INSTRUCCIÓN I
EL ENIGMA DE LA VIDA Y DE LA MUERTE
En cada nacimiento, lo que parece ser una vida "nueva" viene al mundo. Poco a poco la pequeña forma crece, vive y se mueve entre nosotros y se convierte en un factor de nuestras vidas; pero, por último, llega un momento en el que la forma deja de moverse, muere y se desintegra. La vida que vino, sin que nosotros sepamos de dónde, ha vuelto nuevamente al más allá. Entonces, perplejos y doloridos, nos hacemos las tres grandes preguntas concernientes a nuestra propia existencia: ¿De dónde venimos? ¿Por qué estamos aquí? ¿A dónde vamos?
El temible espectro de la Muerte arroja su sombra fatal sobre todos los umbrales. Visita el palacio del rico, lo mismo que la casa del pobre. Ninguno se escapa; viejos o jóvenes, sanos o enfermos, ricos o pobres, todos, todos sin excepción, tienen que pasar, por este portal sombrío; y desde el fondo de las edades surge el lastimoso clamor en busca de una solución para el enigma de la vida y el enigma de la muerte.
Desgraciadamente, ha habido muchas especulaciones vagas de parte de personas que no saben, y existe popularmente una opinión aceptada de que no puede saberse nada definido sobre la parte más importante de nuestra existencia: la vida anterior a su manifestación a través del nacimiento y más allá del portal de la muerte.
Esa idea es errónea. El conocimiento definido, directo, puede ser obtenido por cualquiera que se tome el trabajo de desarrollar el "sexto sentido" que está latente en todos. Cuando se adquiere dicho sentido se abren nuestros ojos espirituales, de manera que entonces podemos percibir los espíritus de los que están a punto de entrar en la vida física por medio del nacimiento, y los de aquéllos que acaban de pasar, al más allá después de la
muerte. Los vemos tan clara y definidamente como vemos a los seres físicos mediante nuestra visión ordinaria. Ni siquiera es necesaria esa investigación directa para satisfacer a la mente inquieta, así como no lo es tampoco el visitar la China para conocer las condiciones en que se encuentra. Podemos conocer los países extranjeros por los relatos que hacen los viajeros que los han visitado. Y existen tantos conocimientos de esta clase
concernientes a los mundos del más allá como sobre el interior de África, Australia o China.
La solución del problema de la Vida y del Ser indicada en estas páginas está basada en los testimonios concurrentes de muchos que han desarrollado 1ª ya mencionada facultad y que se han calificado así para investigar los dominios suprafísicos de una manera científica. Está en armonía, además, con los hechos científicos, es una verdad eterna en la Naturaleza que gobierna el progreso humano, así como la gravedad sirve para
mantener inmutables en sus órbitas a los astros que giran en torno del Sol.
Tres teorías han sido emitidas para resolver el problema de la vida y de la muerte y se cree universalmente que una cuarta concepción es imposible. Siendo así, una de esas tres teorías debe ser la verdadera solución, o, en último caso el problema permanecería insoluble para el hombre.
El enigma de la vida y de la muerte es un problema básico; todos tienen que resolverlo alguna vez y es de la mayor importancia para cada ser humano individual la aceptación de una de esas teorías, pues su elección coloreará su vida entera. Para poder hacer una elección inteligente, es necesario conocerlas todas, analizarlas, compararlas y aquilatarlas, manteniendo la mente abierta y libre de toda idea preconcebida, lista para aceptar o rechazar cada teoría según sus méritos.
Indiquemos primeramente esas tres teorías y veamos cuál de ellas concuerda con los hechos establecidos de la vida y en qué proporción están en armonía con otras leyes conocidas de la Naturaleza, porque razonablemente debemos esperar que, si son ciertas, todo desacuerdo con la Naturaleza sería imposible.
Dichas teorías son:
1. - La Teoría Materialista, que sostiene que la vida es una jornada de la cuna a la tumba; que la mente es el producto de la materia; que el hombre es la inteligencia más elevada del cosmos y que la inteligencia perece cuando el cuerpo se disuelve al morir.
2. - La Teoría Teológica, que afirma que a cada nuevo nacimiento un alma recién creada entra en la arena de la vida, acabada de hacer por la mano de Dios; que al final de un corto intervalo de vida en el mundo material pasa a través de las puertas de la muerte al invisible más allá y allí se queda; y que su felicidad o miseria allí queda determinada por toda la eternidad por su creencia anterior a la muerte.
