INSTRUCCIÓN VIII
CIENCIA DE LA NUTRICIÓN DE LA SALUD Y DE LA JUVENTUD
En las instrucciones anteriores hemos tratado constantemente de acentuar el valor del cuerpo denso; es nuestra posesión material más inestimable, y por extraño que parezca, es la que más descuidamos. Con objeto de proteger posesiones sin valor arriesgamos muchas veces la vida, tirando el trigo para salvar la cizaña. Pero no es ese el pero de los crímenes que hacemos, porque las mayores molestias dimanan de la negligencia y descuido que ponemos en nuestra práctica diaria en todo momento, desde que nacemos hasta que morimos. Cuando se trata de nuestro ganado tenemos sumo cuidado en
cuanto al cruce de sangre, buscamos y elegimos a animales que se encuentren en perfecta salud para aparearlos, pues es de sentido común que aquellos son los que producirán mejores crías; investigamos cuidadosamente le genealogía de un perro o de un caballo antes de quedarnos con él, pero nuestros mismos hijos no nos merecen el más mínimo pensamiento. Nos casamos por conveniencias sociales, financieras, etc., y no para asegurarnos un cónyuge mental, moral y físicamente preparado para ser genitor
de una generación más avanzada, y lo que es peor que todo, generalmente se considera al matrimonio como una licencia para dar ilimitada satisfacción a la pasión sexual, que en muchísimos casos se sigue efectuando ininterrumpidamente durante todo el período de la gestación. ¿Por qué maravillarse entonces de que la pasión domine al niño desde la
infancia? El matrimonio y la propagación son deberes sociales que tiene cada persona de buena salud y que cuente con medios suficientes; pero el exceso es un crimen, un cáncer que roe la vida de la sociedad como el buitre a Prometeo, y nunca podrá condenarse demasiado enérgicamente.
De este modo nos han traído nuestros padres al mundo con ese estigma que limita nuestra vida, y nosotros estamos echando el mismo estigma sobre nuestros hijos en la misma forma, debido a que no nos refrenamos y restringimos, a pesar de que ellos nos produce dolor y enfermedades. Si nos tomáramos siquiera la mitad del cuidado en elegir los padres y madres de nuestros hijos que el que empleamos cuando se trata de los
animales, se produciría enseguida un gran mejoramiento en la raza, particularmente si no se molestara a la madre durante el período de gestación.
Pero parece que no es bastante que echemos al mundo a nuestros hijos en esa forma; desde la primer infancia les inculcarnos ignorantemente hábitos deletéreos para la salud y bienestar, especialmente dándoles malos alimentos; enseñándoles a vivir para comer, en vez de enseñarles a comer para vivir; enseñándoles a mirar más las cosas que placen al ojo que a las que son de utilidad, inculcándoles gusto por los manjares muy sazonados,
que sólo sirven para despertar la naturaleza pasional en grado superlativo.
Supongamos un constructor que tratara de edificar una casa empleando vigas viejas, ladrillos usados y desechos de toda suerte, para vivir en ella. ¿Nos sorprenderíamos después al ver que la casa se venía abajo y lo aplastaba? Al contrario, nos sorprenderíamos más bien de que no sucediera así, y cuando ocurriera la catástrofe diríamos que él mismo se había buscado la muerte. Así sucede con nosotros cuando empleamos análogos métodos y
reconstruimos nuestros cuerpos empleando cualquier clase de materiales, sin considerar si son adecuados o no; no nos podernos quejar más que de nosotros mismos al ver sus malos resultados. La enfermedad, la decrepitud y la decadencia son efectos de causas que en su mayor parte pudieron haberse evitado dedicándoles una ínfima parte de la meditación que prestamos a las mil y una cositas de menor importancia. Trataremos de
bosquejar las causas subyacentes que producen esos desastrosos efectos.
No hay ninguna "fe de una vez para siempre" en ningún dominio del conocimiento; la verdad es múltiple y constantemente se van revelando fases nuevas a los ojos del investigador, si bien hay determinadas leyes básicas y hechos que son siempre ciertas.
