudo por un nombre sin sentido,
Y buscado dogmas, edictos o credos,
Para enviarnos los unos a los otros a la hoguera.
¿Está Cristo dividido entonces? ¿Fue Pedro o Pablo,
Para salvar al mundo, clavado al madero?
Si no, ¿por qué, entonces, tales divisiones?
El amor de Cristo abarca tanto a vosotros como a mí.
Su puro dulcísimo amor no está confinado
Por credos que segregan y levantan una muralla.
Su amor envuelve y abraza a toda la humanidad,
No importa lo que nosotros nos llamemos de Él.
Entonces, ¿por qué no aceptar Su palabra?
¿Por qué sostenemos credos que nos separan?
Sólo una cosa importa ser oída;
Que el amor fraterno llene todos los corazones.
Sólo hay una cosa que el mundo necesita saber,
Sólo hay un bálsamo para todos los dolores humanos,
Sólo hay un camino que conduce hacia los ciclos,
Este camino es: humana compasión y amor.
--Max Heindel

ver vídeo: CREDO o CRISTO

*
del libro Concepto Rosacruz del Cosmos de Max Heindel

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CONCEPTO ROSACRUZ DEL COSMOS

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Max Heindel

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martes, 11 de diciembre de 2012

LA ORACIÓN DEL SEÑOR: El Padrenuestro - INSTRUCCIÓN XVIII




INSTRUCCIÓN XVIII


LA ORACIÓN DEL SEÑOR:
El Padrenuestro

Muchas personas que han meditado seriamente sobre los problemas de la vida superior
han renegado desgraciadamente de los conocimientos primitivos, han dejado de creer en
las enseñanzas de la Iglesia respecto a la remisión de los pecados, al poder salvador de
la fe, a la eficacia de la oración y de los dogmas. Si bien desde el punto de vista de tales
personas, que son honestas y sinceramente buscan la verdad, esas ideas pueden
parecer palpables falacias, trataremos no obstante de hablar sobre ellas desde otros
puntos de vista para que entonces puedan juzgar. Contempladas en esta forma
aparecerán iluminadas por una luz que probablemente no se percibió antes, así ofrecerán
un significado nuevo, más grande y más satisfactorio para el corazón y perfectamente
aceptable para el intelecto. Muchos de nosotros, impelidos por la razón nos hemos visto
obligados a alejarnos de la Iglesia, aunque el corazón sangrara. Las concepciones
intelectuales de Dios y de¡ objeto de la vida no podían satisfacernos y nuestras
existencias se vieron así limitadas. Que la nueva luz haga posible que los que sientes el
deseo en su corazón vuelvan a la Iglesia y ocupen de nuevo su puesto con renovado
celo, nacido de una comprensión más profunda de las verdades cósmicas y de las
enseñanzas de la Iglesia, es el deseo más íntimo del autor cuyos motivos se enunciarán
en las siguientes instrucciones.

Hay un hecho evidente para todo estudiante de religión comparada, o sea que cuanto
más retrocedemos en el tiempo, tanto más primitiva es la raza y tanto más inferior es su
religión. Conforme el hombre se desarrolla se desenvuelven sus ideas religiosas.
Los investigadores materialistas deducen de estos hechos que todas las religiones son
obra del hombre, y que toda concepción de Dios tiene sus raíces en la imaginación
humana. La falacia de tal idea se apreciará fácilmente si consideramos la tendencia que
toda vida tiene por preservarse a sí misma. Cuando la ley de supervivencia de los más
aptos es la que domina, como sucede entre los animales, cuando el poder es un derecho,
entonces no hay religión. Y, hasta que un poder superior extraño se haga sentir no puede
derogarse esa ley para que ocupe su lugar la ley de la propia abnegación que venga a
obrar como un factor de la vida, ley que en mayor o menor grado se encuentra hasta en
la religión más inferior. Huxley reconoció este hecho en su última conferencia, en la que
manifestó que mientras que la ley de supervivencia de los más aptos marcaba la línea
animal del progreso, la ley del sacrificio era el corazón del desarrollo humano, impulsando
al fuerte a cuidar del débil, dándole gustosamente lo que podía, y creciendo no obstante
al dar.

