CARTA N°83
3 de octubre de 1917
UN TRIBUNAL INTERNO
DE LA VERDAD
Una visitante llegada a Mount Ecclesia la semana pasada, me dijo que llevaba unos veinte años estudiando
las diferentes filosofías que había podido conocer, y que había emprendido, en los últimos años, el estudio
de las enseñanzas Rosacruces con el resultado de que le habían parecido ser la verdad absoluta. Ella,
naturalmente, esperaba darme a mí una gran alegría con tales manifestaciones, y se sintió asombrada y
defraudada al mismo tiempo, cuando le dije que yo no consideraba de tal manera las enseñanzas que me
habían dado los Hermanos Mayores y sacadas a la luz en varios de nuestros escritos.
Para los hotentotes, cafres y otros salvajes africanos que pueden desarrollar un temperamento religioso,
hasta donde les sea posible el sentir tal cosa, les parecerá, probablemente, natural una gran verdad el que hay
un ser divino de naturaleza superior a la humana. Para tales hombres y de tal concepción de la religión hay
un avance gradual respecto de las filosofías trascendentales que inspiran reverencia en las especies más
adelantadas de nuestra raza humana. Esto nos da la razón para creer el que la evolución del hombre demanda
también una evolución de su religión. Nosotros hemos pasado desde los planos de una ignorancia infantil al
punto en el que hoy nos encontramos, y sería absolutamente contrario a las leyes de la analogía el suponer
que cualquiera cosa en la línea religiosa que poseemos actualmente es lo definitivo, pues si no tuviera que
haber más progreso religioso, no habría tampoco más progresos humanos. Ahora bien, entonces, ¿
cual es el camino que conduce a las alturas de la religión y dónde podemos encontrarlo? Esto parece que es
la inmediata cuestión lógica. La contestación a este interrogante es que no se encuentra en los libros, ya sean
los míos o los de cualquiera otro. Los libros son útiles mientras proporcionan ideas a nuestro pensamiento
sobre las materias de que tratan. Nosotros podemos o no podemos llegar a las mismas conclusiones que el
autor de los libros, pero en tanto que infiltramos las ideas en ellos vertidas en nuestro propio ser y allí actuar
con ellas cuidadosa y devocionalmente, lo que extraigamos del proceso es nuestro, de nuestro propio ser y
más cerca de la verdad que cualquiera otra cosa que alcancemos mediante cualquiera otro, o por cualquier
otro medio.
Nuestro fuero interno, pues, es el solo tribunal de la verdad de valía. Si nosotros consistente y
persistentemente llevamos nuestros problemas ante este tribunal, desarrollaremos con el tiempo un sentido
superior de la verdad con el cual, instintivamente, dondequiera que oigamos una idea avanzada, nosotros
conoceremos si es sana y verdadera, o lo contrario. La Biblia en lugares distintos nos exhorta a guardarnos
de todas las clases de doctrinas que flotan en el aire a nuestro alrededor, porque muchas son peligrosas y
alteran la mente. Los libros son lanzados al mercado que anuncian esta, aquella, o la otra clase de filosofía.
A menos que nosotros hayamos establecido, o empezado a establecer este interno tribunal de la verdad,
nosotros seremos como la señora referida mas arriba, e iremos deambulando de un sitio a otro, mentalmente
hablando, toda nuestra vida sin hallar descanso y conociendo al final un poco mas que al principio, o acaso
menos aun.
Por lo tanto, mi consejo a los estudiantes no sera nunca el que acepten o rechacen o que sigan ciegamente
alguna autoridad, sino el que se esfuercen y luchen por establecer este interno tribunal de la verdad. Poner
todos los casos ante tal tribunal, probar todas las cosas y aferrarse constante y decididamente a lo que han
comprobado que es bueno ante tal tribunal.
del libro "Cartas a los Estudiantes", de Max Heindel
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