Vamos pues a tratar de esos hechos, porque se aplican a todos sin excepción, y se verá que son conducentes a salud en todos, aunque la salud sea un asunto estrictamente individual, independiente del aspecto, siendo la única condición que el Ego se sienta "cómodo", en el cuerpo. Si el Ego se siente enfermo, el cuerpo lo está, sin que importe
nada el aspecto estar "con salud".
Cuando la vida antenatal de un ser humano comienza como embrión es un pequeño glóbulo compuesto de albúmina, clara de huevo. Entonces se produce un cambio, aparecen varias partículas de substancia más sólida dentro de él, que crecen a lo largo, y finalmente se tocan. En los puntos de contacto se forman "junturas" y gradualmente aparece el esqueleto. Al mismo tiempo la materia pulposa se organiza más y más, y ahí tenemos el "feto", un niño en la matriz.
El crecimiento continúa, y el nacimiento, revela al niño con un cuerpecito suave, si bien mucho más denso y sólido que el embrión. La infancia, la niñez y la adolescencia, van aumentando la consolidación y el máximo de solidez se alcanza en la vejez, que termina por la muerte.
En cada una de esas épocas de la vida humana el cuerpo va endureciendosé más que lo que estaba anteriormente, la carne y los huesos, los tendones y los ligamentos, todas las partes, se ponen duras e inflexibles. Los fluidos tornase viscosos. Las junturas ya no están lubricadas por el fluido sinovial, por haberse éste espesado demasiado como para filtrarse, y entonces esas junturas crepitan; la sangre que en la infancia y en la juventud
fluía libremente por las arterias, venas y vasos capilares pequeñísimos, que en los primeros años eran todos muy elásticos como tubos de caucho, fluye ahora lentamente y se estanca en las contraídas, esclerosadas e inflexibles arterias de la vejez. En consecuencia, el cuerpo se encorva, la carne se arruga y seca por falta de nutrición, el cabello se cae y por último el fatigado corazón no puede ya impulsar a la sangre y el cuerpo muere. Todo el curso, desde la matriz hasta la tumba es un initerrumpido proceso de consolidación. y la infancia, niñez, juventud, virilidad y vejez no son más que diversos grados de ese proceso. La única diferencia entre el cuerpo del adolescente y el del viejo
es que el del primero es blando y elástico y el otro duro y rígido, y la pregunta vital es:
¿qué es lo que causa esa osificación?, ¿puede ser controlada o por lo menos
amortiguada como para prolongar los días de la juventud?
A la última pregunta puede, contestarse sin vacilar que es posible, sabiendo disminuir el proceso consolidificativo y vivir nuestro tiempo designado aprovechándolo mejor que si viviéramos sin pensar, como lo hace la mayoría. Respecto a la causa de la osificación que endurece los tejidos de nuestros cuerpos el análisis químico ha probado que cualquier tendón, carne, sangre, orina, sudor o saliva contiene en realidad una cantidad inmensa de substancias calcáreas que no se encuentran en el niño, así que, por ejemplo,
mientras que los huesos del niño están compuestos por tres partes de gelatina y una parte de fosfato de cal o materia ósea, en la vejez la proporción está invertida exactamente, así que sólo hay una parte de gelatina y tres de substancia ósea, razón por la cual los huesos de un viejo no se sueldan si llegan a romperse. Los huesos del niño se sueldan fácilmente porque hay abundancia de materia cimentadora en sus huesos y muy poco fosfato de cal o materia ósea, sulfato de cal y carbonato de la misma, llamada generalmente cal común, factores principalísimos que intervienen en la rigidez de la
vejez.
Y surge la pregunta: ¿de qué fuente sacamos esa materia calcárea, terrosa?
Indudablemente todos los sólidos del cuerpo los produce la sangre, que nutre todo el sistema, y todo lo que el cuerpo contiene debe haber estado primeramente en la sangre.
La sangre se restaura con el quilo, el quilo del quimo y en último término, mediante el alimento y le bebida. Éstos que son los que nutren el cuerpo deben ser, pues, al mismo tiempo la fuente de las substancias calcáreas que endurecen nuestros cuerpos produciendo la vejez y la decrepitud.