La razón de esta anomalía no puede encontrarla el materialista, pues desde su punto de
vista ha de enfrentarse siempre con un enigma insoluble, pero una vez que
comprendemos que el hombre es un ser compuesto de Espíritu, alma y cuerpo, que el
Espíritu se manifiesta en pensamiento, el alma en sentimientos y el cuerpo en obras, y
que ese triple hombre es una imagen del Dios triuno, comprenderemos fácilmente la
aparente anomalía, puesto que dada su constitución ese ser compuesto se encuentra
especialmente preparado para responder a las, vibraciones espirituales y a los impactos
físicos.

Cuando reparamos cuan poco se preocupa la mayoría por la vida superior en nuestros
días, podemos deducir que hubo un tiempo en que el hombre era casi incapaz de ser
afectado por las vibraciones espirituales del universo. Sentía vagamente un poder
superior en la Naturaleza, y como estaba parcialmente dotado de clarividencia, reconocía
la existencia de poderes que ahora no percibimos, si bien obran con tanta potencia como
antes.

Había que dirigir al hombre para su bien futuro, para guiarlo por el buen camino y ayudar
a su naturaleza superior a adquirir dominio sobre la inferior, la personalidad, esta última
fue subyugada por el Miedo. Haberle dado una religión de amor, el haber ensayado
persuasiones morales, hubiera sido absolutamente inútil cuando el Ego humano se
encontraba en su infancia, cuando la naturaleza animal de la personalidad inferior
predominaba.
El Dios que podía ayudar a esa humanidad debía ser un Dios fuerte, un Dios que pudiera
dominar el rayo y el trueno y fulminar con ellos.
Cuando el hombre hubo progresado un poco más se le enseñó a considerar a Dios como
el Dador de todo, inculcándole la idea de que si obedecía las leyes de ese Dios obtendría
prosperidad material. La desobediencia a ellas producía por el contrario hambres, guerras
y pestes. Con objeto de hacer ascender al hombre un poco más se le enseñó luego la
Ley del Sacrificio, pero como en ese estado el hombre estimaba grandemente sus
posesiones, se le prometió que si sacrificaba sus ovejas y bueyes con fe "el Señor se los
devolvería centuplicados" que el que daba a los pobres prestaría a Dios quien siempre
recompensa superabundantemente. Todavía no se prometía cielo alguno, eso estaba aún
lejos de la capacidad apreciativa del hombre. Y se dijo enfáticamente que "el Cielo y los
cielos son del Señor, pero que la Tierra se la había Él dado a los hijos de los hombres"
(Salmos, 115:16).

Después se enseñó al hombre a sacrificarse a sí mismo por una recompensa que
obtendría en el cielo. En vez de efectuar un acto de sacrificio ocasionalmente de ovejas o
toros, que el Señor bien pronto le devolvía, se le pedía ahora que sacrificara sus malos
deseos, ya que el obrar bien continuamente le aportaría tesoros en el cielo, y que no se
preocupara de las posesiones materiales que los ladrones podían robar o que podían
echarse a perder.

Cualquiera puede durante poco tiempo ponerse en un estado de exaltación en el que es
muy fácil hacer un supremo acto de renunciación, pues es comparativamente fácil morir
por la propia fe, como los mártires, pero eso no es suficiente, y la religión cristiana nos
pide el valor de vivir nuestra fe día a día, toda la vida teniendo fe en una recompensa
futura, en un cielo explicado aún muy confusamente. En verdad que los trabajos de
Hércules parecen muy pequeños en comparación, y no hay que maravillarse de que las
dudas nos abrumen como a Atlas robándonos la fe que tuviéramos en el benéfico y
substentador poder de Dios.
En realidad, sepámoslo o no, vivimos por fe todos los minutos de nuestras vidas y en
proporción a cómo vivamos así somos felices o desgraciados. Por la noche nos
acostamos teniendo fe en que nada perturbará nuestro sueño, en que nos despertaremos
por la mañana y proseguiremos nuestras tareas al día siguiente. Si no fuera por esa fe, si
nos asaltaran dudas sobre esos puntos, ¿reclinaríamos tranquilamente nuestras cabezas
en las almohadas y podríamos cerrar los ojos? Seguramente que no; y al poco tiempo
estaríamos postrados mental y físicamente, asaltados por el demonio de la duda. Cuando
vamos al almacén a comprar provisiones tenemos fe en la probidad del vendedor,
esperamos que nos dé buenos alimentos no adulterados. Si no la tuviéramos ¡cuan
miserables serían nuestras vidas! En vez de tomar gustosamente los alimentos, las dudas
nos quitarían el apetito, de manera que nos sería imposible hacer una buena comida,
porque hasta los buenos alimentos los envenenaríamos con nuestro estado mental de
duda y miedo, estado que conocen perfectamente los fisiólogos.