3. - La Teoría del Renacimiento, que enseña que cada alma es una parte integrante de Dios, la que está desarrollando todas las posibilidades divinas, así como una simiente desarrolla a una planta; que por medio de repetidas existencias en cuerpos terrestres de creciente perfección, va desenvolviendo lentamente dichos poderes latentes, convirtiéndolos en energías dinámicas; que ninguno se pierde, pues todos los Egos
realizarán, por último, la suprema perfección y reunión con Dios, llevando consigo la experiencia acumulada que es el fruto de su peregrinaje a través de la materia.
Comparando la teoría materialista con las leyes conocidas de la Naturaleza, encontramos que es contraría a tan bien establecidas leyes, como las que declaran que la materia y la fuerza son indestructibles. De acuerdo con esas leyes, la mente no podría que dar destruida al morir, como dice la teoría materialista, porque cuando nada puede destruirse debe comprenderse también en ella a la mente.
Además, la mente es evidentemente superior a la materia, puesto que modela el rostro de tal manera que éste es un espejo de aquella; también sabemos que las partículas de nuestros cuerpos están cambiando continuamente y que un cambio completo tiene lugar por lo menos cada siete años. Si la teoría materialista fuera cierta, nuestra percepción interior debería sufrir también un cambio idéntico, sin conservar memoria alguna de lo que precedió a ese cambio; así que nadie podría recordar ningún suceso más de siete años.
Sabemos que no es ese el caso. Recordarnos toda nuestra vida; el más diminuto
incidente, aunque olvidado en la vida corriente, puede recordarse vivísimamente sumergiendo a la persona en estado de trance. El materialismo no tiene en cuenta para nada esos estados subconscientes o supraconscientes; como no puede explicarlos, trata de ignorarlos, pero ante las investigaciones científicas que han establecido la verdad de los fenómenos psíquicos más allá de toda duda, el querer ignorarlos más bien que negar esos hechos, es un obstáculo fatal para la teoría que dice resolver el mayor problema de
la vida: la Vida misma.
La teoría materialista tiene otros muchos defectos que la hacen indigna de ser aceptada; pero ya hemos dicho lo suficiente para que la rechacemos justificadamente y dirijamos nuestra atención hacia las otras dos.
Una de las mayores dificultades de la doctrina teológica, es su completa y confesada insuficiencia. De acuerdo con su teoría, de que se crea un alma nueva en cada nacimiento, deben haberse creado ya millones de almas desde el principio del mundo (aun cuando ese principio haya tenido lugar sólo 6.000 años atrás). De ellas únicamente, según ciertas sectas se salvarán 144.000 y el resto irá al tormento por siempre jamás. Y a eso se le llama el "Plan de Salvación de Dios" y se lo exhibe como una prueba de Su
admirable Amor.
Supongamos que se recibe un mensaje radiotelegráfico de Nueva York, indicando que un gran transatlántico está hundiéndose en el Sandy Hook y que sus 3.000 pasajeros están en peligro de ahogarse. Si se enviara un pequeño y ligero bote automóvil en su ayuda y lograra salvar a dos o tres, ¿consideraríamos eso como un magnífico y glorioso plan de salvación? Ciertamente que no. únicamente cuando se enviaran los medios adecuados
para salvar a la gran mayoría por lo menos, podría decirse que era un buen plan de salvación.
Y el "plan de salvación” que ofrecen los teólogos, es peor aún que el enviar ese botecito automóvil para salvar a los pasajeros del transatlántico, porque dos o tres es una proporción de salvados sobre el total de 3.000 mucho mayor que 144.000 salvados de todos los millones de almas creadas según los teólogos. Si Dios hubiera realmente formulado ese plan, es muy lógico que no sería omnisciente, y si permite que el diablo recoja la mejor parte, según se deduce de esa doctrina, y deja que la gran mayoría de la humanidad sea atormentada por siempre, no puede ser bueno. Si no puede ayudarse a sí
mismo no es todopoderoso. En ningún caso podría ser Dios. Tales suposiciones son, sin embargo, completamente absurdas como cosas reales, porque ese no puede ser el plan de Dios y es una gran blasfemia atribuírselo.