El análisis químico afirma también lo mismo, porque ha demostrado que la sangre arterial que viene fresca del corazón pura y roja, está más llena de substancias calcáreas que la sangre venosa que contiene las impurezas del sistema. Esto prueba que la corriente vivificante que fluye por todas las partes del cuerpo renovando y reconstruyendo, es al
mismo tiempo quien lleva la muerte, porque en cada ciclo deja depositar nueva cantidad de substancia ósea, calcárea, que endurecerá los tejidos.
Esto es como un Waterloo, en la que todas las teorías de "vida inmortal" encuentran su tumba, pues es necesario comer para vivir, y cada alimento es a la vez el dador de vida y muerte.
Pero si bien no podemos dejar de ingerir esas substancia en nuestro sistema, podemos, al menos, regular nuestro alimento de tal manera que tomemos de aquellas la menor cantidad posible, pues hay una gran diferencia en la cantidad que cada alimento contiene; el cacao en polvo es por ejemplo uno de los alimentos más nutritivos, pero contiene tres o
cuatro veces más cenizas, que el peor de todos los alimentos. El chocolate por otro lado es aún más nutritivo que el cacao y no contiene substancias calcáreas absolutamente.
Todos sabemos que mientras podamos suministrar combustible y mantengamos el fuego libre de cenizas seguirá ardiendo y calentando. Y así sucede con el horno de nuestro cuerpo, un verdadero horno químico, el que mientras le demos el alimento conveniente y
se eliminen las cenizas por medio de los riñones, del cutis y del recto, se mantendrá vigoroso y sano. Tomando alimentos tales que contengan la menor suma de substancias terrosas alejaremos el día de la vejez y conservaremos más tiempo la elasticidad de la juventud. De nosotros es de quien depende. Las tablas de valores alimenticios hechas por el gobierno de Estados Unidos, dan los elementos químicos constituyentes de los diversos alimentos.
Hablando en conjunto, y desde el punto de vista químico, hay dos clases de alimento:
1º los carbonos, incluyendo los azúcares y las grasas; y 2º los proteicos y nitrogenosos.
Los alimentos carbónicos son el combustible de donde derivamos el calor y el poder muscular; y provienen de los azúcares y almidones en los vegetales así como también de la manteca, crema, leche, aceite de oliva, nueces, frutas y yema de huevos.
Estos alimentos contienen muy pocas substancias terrosas; muchos de ellos,
particularmente los vegetales y las frutas frescas están completamente libres de ellas.
Los proteicos son los materiales que empleamos para reparar los desgastes del cuerpo producidos por su uso y trabajo. Pueden sacarse de la carne magra, de vegetales tales como las judias, frijoles o porotos, guisantes, etc.. de las nueces, leche y clara de huevo.
La mayoría cree que una comida sin carne es incompleta, porque desde tiempos inmemoriales se ha considerado axiomático el que la carne es uno de los alimentos más fuertes que tenemos. Todos los demás alimentos se consideran como simples accesorios de la carne de diversas clases que compone el menú. Nada más erróneo; la ciencia ha
probado experimentalmente como cosa invariable que el alimento que se obtiene de los vegetales tiene un poder de sustentación mucho más fuerte, y la razón se comprenderá fácilmente si consideramos el asunto desde el punto de vista oculto.
La Ley de Asimilación es que "las fuerzas del cuerpo no pueden apropiarse partícula alguna, hasta que haya sido dominada por el espíritu interno" (véase la Instrucción VI), porque este debe ser el único indiscutido señor del cuerpo, gobernando las vidas celulares como un autócrata, pues en caso contrario cada una obraría por su cuenta como cuando el cuerpo se desintegra al abandonarlo el Ego.