Es con fe que salimos de casa por las mañanas confiados en que la ley de la gravedad la
habrá conservado en el mismo sitio cuando volvamos a ella por la noche.
Muy pocos de entre nosotros han observado la sombra que la Tierra proyecta sobre la
Luna en los eclipses lunares y comprendido que esa sombra redonda es la única prueba
positiva de la redondez de la Tierra. Lo sabemos por la fe que tenemos en las
afirmaciones de otras personas. Así sucede con el hecho de que estamos viajando a
través del espacio a una velocidad de un millar de millas por hora en virtud del
movimiento de la Tierra en torno de su eje, y con ese otro hecho científico maravilloso, de
que aunque la Tierra parece quieta e inmóvil está realmente viajando en su órbita en
tomo del Sol a una velocidad de mil seiscientos millones de millas cada veinticuatro
horas. Esos y otros muchos hechos similares que no podemos investigar por nosotros
mismos los aceptamos viviéndolos todos los días, llamándolos conocimientos y basando
nuestro bienestar sobre ellos en virtud de la fe.

Se ha dicho en las Instrucciones anteriores que la fe es la fuerza en el hombre que abre
el camino de comunicación con Dios y nos pone en contacto con su vida y poder.
La
duda, por el contrario, tiene un efecto deprimente y enceguecedor en la vida espiritual.

Que esos son los efectos de la fe y de la duda puede verse fácilmente examinando sus
influencias en nuestra vida diaria. Sabemos que las expresiones de fe y esperanza nos
animan y cuánto nos deprime el que los demás duden de nosotros. Y lo mismo es cierto
aplicado a los dominios superiores, como lo demostrará el siguiente incidente:
Cuando visitamos la ciudad de Columbus, Ohio, en 1907, tuvimos oportunidad de asistir a
una conferencia sobre las nuevas evidencias de una Vida Futura" por el profesor Hyslop.

El autor ,no encontró allí ninguna nueva evidencia ni nada que ya no hubiere sido aducido
por los anales de la Society for Psychical Research, con centenares y aún millares de
casos semejantes y nos admirarnos de como un hombre como el profesor Hyslop
consideraba esas como nuevas evidencias, puesto que debía conocer aquellos anales.
No se resolvió el enigma hasta que alguien indicó que el señor Hyslop no tenía fe en los
experimentos del profesor Crookes o en los resultados de las investigaciones de
cualquier otro; no estaba preparado para creer en nada que él no hubiese conocido
personalmente, y por lo tanto lo presentado era nuevo, había sido nuevamente percibido
(por él). Pero aun cuando el profesor Hyslop rehusaba aceptar las pruebas de otros
investigadores no tenía el menor inconveniente en pedir al auditorio que aceptara su
testimonio como si fuera el único digno de crédito, e involuntariamente suministró una
prueba de su propia ineficiencia como investigador, debido a su ultraescepticismo,
cuando relató como un día en una sesión mediamnímica recibió comunicaciones de
Richard Hodgson (que había muerto), a quien indicó que lo iría a buscar nuevamente por
intermedio de otro médium y que entonces tendría que darle ciertas comunicaciones que
demostraran que era el mismo. A la hora indicada el profesor Hyslop fue a ver al médium
y Hodgson comenzó a hacer sus comunicaciones. Hodgson parecía incapaz de contestar
a las preguntas, y el profesor Hyslop le preguntó con enojo: "¿cómo es que tú, Ricardo,
cuando estabas en la Tierra contestabas rápidamente a las preguntas y ahora no puedes
contestar?" Entonces, dice el profesor Hyslop al contar el suceso, entonces vino la
contestación como un relámpago: "¡Oh! ¡cada vez que entro en tu miserable atmósfera
me parece que me rompo en mil pedazos!...." La actitud mental de ultraescepticismo tenía
el mismo mal efecto sobre el espíritu comunicante de R. Rodgson, que la actitud mental
del tribunal de exámenes tiene sobre el examinando. Si el tribunal cree que el candidato
es un ignorante puede ser que por bien preparado que esté fracase, mientras que el
verdadero ignorante puede salir bien librado si la actitud mental del tribunal es alentadora.

