LA RAZA LEMÚRICA
Nos encontramos ahora en condiciones de comprender las indicaciones que siguen referentes a las entidades humanas que vivieron en la última parte de la Época Lemúrica, a quienes podemos llamar la Raza Lemúrica.
La atmósfera de la Lemuria era todavía muy densa, un tanto parecida a la niebla ígnea del Período Lunar, pero más densa. La corteza terrestre entonces comenzaba a adquirir dureza y solidez en algunas partes, mientras que en otras todavía estaba en fusión, y entre esas islas de corteza dura había un mar de agua en ebullición. Erupciones volcánicas y cataclismos marcaron el tiempo en el que los fuegos ardientes luchaban contra la formación de la corteza que los rodeaba y que los iba aprisionando.
Y sobre las partes más duras y relativamente enfriadas vivió el hombre rodeado por bosques gigantescos y por animales de enorme tamaño. Las formas de los animales y hombres eran todavía muy plásticas. El esqueleto ya se había formado, pero el hombre tenía gran poder para modificar o moldear la carne de su cuerpo y la de los animales que lo rodeaban.
Cuando el hombre nació podía oír y tenía tacto, pero su visión o percepción de la luz no vino hasta más tarde. Tenemos actualmente casos análogos en animales tales como los gatos y perros, cuyos cachorritos reciben el sentido de la vista algún tiempo después de nacer. Los lemures no tenían ojos. Tenían dos especies de manchitas o puntos sensibles que eran afectados por la luz solar que atravesaba confusa y vagamente la atmósfera de fuego de la antigua Lemuria, pero hasta casi al final de la Época Atlante no tuvieron la vista tal como hoy la conocemos. Desde aquel momento progresó la construcción del ojo. Mientras el Sol estaba adentro -es decir, mientras la Tierra formaba parte de esa masa luminosa- el hombre no precisaba ninguna iluminación externa: El mismo era luminoso. Pero cuando la Tierra obscura fue separada del Sol, se hizo necesario el poder que pudiera percibir la luz, y por lo tanto, al llegar sus rayos hasta el hombre, éste los percibía. La Naturaleza construyó el ojo como perceptor de luz únicamente en respuesta a la función ya existente, cuyo caso es invariable según lo demostró hábilmente el profesor Huxley. La amiba no tiene estómago, y sin embargo, digiere. Es toda estómago. La necesidad de digerir el alimento fue la que formó el estómago con el transcurso del tiempo, pero la digestión tuvo lugar antes de que se formara el canal digestivo. Y de análoga manera la percepción de la luz produjo los ojos. La luz misma es la que mantiene el ojo y la que lo creó. Donde no hay luz alguna no puede tampoco existir el ojo. En ciertos casos en los que algunos animales han sido metidos en cavernas -privándolos de toda luz- los ojos se han degenerado y hasta atrofiado, pues no había luz alguna para sostenerlos y porque en cavernas obscuras no se necesitan ojos. Los lemures necesitaban ojos; tenían percepción de la luz y la luz comenzó a construir el ojo como respuesta a aquella percepción.
Su lenguaje estaba formado por sonidos, análogos a los de la Naturaleza. El murmullo del viento en los bosques inmensos, que crecían lujuriantes en aquel clima supertropical, el aullido de la tempestad, el susurro del arroyuelo, el ruido de las cataratas, el rugido de los volcanes, todos esos sones eran para el hombre de entonces como las voces de los Dioses de quienes sabía que él mismo descendía.
Del nacimiento de su cuerpo no supo nada. No podía ni ver a éste ni a otras cosas, pero percibía a sus semejantes. Era, sin embargo, una percepción interna, un tanto semejante a cuando en sueños percibimos personas o cosas, pero con esta diferencia importantísima, que sus percepciones internas eran claras y racionales.
Así que no sabía nada sobre su cuerpo, ni sabía siquiera que tenía un cuerpo, así como tampoco sentimos nosotros que tenemos un estómago cuando éste está en buena salud. Nos acordamos de su existencia únicamente cuando nuestros abusos nos lo recuerdan con dolores en él. Bajo condiciones normales estamos completamente inconscientes de sus procesos. Y análogamente el cuerpo de los lemures les prestaba excelentes servicios aún cuando no estuvieran seguros de su existencia. El dolor fue el medio de hacerles sentir el cuerpo y el mundo externo.