Si dirijamos nuestra atención a la doctrina del Renacimiento (encarnación en cuerpos humanos), que postula un lento proceso de desarrollo efectuado mediante la persistencia más decidida por medio de repetidos renacimientos en formas humanas de creciente eficiencia, por medio de lo cual todos los seres alcanzarían a su debido tiempo alturas de inconcebible espiritualidad para nuestro entendimiento actual limitado, podremos percibir
su armonía con los métodos de la Naturaleza. Por todas partes se encuentra en la Naturaleza esa lucha lenta y persistente por la perfección; y en ninguna parte encontramos ningún proceso súbito, bien sea de creación o de destrucción, análogo al plan que los teólogos y los materialistas pregonan.
La ciencia reconoce que el proceso evolutivo como método de la Naturaleza es igual tratándose del astro como de la estrella de mar; del microbio como del hombre. Es el curso del espíritu en el tiempo y conforme miramos en torno nuestro notamos la evolución en nuestro universo tridimensional; no podemos escapar al hecho evidente de que su sendero es también de tres dimensiones: una espiral; cada espiral es un cielo y los cielos se suceden a los cielos en progresión ininterrumpida, así como las espiras de una espiral
se suceden unas a otras, siendo cada cielo el producto mejorado del precedente, y a la vez la base del futuro progreso de los ciclos subsiguientes.
Una línea recta no es más que la extensión de un punto análoga a las teorías de los materialistas y de los teólogos. La línea de existencia materialista va del nacimiento a la muerte; el teólogo comienza su línea en un punto inmediatamente anterior al nacimiento y la prolonga hasta el invisible más allá de la muerte.
No hay retorno posible. La existencia vivida así extraería sólo un mínimum de
experiencia en la escuela de la vida, semejante a la que podría tener un ser
unidimensional incapaz de expandirse o de ascender a las cumbres sublimes de la realización.
Un sendero de dos dimensiones, en zigzag, para la vida evolucionante, no sería mejor; un círculo sería dar vueltas sin fin sobre las mismas experiencias. Todo tiene un propósito en la Naturaleza, incluso la tercera dimensión, de manera tal que podamos vivir todas las oportunidades de un universo tridimensional y para ello, el sendero de la evolución tiene que ser espiral. Así es efectivamente. por todas partes, sea en el cielo o en la tierra, todas las cosas marchan hacia adelante y hacia arriba siempre.
La modesta plantita del jardín y el gigantesco árbol de California con sus cuarenta pies de diámetro en el tronco, muestran ambos análoga espiral en sus ramas, tallitos y hojas.
Si estudiamos el abovedado arco del cielo y examinamos la nebulosa espiral que es un sistema de mundos nacientes o el sendero seguido por los sistemas solares, la espiral es, evidentemente, el camino del progreso.
Encontraremos otra ilustración del progreso espiral, en el curso anual de nuestro planeta.
En la primavera, la Tierra emerge de su período de reposo, de su sueño invernal vemos la vida por doquier. La Naturaleza pone en movimiento todas sus actividades para crear.
El tiempo pasa; el maíz y las uvas maduran y se cosechara y de nuevo el silencio y la inactividad del invierno toman el lugar de la actividad estival; nuevamente el albo manto de la nieve, se posa sobre la Tierra. Pero no duerme para siempre, volverá a entonar de
nuevo su canción en la siguiente primavera y entonces progresará un poco más en el sendero del tiempo.
¿Es posible que una ley tan universal en todo los dominios de Naturaleza no tenga efecto en el caso del hombre?
¿Volverá la Tierra a despertarse año tras año de su sueño invernal volverán el árbol y las flores a revivir nuevamente y el hombre va a morir? No, eso es imposible en un universo regido por una ley inmutable. La misma ley que despierta a la vida de nuevo en una planta, debe despertar al ser humano para hacerle dar un paso más hacia la perfección.
Por lo tanto, la doctrina del renacimiento o encarnaciones repetidas en cuerpos humanos o vehículos de creciente perfección, está en un todo de acuerdo con la evolución y con los fenómenos de la Naturaleza, cuando afirma que el nacimiento y la muerte se siguen uno a otro sucesivamente. Está en plena armonía con la Ley de Ciclicidad Alternativa que
decreta la actividad y el reposo, el flujo y el reflujo, el verano y el invierno, debiendo seguirse unos a otros en ininterrumpida sucesión.