Vemos pues que la duda y el escepticismo tienen un efecto perjudicial sobre el objeto al
que se dirige, mientras que la fe abre y expande nuestra capacidad mental, así como la
luz solar desarrolla la hermosura de la flor, y ahora podemos, pues, comprender la
necesidad de la fe para aproximarnos a las enseñanzas espirituales. Consideradas en
esa forma se muestran en su verdadera luz, mientras que la duda, la crítica o el
agnosticismo ajan la belleza así como los helados cierzos destruyen las flores. Cristo
Jesús dijo: "Todo aquel que no reciba el reino de Dios como un pequeño niño no entrará
en él". En esa sentencia se oculta la clave de la actitud mental necesaria. El adulto
cuando se encuentra con una enseñanza nueva o bien la rechaza desde el primer
momento porque tiene algo en lo que él no ha pensado aún, o la acepta sin discusión si
está de acuerdo con sus propias teorías, convierte sus propios conocimientos y punto de
vista en el metro absoluto de la verdad con el cual mide todas las ideas que se le
presentan, y por amplia que pueda ser su visión es siempre estrecha desde el punto de
vista cósmico.
Un niño no está obstaculizado por las limitaciones de los conocimientos anteriores, su
mente está abierta a toda verdad, y recibe sin vacilación cualquier enseñanza con fe. El
tiempo demostrará, si esos hechos son ciertos o no, y esa es la única prueba
concluyente. El discípulo de las escuelas de ocultismo desarrolla esa actitud mental
infantil, olvidándolo todo cuando examina una enseñanza nueva o investiga un fenómeno
que antes no había percibido, a fin de desembarazar su mente de todo obstáculo. Por
supuesto, no cree porque sí que lo negro es blanco; pero está siempre pronto para
admitir cuando se le hace la proposición de que puede existir un punto de vista del que no
tenía conocimiento y desde el cual el objeto blanco pueda verse negro realmente, o
viceversa. Esa es una actitud mental sumamente ventajosa, porque el hombre que la
cultiva es capaz de aprender y de aumentar sus conocimientos dentro del mismo radio en
que lo hace el niño que escucha más bien que arguye.

De esta suerte la actitud del niño es del todo conducente a la adquisición del
conocimiento del que simbólicamente se habla como del Reino de Dios, en contraste con
esa ignorancia del estado humano. Compréndase claramente que la fe que se requiere
no es una fe ciega, ni una fe irrazonable que se adhiere al credo o dogma contrario a la
razón, sino que es un estado mental abierto y tranquilo, sin prejuicios, dispuesto a
sopesar cualquier proposición hasta que la investigación completa la haya hecho
plenamente insostenible.

En la Instrucción anterior dijimos que la oración era abrir un canal que permite a la Vida y
a la Luz divinas fluir en nosotros, de la misma manera que el abrir el interruptor permite
fluir la corriente eléctrica desde la usina hasta nuestra casa. La fe en la oración es la
fuerza que abre la llave. Sin fuerza muscular no puede abrirse el interruptor para obtener
luz física, y sin fe no puede orarse para conseguir la iluminación espiritual. Si oramos por
motivos mundanos, por lo que es contrario a la ley del amor y del bien universal, nuestras
oraciones serán tan inútiles como un conmutador de cristal para establecer la corriente
eléctrica. El cristal no es conductor, es un obstáculo para la fuerza eléctrica, y las
oraciones egoístas son, similarmente, obstáculos para los propósitos divinos y por lo
tanto no pueden obtener contestación. Hay que orar convenientemente, y en el
Padrenuestro tenemos el tipo de oración más admirable pues satisface todas las
necesidades del hombre tan bien cual ninguna otra oración pueda igualarla. En pocas
sentencias encierra todas las complejidades de la relación entre Dios y el hombre.
Para comprender convenientemente esa oración sublime y para hacerlo de manera
inteligente y eficiente, indicaremos brevemente algunas de las enseñanzas dadas en las
Instrucciones anteriores.

El Padre es el Iniciado más elevado del Período de Saturno.

El Hijo es el Iniciado más elevado del Período Solar.

El Espíritu Santo es el Iniciado más elevado del Período Lunar.

El Espíritu Divino y el cuerpo denso del hombre comenzaron su evolución en el Período
de Saturno, y están por consiguiente bajo el cuidado especial del Padre.