Es evidente que cuando, más dormida está la conciencia de una célula, tanto más fácil será dominarla, y tanto más tiempo, permanecerá bajo ese dominio. En la Instrucción III vimos que los diferentes reinos tienen diversos vehículos y por consiguiente una conciencia también diferente. El mineral no tiene más que cuerpo denso y una conciencia parecida a la del trance más profundo. Sería por lo tanto facilísimo dominar el alimento
sacado del reino mineral, pues permanecería en nosotros muchísimo tiempo, evitando la necesidad de comer con frecuencia; pero desgraciadamente nos encontramos con que el organismo humano vibra tan rápidamente, que es incapaz de asimilarse al inerte mineral directamente. La sal y otras substancias parecidas salen del sistema enseguida, sin asimilarse absolutamente; el aire está lleno de ese nitrógeno que necesitamos para
reparar los desgastes, pero al respirar no lo asimilamos, así como tampoco asimilamos ningún otro mineral hasta que haya sido transmutado, primeramente en el laboratorio de la Naturaleza y se haya convertido en cuerpos vegetales.
Como vimos en la Instrucción III, las plantas tienen un cuerpo denso y un cuerpo vital que les permite ejecutar ese trabajo; su conciencia, dijimos también, era tan profunda como la del sueño sin ensueños. De manera que es muy fácil para el Ego el sobreponerse a las células vegetales y mantenerlas subyugadas durante largo tiempo, y de ahí el gran poder
sustentador que tienen los vegetales.
En el alimento animal las células ya se han individualizado más, y como el animal tiene un cuerpo de deseos que le da una naturaleza pasional, se
comprende fácilmente que cuando comemos carne es mucho más difícil sobreponernos a esas células que tienen conciencia animal semejante a la del
sueño con ensueños, y además esas partículas no permanecerán mucho tiempo sujetas, y de ahí que el sistema carnívoro requiera mayores cantidades y más frecuentes comidas que la dieta vegetal o frugívora. Si diéramos un paso más y nos pusiéramos a comer carne de animales carnívoros estaríamos siempre hambrientos, porque en dichos animales las células están tan sumamente individualizadas que tratarán de libertarse inmediatamente. Que esto es así se ve bien claro en los lobos, en los buitres y en los caníbales, cuya hambre es proverbial, y como el hígado humano es demasiado pequeño
para cuidar hasta de la dieta ordinaria de carne, es evidente que si el caníbal viviera solamente de carne humana en vez de emplearla como un "piscolabis" ocasional, sucumbiría muy pronto, pues hasta un exceso de hidratos de carbono, azúcares, almidones o grasas, perjudican muy poco, si es que perjudican en algo, al sistema, siendo expelidos por los pulmones como ácido carbónico o saliendo disueltos en el agua por medio de los riñones y de la piel; el exceso de carne también se quema, pero deja el ponzoñoso ácido úrico y se va reconociendo paulatinamente que cuanta menos carne
comemos tanto mejor nos encontramos físicamente.
Mirando al carnívoro desde el punto de vista ético se ve desde luego que el matar animales está en contra de las concepciones superiores de la ética. En los tiempos antiguos el hombre iba a cazar como cualquier animal de presa, velludo y calloso, pero ahora la caza la hace en los despachos de carne, donde no se ven los espectáculos nauseabundos de los mataderos. Si fuera a ese lugar sangriento donde todos los horrores descritos en la obra de Upton Sinclair, se efectúan cada día para satisfacer esa costumbre antinatural y bárbara, que causa más enfermedades y sufrimientos que el peor licor; si tuvieran que tomar el cuchillo ensangrentado y hundirlo en las carnes de su
víctima, ¿se comería mucha carne? Muy poca. Pero para librarse de ese trabajo
nauseabundo, obligamos a otros seres, hombres como nosotros, a estar cuchillo en mano día tras día, matando millares de animales cada semana; brutalizándose en tal forma que la ley no permite que un matarife se siente en el jurado de un delito capital, porque ha cesado de tener la menor consideración por la vida. Cuando se enreda en alguna pelea, como sucede frecuentemente en los corrales de ganado de Chicago, y otras ciudades de
grandes mataderos, siempre emplea su cuchillo y casi inconscientemente da el golpe especial que hace siempre fatal su cuchillada.