Está también de perfecto acuerdo con la fase espiral de la Ley Evolutiva, cuando afirma que cada vez que el espíritu vuelve a nacer, toma un cuerpo más perfecto y conforme el hombre progresa en realización mental, moral y espiritual debido a las experiencias acumuladas del pasado, alcanza un medio ambiente mejorado.
Cuando tratamos de resolver el enigma de la vida y de la muerte; cuando tratamos de encontrar una respuesta que satisfaga al mismo tiempo a la cabeza y el corazón sobre la diferente condición o dotes de los seres humanos, que de una razón sobre la existencia de la tristeza y del dolor; cuando preguntamos por qué uno está sumergido en el mayor lujo, mientras que otro recibe más puntapiés que mendrugos; por qué uno obtiene una
educación moral mientras que a otro se le enseña a robar y a mentir; por qué uno tiene el rostro de una Venus en tanto que el otro tiene la cabeza de una Medusa; por qué uno goza de perfecta salud, mientras que otro nunca conoce un momento de reposo en su dolor; por qué uno tiene la inteligencia de un Sócrates y otro sólo puede contar "uno, dos, muchos" como los aborígenes australianos, no recibimos satisfacción alguna ni de los
materialistas ni de los teólogos. El materialista expone su ley de herencia como razón de la enfermedad "y respecto a las condiciones económicas un Spencer nos dice que en el mundo animal la ley de la existencia es "comer o ser comido" y en la sociedad civilizada es "engañar o ser engañado".
La herencia explica parcialmente la constitución física. Lo semejante produce semejantes, por lo menos en lo que concierne a la Forma, pero no en lo que concierne a la moralidad o a las facultades mentales, que difieren en cada ser humano. La herencia es un hecho en los reinos inferiores, donde todos los animales de la misma especie tienen la misma mirada, comen la misma clase de alimentos y obran análogamente bajo las mismas circunstancias, porque no tienen voluntad individual, sino que están dominados por un
Espíritu-Grupo común. En el reino humano es distinto. Cada hombre obra diferentemente que los demás. Cada uno requiere una dieta distinta. Conforme pasan los años de la infancia y de la adolescencia, el Ego va modelando su instrumento, reflejándose así en todos sus rasgos. Y de esta suerte no hay dos exactamente iguales. Hasta los gemelos que no podían distinguirse en su infancia, al crecer se van diferenciando conforme los rasgos de cada uno expresan los pensamientos del Ego interno.
En el mundo moral prevalece una condición análoga. Los anales policiales demuestran que aunque los hijos de los criminales consuetudinarios poseen generalmente tendencias para el crimen, se mantienen invariablemente alejados de él, y en las "galerías de criminales" de Europa y América es imposible encontrar a la vez al padre y al hijo. De manera que los criminales son hijos de personas honradas y la herencia no puede explicar entonces las tendencias morales. Cuando consideramos las facultades
intelectuales y artísticas superiores, encontramos que, muy a menudo, los hijos de un genio son mediocres y a veces idiotas. El cerebro de Cuvier fue el más grande que haya sido pesado y analizado por la ciencia. Sus cinco hijos murieron de paresia. El hermano de Alejandro el Grande era un idiota, y casos como éstos podrían citarse muchísimos para demostrar que la herencia explica únicamente en parte la similaridad de la Forma y
absolutamente nada sobre las condiciones morales y mentales. La Ley de Atracción que hace que los músicos se congreguen en los salones de conciertos y que reune a los literatos, debido a su semejanza de gustos, y la Ley de Consecuencia que pone a los que han desarrollado tendencias criminales en sociedad con criminales, para que puedan aprender a hacer el bien sufriendo las molestias incidentales al mal obrar, explican más
lógicamente que la herencia, los hechos de la asociación y del carácter.
El teólogo explica que todas las condiciones son obra de Dios, quien en Su inescrutable sabiduría, ha visto que son convenientes para hacer que algunos sean ricos y la mayoría pobres; unos listos y otros tardos, etc.; que proporcionan penas y pruebas a todos muchas a la mayoría y pocas a los pocos favorecidos, y dicen que tenemos que contentarnos con nuestra parte sin murmurar. Pero es muy duro y difícil mirar al cielo con
amor cuando uno sabe que de allí, de acuerdo con el capricho divino, vino toda nuestra miseria, sea poca o mucha, y la mente humana bondadosa se subleva ante el pensamiento de un padre que da amor, confort y lujo a unos pocos y envía tristezas, sufrimientos y miseria a millones. Segura mente, ha de haber otra solución al problema de la vida que no sea ésta. ¿No sería más razonable creer que los teólogos han interpretado mal la Biblia, que atribuir tan monstruosa conducta a Dios? la Ley del Renacimiento ofrece una solución razonable a todas las desigualdades cuando se la une
a su inseparable Ley de Consecuencia, mostrando ambas, además, el camino de la emancipación.