El Espíritu de Vida y el cuerpo vital comenzaron su evolución en el Período Solar y por
consiguiente están bajo el cuidado especial del Hijo.

El Espíritu Humano y el cuerpo de deseos comenzaron a evolucionar en el Período Lunar
y están a cargo por lo tanto del Espíritu Santo. La Mente se obtuvo en el Período
Terrestre y no está a cargo de ningún ser externo, sino que está sujeta al hombre mismo,
sin ningún auxilio exterior.

En el Padrenuestro hay siete peticiones; o más bien hay tres grupos de dos oraciones y
una súplica. Cada grupo hace referencia a las necesidades en uno de los aspectos del
triple espiritu y su contraparte en el triple cuerpo. La primer sentencia : Padre nuestro que
estás en los Cielos", es como la dirección que se pone en el sobre. Estúdiese el diagrama
16, como la clave para esta oración, pues muestra diagramáticamente la relación entre la
Trinidad, el triple Espíritu, el triple cuerpo y la mente, estando relacionado cada aspecto
del Espíritu con la oración que específicamente sigue a su contraparte en el triple cuerpo
:y dirigida a su aspecto guardián de la Trinidad.

El Espíritu Humano asciende sobre las alas de la devoción hasta el aspecto paterno de la
Santísima Trinidad y exclama: "Santificado sea tu nombre".

El Espíritu de Vida se eleva sobre las alas del amor, y se dirige a la fuente de su ser, el
Hijo: "Venga a nos el tu reino".

El Espíritu Divino se sumerge con percepción superior en la fuente principal, de donde
surgió al nacer el tiempo, el Padre, y le manifiesta su confianza en esa Inteligencia
Infinita, con las palabras: "Hágase tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo".

Habiéndose elevado así hasta el Trono de la Gracia, el triple Espíritu del hombre emite su
pedido para la personalidad, el triple cuerpo.

El Espíritu Divino ruega al Padre por su contraparte, el cuerpo denso: "El Pan nuestro de
cada día dánoslo hoy".
El Espíritu de Vida ruega al Hijo por su contraparte el cuerpo vital: "Perdónanos nuestras
deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores".

Y el Espíritu Humano suplica por el cuerpo de deseos con las siguientes palabras: "No
nos dejes caer en la tentación". Entonces todos se juntan para rogar por la mente: "Y
líbranos del Mal".
El afijo, "porque tuyo es el Poder, la Gloria y el Reino", no fue dado por Cristo y no es
una oración.

Considerando la explicación expuesta desde el punto de vista analítico, encontramos que
hay tres enseñanzas religiosas que se dan al hombre para ayudarlo a obtener la
perfección. Una es la religión del Espíritu Santo; otra es la Religión del Hijo, y la última es
la Religión del Padre.

Bajo el régimen del Espíritu Santo la raza humana se dividió en naciones y pueblos, por
su adherencia a unos de esos grupos, se separaron de la fraternidad con las otras
naciones. Y cada grupo se separó aún más del resto debido a que usaba otro lenguaje. A
todos se les dieron ciertas leyes y se lés enseñó a reverenciar el nombre de su Dios.
Unos lo adoraban como lao, otros como Tao, o como Bel. Pero en todos los pueblos el
nombre de su Legislador era sagrado. Ese sistema de separación tenía la ventaja de que
Jehová, el Espíritu de Raza en Jefe, podía emplear a un pueblo para castigar a otro que
había violado su ley, pero tuvo la desventaja de que avivó el egoísmo y separó a la
humanidad en forma perjudicial para el bien universal. Es una verdad aromática que lo
que no beneficia a todos no puede beneficiar realmente a nadie. Por consiguiente se
tomaron las medidas del caso para reunir a todas las naciones separadas en una
Fraternidad. Esta es la obra de la Religión del Hijo: el Cristianismo. Las naciones
guerreras están animadas por el Espíritu de Raza, pero la Religión Cristiana las unirá
eventualmente, abrigándolas a convertir sus espadas en arados y sus lanzas en
podaderas, y traerá paz y buena voluntad a la Tierra cuando el reino del Hijo haya
sucedido al de las razas y tribus. Entonces, una enseñanza religiosa más elevada, la
religión del Padre, unirá a la Humanidad aún más. En el reino del Hijo habrá una
Fraternidad Universal compuesta por individuos separados, que tendrían intereses
diversos, pero que estarán siempre prontos para dar o tomar por amor, subordinando las
preferencias individuales ante el bien común, pero cuando la Religión del Padre se
convierta en un hecho en la vida, el yo se habrá sumergido completamente en el
propósito común, en una sola voluntad. La Voluntad de Dios se hará entonces así en la
Tierra como en los cielos, porque ya no habrá ni yo ni tú, sino que Dios será todo y estará
en todo.

