EL TERCER CIELO
Habiendo asimilado todos los frutos de su vida pasada y alterado la apariencia de la Tierra de tal manera que pueda proporcionarle el alrededor ambiente requerido para su próximo paso hacia la perfección; habiendo también aprendido por el trabajo en los cuerpos de otros, a construir un cuerpo apropiado a través del cual pueda manifestarse en el Mundo Físico, y habiendo, por último, disuelto la mente en la esencia que construye el triple espíritu, el espíritu puro individual asciende a la más elevado Región del Mundo del Pensamiento: el tercer cielo. Aquí, por medio de la armonía inefable de este mundo superior, se fortalece para su próxima inmersión en la materia.
Después de algún tiempo viene el deseo de nuevas experiencias y la contemplación de un nuevo nacimiento. Esto evoca una serie de cuadros ante la visión del espíritu, un panorama de la vida nueva que nos espera. Pero nótese esto bien: este panorama contiene solo los acontecimientos principales. El espíritu tiene plena libertad en cuanto a los detalles. Es como si un hombre que fuera a una ciudad distante tuviere un billete de tiempo limitado, con punto de partida a su elección. Después de haber elegido y comenzado el viaje ya no puede cambiar de camino durante la jornada. Puede detenerse en tantos lugares como quiera, dentro del tiempo límite, pero no puede volver atrás. Así, conforme avanza más y más en su viaje se encuentra más y más limitado por su pasada elección. Si eligió viajar en un vapor carbonero seguramente llegará a su destino sucio y manchado. Si hubiera elegido en cambio un buque hermoso llegaría más limpio. Así sucede con el hombre en cada nueva vida. Puede tener ante sí una vida muy dura, pero puede elegir entre vivirla limpiamente o revolcarse en el barro. Otras condiciones están también bajo su gobierno, sujetas sí, a las limitaciones de sus elecciones a obras pasadas.
Los cuadros del panorama de su próxima vida, de la que acabamos de hablar, empiezan en el nacimiento y terminan en el sepulcro. Se suceden en opuesta dirección a la en que se desarrollan en el panorama que sigue a la muerte, ya explicado, que pasa ante la visión del espíritu apenas ha abandonado su cuerpo denso. La razón de esta diferencia radical entre ambos panoramas es que en el antenatal el objeto es mostrar al Ego renaciente cómo ciertas causas o actos producen siempre determinados efectos. En el caso del panorama post- mortem el objeto es al revés: mostrar cómo cada acontecimiento de la vida que acaba de pasar era el efecto de alguna causa anterior de la vida. La Naturaleza o Dios no hacen nada sin una razón lógica, y cuanto más investiguemos más evidente se nos hace el que la Naturaleza es una madre muy sabia, empleando siempre los mejores medios para la realización de sus fines.
Pero puede preguntarse: ¿Por qué debemos renacer? ¿Por qué debemos volver a esta existencia terrestre limitada y miserable? ¿Por qué no podemos adquirir experiencia en esos reinos superiores, sin necesidad de venir a la Tierra?
¡¡Estamos cansados de esta vida terrestre fastidiosa y agotadora!!
Tales quejas están basadas en malentendidos de varias clases. En primer término debemos comprender y grabar profundamente en los anales de nuestra memoria que el propósito de la vida no es la felicidad sino la experiencia. La tristeza y el dolor son nuestros maestros más benévolos, mientras que las alegrías de la vida no son sino cosas fugaces.
Esto parece ser una doctrina muy dura y el corazón grita apasionadamente y protesta ante la posibilidad de que ese pensamiento sea cierto. Sin embargo, así es, y si lo examinamos comprenderemos que no hay tal dureza en esa doctrina después de todo.