De nada sirve decir que él no necesita hacer eso. Cuando el hambre arrastra al hombre no rehusará ningún medio de vida; y nosotros, la sociedad, que exigimos ese alimento, obligamos a nuestro prójimo a suministrárnoslo y somos por lo tanto responsables de su degradación. Somos los guardianes de nuestros hermanos individual y colectivamente como sociedad.
Los animales que matamos también protestan contra su asesino; una nube siniestra de odios cabalga sobre las ciudades donde hay mataderos. La ley protege a los perros y a los gatos contra toda crueldad. Todos nos complacemos al ver a las pequeñas ardillas en los parques de las ciudades viniendo a tomar el alimento de nuestras mismas manos, pero tan pronto como la carne o piel de un animal representan dinero, el hombre cesa de
respetar su derecho a vivir y se convierte en el criminal más peligroso, alimentando y engordando a su víctima para ganar, imponiéndole sufrimientos y crueldades para adquirir oro. Tenemos una gran deuda que pagar a esas criaturas inferiores cuyos mentores debiéramos ser y cuyos asesinos somos y la ley que busca corregir todo abuso
a su debido tiempo relegará el hábito de comer carne de animales asesinados y ello se convertirá entonces en una práctica tan absurda y despreciable como el canibalismo de hoy en día.
No estamos abogando para que todos se hagan vegetarianos. La larga práctica del carnivorismo y las peculiaridades de temperamento de muchas personas no les permitirían seguirlo sin comer un poco de carne todavía; otros, como el autor, no encuentran la menos molestia en vivir sanos y gruesos con dos platos de vegetales por día. Los huevos, pescados y otras formas inferiores son aún necesarios para algunos; otros pueden vivir durante meses y hasta años con fruta solamente. La dieta, como la
salud, sólo puede determinarse individualmente- y no puede darse una regla general, pero al mismo tiempo puede decirse con toda seguridad que cuanta menos carne comamos tanto mejor será nuestra salud. Pero si queremos pasarnos sin ella absolutamente es necesario que estudiemos la tabla de valores alimenticios de manera que podamos sacar los proteicos necesarios de nuestros alimentos. Nadie puede sentarse a la mesa y sacar la nutrición apropiada si sólo come los vegetales que se dan en ella como accesorios de la carne; debe comer además frijoles (porotos o judías),
guisantes, nueces y alimentos semejantes que son muy ricos en proteína y que
reemplazan a maravilla a la carne. Para los trabajadores del cerebro puede decirse que las zanahorias contienen cuatro veces más ácido fosfórico que cualquier otro alimento.
Las hojas de esta hortaliza pueden emplearse como ensalada y tienen tres veces más ácido fosfórico que las zanahorias en sí misma.
Más peligroso que cualquier otro alimento o agente de endurecimiento y esclerosación del sistema es el "agua". No importa cuan pura y clara parezca, porque en ella hay una cantidad enorme de compuestos calcáreos, siendo quizás la magnesia el menos perjudicial de ellos, y ni la filtración ni el hervido sacan absolutamente esas sales del agua. La cantidad de mineral contenida en el agua puede determinarse fácilmente por el depósito que deja en las vasijas donde se hierve, y es un error creer que ese depósito
proviene del agua que echarnos fuera para hacer el té o el café. Ese depósito sólido es lo que el agua que se ha evaporado como vapor ha dejado allí. Y el líquido que aún queda en la vasija contiene quizás más sales que antes de hervir. Lo único que nos permite vivir y sobrepasar la adolescencia es el enorme poder eliminador de los riñones, pues si no
fuera por ellos seríamos viejos antes de llegar a la niñez, y si queremos preservar la salud y conservarnos jóvenes en la vejez debemos dejar de beber y de cocinar con ese flúido, empleando al interior nada más que agua destilada, que es la única que está libre de todo
compuesto terroso.
Los únicos disolventes, de naturaleza permanente bienhechora que el autor conoce, son el suero de mantequilla y el jugo de uva, obtenido éste preferiblemente comiendo las mismos uvas o no dejando que el jugo fermente. Un tratamiento sistemático de jugo de uvas o suero de mantequilla abrirá los vasos capilares obstruidos y estimulará la sangre; aún en las personas de edad avanzada cuyas carnes estén arrugadas y secas ese
tratamiento les dará el aspecto de la juventud, siempre que no sean de naturaleza muy pesimista, porque nada hay capaz de luchar contra un temperamento semejante. Eso, el miedo y la ignorancia en la elección de alimentos son en realidad las causas más fecundas de enfermedad y los más obstinados males para el médico.