En el ínterin deberá efectuarse cierto trabajo por el triple Espíritu en el triple cuerpo, para
espiritualizar éste y extraer de él la triple alma.

El cuerpo denso no es sino una herramienta irresponsable, pero sin embargo, es el
instrumento más inestimable, y hay que cuidarlo y estimarlo como el mecánico cuida y
valúa sus herramientas. Debemos mantener firmemente ante nuestra visión mental que
no somos el cuerpo, como tampoco el mecánico es sus herramientas, o el carpintero es
la casa. Esto es plenamente evidente si consideramos que nuestro cuerpo es una
agregación de células que están continuamente cambiando, mientras mantenemos
nuestro "yo" a pesar de todos los cambios, lo que sería imposible si nosotros fuéramos el
cuerpo. Al cuerpo es necesario cuidarlo y estimarlo. "El pan nuestro de cada día dánoslo
hoy" dice la cuarta petición. Muchas personas comen mucho, y para ellas un ayuno
ocasional puede ser bueno, pero el ayuno es innecesario para los que viven una vida
simple y sencilla todos los días. Cuando el cuerpo está sobrealimentado, el Espíritu
puede estar despierto, pero la carne no. Por consiguiente cuando un Espíritu joven
comienza a adquirir ascendiente, trata de dominar la naturaleza inferior con ayunos,
torturas, etc, como se ve en los yoguis hindúes quienes maceran su cuerpo, haciendo
que sus miembros se sequen, etc., para que el espíritu pueda brillar.
Este es un error tan perjudicial, para el verdadero crecimiento espiritual como la
costumbre de comer demasiado. Como ya dijimos, cuando el hombre puede dominar sus
apetitos y alimentar su cuerpo con alimentos puros no necesita ayunos, puede dar a su
cuerpo el pan cotidiano.

En Asia, donde se conocen generalmente las leyes del Renacimiento y de Consecuencia
y se enseñan con claridad, el pueblo puede ver que sus, obras elevarán a su debido
tiempo a la humanidad a un estado de gloria suprema, pero es necesario para el
desarrollo de la exactitud del pensamiento, con el que el hombre podrá a su debido
tiempo crear, que toda su atención se concentre temporalmente en el Mundo Físico y por
consiguiente sus conocimientos sobre los asuntos espirituales deben borrarse. Para
conseguir ese fin, los Guías de la humanidad dieron a los precursores de la raza humana
la bebida letal: el vino, y entonces olvidaron temporalmente. Han llegado a considerar la
vida actual como la única que aquí viviremos, y se han tomado los mayores trabajos para
obtener de ella todo el "'beneficio posible, así las energías occidentales están
conquistando el mundo material a grandes saltos, mientras la lasitud oriental los
contempla. En las venideras edades también ellos olvidarán durante un tiempo y seguirán
nuestro sendero de conquistas.

Pero como la Religión Occidental, el Cristianismo, no enseña como la ley cósmica va
purificando lentamente al hombre y elevándose hasta Dios a través de muchas vidas, se
le dio una enseñanza compensatorio, o se habría desesperado, pues su inteligencia le
habla de sus imperfecciones y de la imposibilidad de la realización espiritual en una sola
vida en la que se ve obligado por la fuerza de las circunstancias a dedicarla
principalmente a empresas materiales. Por consiguiente se le enseñó la doctrina de la
remisión de los pecados, por la fe en la rectitud del Cristo, la "Antorcha de la Esperanza",
el "Sol de Justicia". Es evidente que en un universo de ley y de verdad los Grandes Guías
no podían enseñar una mentira para salvar al hombre de la desesperación que hubiera
acabado inevitablemente con todo esfuerzo es ¡ritual si sólo se le hubiera enseñado la
Ley de Consecuencia que decreta que lo que se siembre se recogerá. Por consiguiente,
la doctrina de la remisión de los pecados debe ser tan ley de la Naturaleza como la de
Consecuencia; en realidad debe ser una ley superior puesto que sobrepasa a la ley de
Consecuencia. Ambas tienen cierto margen en la vida humana y la Iglesia Católica
enseña todavía el medio científico de obtener la remisión de los pecados cuando
aconseja a sus fieles que todas las noches hagan examen de los sucesos del día,
criticándose cuando hayan hecho algo malo, o sea substancialmente el ejercicio que
hemos enseñado en las Instrucciones anteriores, sobre todo en la XI, donde se indican
claramente sus grandes efectos. La benéfica acción de la ley de Consecuencia al
purificarnos del mal del que no nos hemos arrepentido también la mencionan las
enseñanzas Católicas concernientes al Purgatorio, si bien se equivocan al decir que ese
estado es un castigo y no ven que aunque hubiera en tal lugar un diablo para atormentarnos
mientras allí estuviéramos, el dolor que nos produce al purificarnos de todo pecado
sería análogo al dolor que el cirujano nos causara al extraemos la bala de una herida; el
diablo no sería más vengativo que el cirujano.