La Ley de Consecuencia es la ley natural de justicia, la que decreta que aquello que el hombre siembre será lo que recoja. Lo que somos, lo que tenemos, todas nuestras buenas cualidades, son el resultado de nuestra labor del pasado; y de ahí nuestros talentos. Lo que nos falta, física, moral o mentalmente, es debido a no haber aprovechado ciertas oportunidades del pasado o a no haberse presentado éstas pero, alguna vez, en alguna parte, se nos presentarán otras y recuperaremos lo perdido. En cuanto a nuestras obligaciones y deudas con los demás la Ley de Consecuencia también se ocupa de ello. Lo que no pudo liquidarse en una vida, pasará a las futuras. La muerte no cancela nuestras obligaciones, así como no por irnos a otra ciudad pagamos las
deudas que teniamos aquí. La Ley del Renacimiento suministra un nuevo medio ambiente, pero en él están nuestros antiguos enemigos. Y los conocemos a veces, porque cuando nos encontramos a alguna persona por vez primera, sentimos como si la hubiéramos conocido toda la vida. Esto es debido a que el Ego rompe el velo de la carne y reconoce a un antiguo amigo. Cuando, por el contrario, nos encontramos a una persona que nos inspira temor o repugnancia, es un mensaje de nuestro Ego, que nos advierte
contra un enemigo de antaño.
La enseñanza oculta respecto de la vida, que basa su solución sobre las inseparables Leyes de Consecuencia y del Renacimiento, es simplemente que el mundo en torno nuestro no es más que una escuela de experiencia; que así como enviamos al niño al colegio día tras día, y año tras año, para que vaya aprendiendo más y más conforme va adelantando por los diferentes grados de la escuela hasta la universidad; así también, el Ego del hombre, como hijo del Padre, va a la escuela de la vida un día y otro. Pero en esa vida más grande del Ego, cada día de colegio es una vida terrestre y la noche que transcurre entre dos días de escuela del niño corresponde al sueño después de la muerte
en la vida más grande del Ego humano, el espíritu del hombre.
En un colegio hay muchos grados. Los niños mayores que han asistido mucho tiempo al mismo tienen que aprender lecciones diferentes de las que aprenden los niñitos que asisten al jardín de infantes. Así también, en la escuela de la vida, los que ocupan elevadas posiciones, estando dotados de grandes facultades, son nuestros Hermanos Mayores, y los salvajes recién ingresan en las clases inferiores. Lo que ellos son, lo hemos sido y todos llegarán a un tiempo a un punto tal en el que serán más sabios que el más sabio que ahora conozcamos. Ni debe sorprender al filósofo que el poderoso aplaste
al débil; los niños mayores son crueles con sus hermanitos menores en cierto grado de su crecimiento, porque no han tenido tiempo aún de desarrollar el verdadero sentimiento de justicia, pero conforme crezcan aprenderán a proteger al débil. Y así sucede también con los niños de la vida más grande. El altruismo está floreciendo más y más en todas partes, y día vendrá en que todos los hombres serán buenos y benévolos como los grandes santos.
No hay más que un pecado: la Ignorancia; y una sola salvación: el Conocimiento aplicado. Todo sufrimiento, tristeza o dolor, nace de la ignorancia en el obrar, y la escuela de la vida es necesaria para desenvolver nuestras capacidades latentes, así como la escuela es necesaria para despertar en el niño sus facultades. Cuando nos convenzamos de que eso es así, la vida tomará enseguida un aspecto muy diferente. No importa entonces en qué condiciones nos encontremos, porque el hecho de saber que NOSOTROS las hemos hecho así, nos ayudará a soportarlas pacientemente; y, lo mejor de todo, el glorioso sentimiento de que somos los dueños de nuestro destino y
de que podemos hacer nuestro futuro como queramos, es en sí mismo un gran poder que tenemos a nuestra disposición para desarrollar lo que nos haga falta. Por supuesto, tenemos aún que luchar contra el pasado y es probable que éste pueda acarreamos muchos infortunios debido a nuestras malas obras de antaño, pero si cesarnos de hacer el mal podremos considerar con alegría cualquier aflicción, pues ella significa la liquidación de una deuda antigua, lo que nos aproxima al día en el que tendremos un recuerdo claro de ella. La objeción de que el más recto es el que más sufre, no vale nada.