Todo cuanto se relacionaba con la propagación de la raza y el nacimiento fue ejecutado bajo la dirección de los Ángeles guiados a su vez por Jehová, el regente de la Luna. La función procreadora se llevaba a cabo en determinadas épocas del año, cuando las líneas de fuerza de planeta a planeta formaban el ángulo apropiado. Y como la fuerza creadora no encontraba obstrucción alguna, el parto era sin dolor. El hombre era inconsciente del nacimiento, pues en aquel entonces estaba tan inconsciente del Mundo Físico como lo estamos ahora nosotros durante el sueño. Únicamente mediante el íntimo contacto de las relaciones sexuales sintió el espíritu la carne, y el hombre "conoció" a su esposa. A esto se refieren varios pasajes de la Biblia, como cuando dice que "Adán conoció a Eva y ella concibió a Seth"; "Elkanah conoció a Hannah y ella concibió a Samuel"; y la pregunta de María: "¿Cómo podré concebir si no conozco a hombre alguno?" Eso es también la clave del "Arbol del Conocimiento", cuyo fruto abrió los ojos de Adán y de Eva de manera que pudieran conocer el bien, pero cuando comenzaron a ejercer la función creadora independientemente, ignorando las influencias estelares (o astrales) al igual que sus descendientes, y la supuesta maldición de Jehová, no era maldición en manera alguna, sino una sencilla indicación del resultado que inevitablemente produciría el empleo de la fuerza generadora, sin tomar en consideración el efecto de las influencias estelares para traer a la vida un nuevo ser.
De manera que el empleo ignorante de la fuerza generadora es el responsable del dolor, de la enfermedad y de la tristeza.
El lemur no conocía la muerte porque, cuando en el transcurso de largas edades se inutilizaba su cuerpo, entraba en otro, completamente inconsciente del cambio. Su conciencia no estaba enfocada en el mundo físico, y, en consecuencia, abandonar su cuerpo para tomar otro, para él no era más que como la caída de una hoja seca del árbol, la que es substituida en seguida por un nuevo brote.
El lenguaje era para los lemures algo santo. No era, como el nuestro, un simple arreglo de sonidos. Cada sonido emitido por los lemures tenía poder sobre sus semejantes, sobre los animales y hasta sobre la Naturaleza que los rodeaba. Por lo tanto, bajo la dirección de los Señores de Venus, quienes eran los mensajeros de Dios -emisarios de las Jerarquías Creadoras-, el poder del lenguaje fue empleado con gran reverencia, como algo extraordinariamente santo.
La educación de los niños difería grandemente de la de las niñas. Los métodos educativos de los lemures parecerían chocantes para nuestra más refinada sensibilidad. Para no herir los sentimientos del lector, únicamente hablaremos del menos cruel de todos ellos. Por inhumano en extremo que pueda parecer, débese recordar que el cuerpo de los lemures no estaba tan altamente sensibilizado como los cuerpos humanos de nuestros días, y que únicamente mediante prácticas durísimas podía llegarse a su conciencia extremadamente obscura y pesada. En el transcurso del tiempo, conforme la conciencia se iba despertando, esas prácticas crueles fueron abandonándose por innecesarias, pero en aquel entonces eran indispensables para despertar las adormecidas fuerzas del espíritu a la conciencia del mundo externo.
La educación de los niños estaba especialmente encaminada a desarrollar la Voluntad. Se les hacía luchar unos contra otros, y esas luchas eran extremadamente brutales. Se les empalaba, pero dejándolos de manera que pudieran desempalarse a voluntad, para ejercitar el poder de la voluntad debían quedarse allí, a pesar del dolor. Aprendían a mantener sus músculos en tensión y a llevar inmensas cargas para ejercitar la voluntad.
La educación de las niñas estaba encaminada al desarrollo de la facultad imaginativa. Y también se les sujetaba a prácticas inhumanas y severas. Se las metía en los bosques inmensos, para que el sonido del viento entre la fronda les hablara, y se las abandonaba en medio de la furia de las tempestades y de las inundaciones. De esta suerte aprendían a no temer esos paroxismos de la Naturaleza y a percibir únicamente la grandeza de los elementos en lucha. La frecuencia de las erupciones volcánicas era también de gran valor como medio educativo, conducente muy especialmente al despertar de la memoria.
Tales métodos educacionales estarían completamente fuera de lugar en nuestros días, pero no perjudicaron a los lemures porque no tenían memoria. No importaba cuán dolorosas o aterrorizantes fueran las experiencias soportadas; una vez pasadas se olvidaban inmediatamente. Las terribles experiencias citadas tenían por objeto despertar la memoria, imprimir en el cerebro esos impactos violentos y repetidos constantemente, porque la memoria es necesaria para que las experiencias del pasado puedan emplearse como guía de la acción.
La educación de las niñas desarrollaba la memoria germinal y vacilante. La primera idea de Bien y Mal fue formulada por ellas debido a sus experiencias, que obraron fuertemente sobre su imaginación. Las experiencias que producían el resultado esperado se consideraban como "buenas", mientras que las que no producían el tan anhelado resultado eran consideradas "malas".