Siendo el cuerpo vital el que tiene el panorama de nuestra vida, los pecados y errores
que hemos hecho sufrir a otros que- dan grabados allí, y de ahí la oración "perdónanos
nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores", que indica las
necesidades del cuerpo vital y debe notarse que esa petición enseña la doctrina de la
remisión de los pecados en la palabra, perdónanos, y la ley de Consecuencia en las
palabras, así como nosotros perdonamos, lo que hace que nuestra emancipación esté en
proporción directa de la actitud que observemos respecto a los demás.

"No nos dejes caer en la tentación", es la petición por el cuerpo de deseos que es el
acumulador de energía y el que su suministra el incentivo para la acción mediante el
deseo. Una máxima oriental dice: "Mata el deseo" y los orientales son un buen ejemplo
de la indolencia que resulta de haber hecho eso. Matad vuestro carácter es una
admonición absurda que se suele dar generalmente a los que pierden el dominio de sí. El
deseo o el carácter son dos cosas valiosas, demasiado valiosas Como para ser muertas,
puesto que el hombre sin deseo es como el acero sin temple: no sirve para nada. En la
Revelación, donde se aconseja a las seis iglesias, se anatemiza a la séptima porque no
es "ni fría ni caliente", por ser. una comunidad incolora. "Cuanto mayor es el pecado
mayor es el santo" es un adagio ciertísimo, porque entonces toma la energía del pecado
y la dirige en la buena dirección, convirtiéndose en un gran poder para el bien. Un
hombre puede ser bueno porque no puede tener suficiente energía para ser malo,
entonces es tan bueno que no sirve para nada, como los Nicolaitas. Mientras somos
débiles nuestra naturaleza de deseos nos domina y puede hacernos caer en la tentación,
pero cuando aprendemos a controlar nuestro carácter podemos marchar en armonía con
las leyes de Dios y del hombre.

El poder guiador que dirige esa energía del deseo es la mente, y de ahí la séptima
petición.:" líbranos del mal" que se hace refiriéndose a la mente. Los animales siguen sus
deseos ciegamente y no pecan. Para ellos no existe el mal, pues éste llega a nuestro
conocimiento mediante la mente y el discernimiento, el que permite al hombre ver varios
cursos de acción y elegir entre ellos. Si elige obrar en armonía con el bien universal,
cultiva la virtud; si es al contrario queda manchado por el vicio. Debe notarse que la tan
alabada inocencia del niño no es en manera alguna virtud. El niño no ha sido aún tentado
ni probado, de ahí que sea inocente. A su debido tiempo las tentaciones de la naturaleza
de deseos vendrán para probar su fuerza y depende del dominio que la mente tenga
sobre el deseo el que marche por el recto o por el tortuoso sendero. Si la mente es
bastante fuerte para librarnos del mal deseo nos haremos virtuosos, lo que es una
cualidad positiva y aunque caigamos antes de comprender nuestro error, adquirimos
virtud tan pronto como nos arrepentirnos y reformarnos. Entonces cambiamos nuestra
inocencia negativa por la virtud que es una cualidad positiva.
De manera, pues, que el Padrenuestro satisface las diversas partes de la constitución
humana y enuncia las necesidades de todas ellas, mostrando la maravillosa sabiduría
que se encierra en esa sencillísima fórmula.

***

del libro "Cristianismo Rosacruz", de Max Heindel

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