Las grandes inteligencias que envían sobre cada hombre la suma de deudas atrasadas que debe liquidar en cada vida, ayudan siempre al hombre que paga las deudas de su pasado sin añadir otras nuevas, dándole todo cuanto puede soportar para apresurar el día de su emancipación: y en este sentido es estrictamente cierto aquello de que “a quien ama el Señor lo castiga".
La doctrina del renacimiento se confunde a veces con la teoría de la transmigración, que dice que un alma humana puede encarnarse en un animal. Eso no tiene base alguna en la Naturaleza. Cada especie animal es la emanación de un Espíritu-Grupo, que la dirige desde afuera por sugestión. Dicho Espíritu actúa en el Mundo del Deseo, y como la distancia casi no existe allí, puede influenciar a sus miembros sin importar nada el sitio
donde se encuentren éstos. El Espíritu humano, el Ego, por el contrario, penetra dentro de un cuerpo denso; hay un Espíritu individual en cada persona, morando internamente en su instrumento y guiándolo desde el interior. Esos dos estados evolutivos son completamente diferentes, y es tan imposible que el hombre entre en un cuerpo animal, como que el Espíritu-Grupo tome forma humana.
La pregunta: ¿por qué no recordamos nuestro pasado? Es otra dificultad aparente. Pero si comprendemos que en cada nacimiento obtenemos un cerebro enteramente nuevo y que el Espíritu humano no tiene aun mayor dominio sobre su vehículo y se encuentra limitado por su nuevo medio ambiente, no debe sorprendernos que no pueda hacer una fuerte impresión en el cerebro en los días de la infancia. Algunos niños recuerdan su
pasado, especialmente en los primeros años y una de las cosas más tristes de la infancia es el que sean tal mal comprendidos por sus mayores. Cuando los niños hablan del pasado, los ridiculizan y hasta los castigan por andar "con cuentos". Si el niño habla de sus invisibles compañeros de juego y de que "ve cosas" - pues muchos niños son clarividentes- tropiezan con tratamientos análogos y el resultado inevitable es que el niño aprende a callarse hasta que pierde por completo esa facultad. Algunas veces ocurre, sin embargo, que se presta atención a la charla de un niño y entonces se obtienen como
resultado admirables revelaciones. El autor oyó hablar de un caso semejante, hace algunos años en la costa del Pacífico. En la ciudad de Santa Bárbara, una niñita echó a correr hacia un señor llamado Roberts, que iba por la calle, llamándole papá, ¡¡insistiendo en decir que ella había vivido con él y otra mamá en una casita cercana a un arroyuelo, y que una mañana las había abandonado y no habla vuelto más. Ella y su madre habían muerto de hambre y la pequeña terminó diciendo: "Pero no, yo no morí; yo vine aquí". No
contó la historia enseguida o sucintamente, sino que en el transcurso de una tarde, por preguntas intermitentes, se fue obteniendo ese relato. La historia del señor Roberts es la de una fuga juvenil, casamiento y migración de Inglaterra a Australia; de la construcción de una casita cerca de un arroyuelo en un paraje solitario; del abandono sin previo aviso de su esposa e hija al ser arrestado y llevado a la costa tras el cañón de un arma por los
agentes que temían un engaño; de la deportación a Inglaterra acusado de un robo bancario cometido la noche en que había partido para Australia; de la forma en que demostró su inocencia y se accedió recién entonces a su persistente pedido de que buscaran a su esposa e hija que debían estar a punto de morir de inanición; de cómo se envió un telegrama y le organizó una partida de búsqueda, hallándose los esqueletos de una mujer y de una niña. Todas estas cosas corroboraron la historia de la nena de tres años, a quien se le mostraron algunas fotografías mezcladas, señalando ella enseguida
los retratos del señor Roberts y de su esposa, si bien el primero había cambiado mucho en los dieciocho años transcurridos entre la tragedia ocurrida entonces y el incidente de Santa Bárbara. No debe suponerse, sin embargo, que todos los que pasan por las puertas de la muerte renazcan tan pronto como aquella nena. Un intervalo tan corto no daría al alma oportunidad alguna para el importante trabajo de asimilar sus experiencias y
prepararse para una vida terrestre nueva. Pero un niño de tres años no tiene experiencia mayormente, de manera que busca un cuerpo rápidamente, encarnándose a menudo en la misma familia. Los niños mueren frecuentemente debido a que los padres cambian sus hábitos, lo que frustra el cumplimiento de las deudas de sus actos pasados. Entonces es
necesario buscar otra oportunidad; o bien nacen y mueren para enseñar a los padres alguna lección que necesiten. En un caso, un Ego renació ocho veces en la misma familia, con ese propósito, antes de que aquélla aprendiera la lección. Entonces renacióen otra parte, Aquel Ego era un amigo de la familia que adquirió grandes méritos ayudándola de esa manera.