Hay dos grandes recursos para conservar la salud, que nos permitirán sacar muchos beneficios de los alimentos, y todos los que quieran conservarla deberían seguirlos. Sus nombres son: "masticación perfecta" y "alegría". Ellos dos harán más por el bienestar del cuerpo que todas las drogas y doctores juntos, y como cualquier otro hábito pueden ser cultivados.
El rápido "almuerzo en el mostrador" es una de las mayores faltas de nuestra nación. Un hombre corre apurado de su escritorio a sentarse en las incómodas sillas que se encuentran en esos sitios. En cinco minutos traga todo lo que puede, corre de nuevo a su oficina y todavía se maravilla de que se sienta incómodo y pesado. Quizás se ve entonces obligado a emplear alcoholes como estimulantes para "despejarse".
Todo esto puede evitarse tomándose el tiempo necesario pan comer confortablemente.
La cuestión no es lo que comemos, sino lo que asimilamos. Cuando ingerimos una gran cantidad de alimentos casi entera nos nutrimos mucho menos que si nos tomáramos el tiempo necesario para masticar y gozar de nuestra comida. No quiere decir esto, que la convirtamos en un proceso laborioso, sino que debiéramos considerar la comida y darle la bienvenida, como cuando recibimos a un amigo en nuestra casa y tratamos de hacer todo lo posible para que se encuentre cómodo. Nuestros cuerpos son en realidad
comparables a grandes hoteles, en los que nosotros somos los hoteleros y las células de nuestro alimento los huéspedes. Éstos van y vienen, permaneciendo en él más o menos tiempo, dando pérdidas o ganancias al propietario, según éste les haya hecho sentir que están como en su casa o no.
Imaginemos dos hoteles, en uno de los cuales reina la cordialidad y la servicialidad, en el que el propietario va al encuentro de cada huésped dándole un cordial apretón de manos, y en el que un ideal conjunto de sirvientes esté deseoso de cumplir inmediatamente los menores deseos de los huéspedes. Por supuesto, en un hotel semejante los viandantes
se sentirán sumamente satisfechos y permanecerán mucho tiempo, lamentando tener que dejar a un hotelero tan amable. Similarmente si ingerimos nuestro alimento alegremente, veremos que se encontrará bien, y si lo masticamos perfectamente con goce, estamos haciendo los arreglos, necesarios para su confort, así como el propietario del hotel trata de tener los baños y otros servicios prontos para comodidad de los huéspedes. Al ingerir el alimento nuestra actitud mental es casi más importante que la
masticación. El hombre que traga su comida sin gusto es semejante a un hotel cuyo propietario recibiera a sus huéspedes en la puerta con el rostro gruñón preguntándoles:
"¿Qué quiere aquí? Usted no me gusta, pero me es necesario recibir a algunos
huéspedes para que el negocio marche, pero quiero que sepa que usted no me gusta, ¿sabe?"
¿Por qué admirarse, pues, de que los huéspedes que se vieran obligados a entrar en semejante hotel estuvieran molestos y trataran de irse tan pronto como pudieran? ¿Por qué maravillarse que el hombre que traga su comida con fastidio pesque una buena indigestión, y que después se queje de ella? El desgano y el fastidio repele tanto al alimento como a los amigos; el gustar los alimentos o agradar a los amigos los atará a nosotros estrechamente; y lo que podamos hacer en el mundo, espiritual y materialmente, depende del estado de nuestro cuerpo, y es de la mayor importancia que cultivemos la
salud y prolonguemos nuestra juventud hasta donde sea posible, siguiendo las reglas generales que aquí se dan, y entonces se observará que hay una mejoría general en la condición física que dará más campo y más libertad a las facultades mentales.
***
del libro "Cristianismo Rosacruz", de Max Heindel
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