Así que la mujer fue el precursor de la cultura, siendo la primera en desarrollar la idea de una "buena vida", por lo que la mujer se hizo un exponente muy estimado entre los antiguos, y en este respecto ella ha estado a la vanguardia noblemente desde entonces. Por supuesto, como todos los Egos encarnan alternativamente como machos y como hembras, no hay en realidad preeminencia alguna. Es simplemente que los que encarnan en un cuerpo denso del sexo femenino tienen un cuerpo vital positivo y, por lo tanto, son más sensibles a las cosas espirituales que cuando el cuerpo vital es negativo como en el varón.
Como hemos visto, el lemur era un mago de nacimiento. Se sentía a sí mismo descendiente de los Dioses, un ser espiritual; en consecuencia, su línea de desarrollo no era la obtención de conocimientos espirituales sino materiales. Los Templos de Iniciación para los más avanzados no necesitaban revelar al hombre ese elevado origen ni educarles para realizar cosas mágicas o instruirles para funcionar en el Mundo del Deseo o en los reinos superiores. Tales instrucciones son hoy necesarias porque el hombre corriente no tiene conocimiento del mundo espiritual, ni puede funcionar en los reinos suprafísicos. El lemur, sin embargo, poseía ese conocimiento y podía ejercer esas facultades; pero, por otro lado, ignoraba las Leyes del Cosmos y los hechos relacionados con el Mundo Físico, que son cosas y conocimientos comunes a todos actualmente. Por lo tanto, en las Escuelas Iniciáticas se le enseñaba el arte, las leyes de la Naturaleza y los hechos relacionados con el universo físico. Se fortalecía su voluntad, despertando su imaginación y memoria, de manera que pudiera correlacionar las experiencias e inventar medios de acción cuando sus experiencias pasadas no servían para indicar el procedimiento apropiado. Así que los Templos de Iniciación de los tiempos lemúricos eran Escuelas Superiores para el desarrollo del poder de la voluntad y de la imaginación con cursos posteriores graduados sobre Arte y Ciencia.
Sin embargo, aún cuando el lemur era un mago nato, nunca empleó mal sus poderes, porque se sentía relacionado a los Dioses. Bajo la dirección de los Mensajeros de Dios, de quienes ya hablamos, sus fuerzas fueron dirigidas hacia la construcción de formas para los mundos vegetal y animal. Para el materialista puede ser muy difícil comprender como pudieron efectuar esa obra si no podían ver el mundo en torno de ellos. Es cierto que no podían "ver" tal como comprendemos esa palabra o como vemos actualmente los objetos exteriores con nuestros ojos físicos. Sin embargo, así como los niños, en su pureza, son clarividentes hoy día mientras permanecen en su inocencia inmaculada, sin pecado, así también los lemures, que entonces eran puros e inocentes, poseían una percepción interna que les proporcionaba solamente una vaga idea de la forma externa de cualquier objeto, pero muy iluminada en su naturaleza interna, en su calidad anímica, por una percepción espiritual nacida de la pureza de su inocencia.
La inocencia, sin embargo, no es sinónima de Virtud. La inocencia es la infancia de la Ignorancia y no puede conservarse en un universo en el que el propósito de la evolución es la adquisición de la Sabiduría. Para llegar a ese fin, el conocimiento del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, es esencial, así como también la libertad de elección en el obrar.
Si poseyendo el conocimiento y la libertad de elección el hombre se coloca del lado del Bien y de lo Justo, cultiva la Virtud y la Sabiduría. Si sucumbe a la tentación y hace el mal con conocimiento, desarrolla el vicio.
Pero el plan de Dios no puede ser llevado a la nada, sin embargo. Cada acto es una semilla para la ley de consecuencia. Recogemos lo que sembramos. La cizaña de las malas acciones lleva en sí flores de tristeza y sufrimiento, y cuando sus semillas han caído en el corazón castigado, cuando han sido humedecidas por las lágrimas del arrepentimiento, la Virtud florecerá después en él definitivamente. ¿No es una verdadera bendición la seguridad de que a pesar del mal que hagamos el Bien triunfará al fin, porque en el Reino de nuestro Padre sólo el Bien triunfará al fin, porque en el Reino de nuestro Padre sólo el bien puede perdurar?
Por lo tanto, la "Caída" con su consiguiente dolor y sufrimiento no es sino un estado temporal que vemos como a través de un cristal empañado, pero pronto nos encontraremos frente a frente con Dios, a quien perciben los puros de corazón, dentro y fuera de sí mismos.
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del libro Concepto Rosacruz del Cosmos de Max Heindel
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