La Ley del Renacimiento, cuando no está modificada por la Ley de Consecuencia en tan grande extensión como en los casos citados, obra de acuerdo con el movimiento del Sol, conocido bajo el nombre de precesión de los equinoccios, por el cual el Sol se mueve hacia atrás a través de los doce signos del Zodíaco en el año llamado sideral o mundial que comprende 25.868 años solares ordinarios. Así como el paso de la Tierra en su órbita
en torno del Sol hace cambiar el clima, lo que altera estaciones y modifica nuestras actividades, así también el pasaje del Sol a través de los grandes años siderales produce cambios aún mayores tanto en el clima como en las condiciones topográficas, respecto a la civilización, y es necesario que el Ego aprenda a dominarlas todas. Por lo tanto, el Ego renace dos veces en el tiempo que el Sol tarda en pasar de un signo a otro del Zodiaco, alrededor de unos 2.100 años. Normalmente transcurren, pues, unos 1.000 años entre dos encarnaciones, y como las experiencias de un hombre son completamente distintas de las de una mujer - no variando además mayormente dichas condiciones en un millar de años, el Espíritu renace alternativamente como hombre y como mujer. Pero ésta no es una regla rígida y fatal: está sujeta a modificaciones cuando así lo requiere la Ley de Consecuencia.
De esta manera resuelve la ciencia oculta el enigma de la vida, en la búsqueda del Ego por experiencia, teniendo todas las condiciones ese propósito en vista y estando todo determinado automáticamente por los méritos de cada uno, quita a la muerte todo terror, colocando cada cosa en el lugar que le corresponde, como simples incidentes de una vida más grande, análoga al hecho de irse a otra ciudad para residir en ella algún tiempo;
nos hace la despedida de los que amamos más fácil al asegurarnos que el verdadero amor que sintamos será el medio de reunirnos en el futuro y nos proporciona la mayor esperanza de la vida de que obtendremos algún día el conocimiento que iluminará todos los problemas, conectando nuestras vidas sucesivas y, lo mejor de todo, según nos dice la ciencia oculta, tenemos a nuestro alcance, por medio de nuestro esfuerzo, la posibilidad de apresurar ese glorioso día, en que la fe será absorbida por el conocimiento.
Entonces captaremos en su sentido más elevado la belleza de la afirmación poética de Sir Edwin Arnold sobre la doctrina del renacimiento:
Never the Spirit was born! (*)
The Spirit shall cease to be never
Never was time it was not,
End and beginning are dreams.
Birthless and deathless remaineth the spirit forever.
Death has not touched it at all,
Dead though the house of it seems.
Nay! but as one layeth
A worn-out robe away,
And taking another sayeth:
This will I wear today;
So putteth by the Spirit
Lightly its garment of flesh
And passeth on to inherit
A residence of flesh
(*) El espíritu nunca ha nacido ni cesará de ser jamás. En tiempo alguno ha dejado de ser. Principio y fin no son más que ensoñaciones. El espíritu ha permanecido siempre libre de todo nacimiento o muerte. Ésta en
nada lo afecta. Así como uno se quita un vestido viejo y tome otro nuevo diciendo- hoy usaré éste, así también deja el espíritu su ropaje de carne y va en busca de otro nuevo.
***
del libro "Cristianismo Rosacruz", de Max Heindel
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