CARTA Nº 67
Junio de 1916
LOS REALES HÉROES DEL MUNDO
Aunque esta carta va fechada en primero de este mes, fue escrita un poco antes, es decir, la víspera del
"Decoration Day", el 30 de mayo, día en que todos los americanos patriotas decoran las tumbas de los
soldados muertos por la integridad de la Unión, honorificándoles de esta manera.
Reflexionando sobre este asunto se me ocurrió que parece necesitarse siempre una calamidad o una
catástrofe para que el hombre se olvide de sí mismo y se levante al llamamiento de una causa o ante la
necesidad de la ocasión sin fijarse o sin temer las consecuencias. El hombre responde siempre en guerras,
terremotos, incendios o naufragios.
¿ Pero por qué debe requerir tales cataclismos para despertar en si la virtud del sacrificio y desprendimiento,
cuando esta abnegación es necesaria todos los días y a todas las horas, en todos los hogares, aldeas y
ciudades? ¡Cuánto mejor estaríamos en el mundo si practicásemos nuestros actos de caridad y de largueza
diariamente en vez de aguardar a circunstancias excepcionales! Puede ser que sea noble el morir por una
causa grande, pero es seguramente más noble vivir una existencia de desprendimiento durante luengos años,
consolando a los demás, y ayudándoles a ser mejores y más nobles, que morir esforzándose en matar a un
semejante.
Son muchos los padres que luchan años y años para ofrecer a sus hijos lo que ellos llaman "un medio de
ganarse la vida". Son miles y miles las madres que se afanan toda una vida en "labores duras" para ayudar a
este trabajo por sus hijos. ¡A millones ascienden estos héroes que permanecen siempre ignorados porque
ayudaron a sus semejantes a vivir, en lugar de causar su muerte!
¿ Y no es una anomalía que glorifiquemos a un ejército, después de medio siglo, porque mataron, mataron y
mataron mientras que este ejército infinitamente mayor que ha alimentado y fomentado lo que hay de mejor
en la tierra permanece olvidado en sus tumbas?
Como seguidores de Cristo, paguemos nuestro tributo a los héroes y heroínas que lucharon por los otros,
durante años y años de sufrimiento, prodigando sus tiernos cuidados requeridos por la desvalida infancia,
sirviendo sin vacilación en épocas de enfermedades, participando pacientemente de la pobreza y de todos y
cada uno de los pesares y dolores que sobrevinieron a sus hogares.
No aguardemos a que hayan desaparecido en el más allá; ¡glorifiquémosles ahora y siempre! Tampoco
debemos señalar un día cualquiera del año para el pago de tal tributo, sino honrarles todos los días de
nuestras vidas, buscando la manera de aligerarles de su carga, en digna emulación de sus nobles actos.
¿Y cómo daremos con ellos? Carecen de uniformes y tampoco exhiben sus corazones en las mangas. Están
en todas partes y les encontraremos si les buscamos. Cuanto más rápidamente formemos en sus filas más
pronto nos honraremos a nosotros mismos, aliviando sus cargas y haciéndonos verdaderos sirvientes del
Maestro. "Todo aquello que hayáis hecho por el último de éstos mis hermanos, lo habéis hecho por Mi."
del libro "Cartas a los Estudiantes", de Max Heindel
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