Consideremos las bendiciones del dolor. Si pudiéramos colocar nuestra mano sobre una estufa caliente y no sintiéramos dolor, la mano podría quedarse allí probablemente hasta que el brazo se quemara, sin que nosotros nos diéramos cuenta de ello a tiempo para salvarlo. El dolor que resulta del contacto de la mano con la estufa caliente es lo que nos hace retirar aquella rápidamente, antes de que produzca ningún daño serio. En vez de perder la mano escapamos con una ligera quemadura que bien pronto se cura. Esta es una ilustración de lo del Mundo Físico. Y encontraremos que el mismo principio obra en los mundos del Pensamiento y Moral. Si ultrajamos la moralidad, el remordimiento que nuestra conciencia nos produce, provoca un dolor, dolor que nos impedirá repetir el acto, y si no aprendemos a la primera lección, la Naturaleza nos proporcionará experiencias cada vez más duras hasta que por último penetrará en nuestra conciencia el hecho de que "el sendero del transgresor es muy duro". Y eso continuará hasta que nos veamos forzados a tomar una nueva dirección y dar un paso más hacia una vida mejor.
La experiencia es "el conocimiento de las causas que producen los actos". Este es el objeto de la vida, junto con el desarrollo de la "Voluntad", que es la fuerza con la que aplicamos el resultado de la experiencia. La experiencia debe adquirirse, pero podemos elegir entre adquirirla por el escabroso y duro camino de la experiencia personal o por la observación de los actos ajenos razonados y reflexionando sobre ellos, guiados por la luz de cualquier experiencia que hayamos tenido. Este es el método por el cual el estudiante de ocultismo debe aprender, en vez de necesitar el látigo de la adversidad y del dolor. Cuanto más deseosos estemos de aprender en esa forma, menos sentiremos las punzantes espinas del "sendero del dolor" y tanto más pronto obtendremos el "sendero de la paz".
La elección es nuestra, pero en tanto no aprendamos todo lo que hay que aprender en este mundo, debemos volver a él. No podemos permanecer en los mundos superiores y aprender allí hasta que hayamos dominado las lecciones de la vida terrestre. Esto sería tan sensible como enviar a un niño al kindergarten un día y a la universidad al siguiente. El niño debe volver al kindergarten un día y otro y pasar años enteros, antes de que el estudio haya desarrollado en él la capacidad suficiente, para que pueda comprender las enseñanzas que se dan en la universidad.
El hombre también está en la escuela: la escuela de la experiencia. Y debe volver a ella muchas veces antes de que pueda esperar el dominar todo el conocimiento del mundo de los sentidos. No existe una vida terrestre sola, por rica que haya sido en experiencia, que pueda suministrar todo ese conocimiento, y por eso la Naturaleza decreta que el hombre debe volver a la Tierra, después de intervalos de reposo, para proseguir su trabajo donde lo dejó, de igual manera que un niño sigue su estudio en la escuela cada día, después del intervalo de una noche de sueño. No es argumento contra esta teoría el decir que el hombre no recuerda sus vidas anteriores. No recordamos los ejercicios y trabajos que hicimos al aprender a escribir y, sin embargo, poseemos el arte de escribir, que prueba que lo hemos aprendido. Todas as facultades que poseemos demuestran que las hemos adquirido alguna vez y en alguna parte. Algunos recuerdan su pasado, sin embargo, como se relata en un ejemplo notable al final del capítulo siguiente y, que al fin y al cabo, es uno de tantos.
Y además, si no hubiera vuelta a la Tierra, ¿ qué utilidad tendría la vida? ¿Por qué luchar por nada? ¿Por qué una vida de felicidad en un cielo eterno debería ser la recompensa de una buena vida? ¿ Qué beneficio podría producir una buena vida en un cielo donde todo el mundo es ya feliz? Seguramente en un lugar donde todo el mundo es feliz y está contento no hay necesidad alguna de simpatía, de sacrificios ni de buenos consejos. Nadie los precisaría; pero en la Tierra hay muchos que los necesitan y esas cualidades humanitarias y altruistas son de la mayor utilidad para la humanidad que lucha. Por lo tanto, la Gran Ley que trabaja para el bien, hace que el hombre vuelva al mundo para beneficio de sí mismo y de los demás, con sus tesoros adquiridos, en vez de permitir que se estropeasen o desperdiciasen en el cielo, donde nadie los necesita.
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del libro Concepto Rosacruz del Cosmos de Max Heindel
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